La documentalista y académica de cine Alana Simões se metió un mes a un salón de clases en una escuela rural en Jalisco, donde pudo registrar el trabajo de una maestra normalista con niñas y niños.
“Se puede conocer más a una sociedad, a un país, a través de sus infancias, que de los adultos”, afirma.
La falla (2024), su segundo largometraje documental donde aborda las infancias después de Mi hermano (2018), tuvo su premier en octubre pasado en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), con mención especial del jurado, y el pasado 15 de mayo, Día del Maestro, se estrenó en salas.
“Desde hace varios años me siento interesada en las infancias. Es la segunda película que hago sobre niños. En este caso me pareció muy interesante la vocación de los maestros, particularmente los normalistas, de formar niños, tratándose además de un momento complejo de nuestro país”, comenta Simões ante la salida de su documental en 40 salas comerciales de los principales complejos del país.
Académica y coordinadora de la carrera de Artes Visuales del Iteso en Guadalajara, Simões explica en entrevista que la investigación del filme le llevó seis años, cuando conoció a la entonces estudiante de la Escuela Normal de Atequiza, Celeste Limón, a quien siguió hasta el primer grupo de primaria que le asignaron como maestra en la comunidad jalisciense de Acatic, cerca de la capital estatal, adonde se mudó la cineasta formada en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, impulsada por Gabriel García Márquez en Cuba, tras vivir en Ciudad de México y España.
La documentalista y profesora considera también que la sociedad mexicana no ha valorado como debiera a los maestros, en especial los normalistas, a quienes durante décadas se les ha desprestigiado.
“Desde mi experiencia, que ya llevo bastantes años investigando el tema, la figura de la maestra y del maestro en nuestro país, y en general en el mundo, no es muy valorada, como se debiera. Las maestras y maestros, en especial en este momento en México, son figuras fundamentales porque no nada más enseñan a los niños y las niñas a leer y escribir; ellos reciben a niños profundamente lastimados y les toca a maestros ser las personas que los contienen y les ayudan a gestionar emocionalmente las cosas.
En ese sentido, el aula se convierte en un lugar de resistencia y de protección, además de su dimensión académica. Sólo podría decir que maestras y maestros tienen mucha responsabilidad, les toca aguantar y vivir situaciones muy complejas y que merecerían una valoración muchísimo más alta”, sostiene.
El documental se inicia con una pieza del tapatío Kenji Kishi, ganador del Ariel a Mejor música en 2021 por otra película sobre niños, la magnífica Los Lobos, dirigida por su hermano Samuel Kishi, para después pasar a la maestra Celeste Limón que explica a sus estudiantes de primero de primaria qué es una falla geológica y por qué ocurren los temblores, como el que les toca a mitad de la película el 19 de septiembre de 2023, otro 19 de septiembre, también después de un simulacro de temblor como en 2017.

El azar influyó no sólo con un temblor real en el rodaje de La falla. Alana Simões, después de años de ganarse la confianza de los padres de 24 niños y niñas, y de las dificultades técnicas para, por ejemplo, ponerles micrófonos a cada estudiante o registrar 30 días de sus vidas en el aula con un pequeño equipo, se topó también con el hilo conductor de la historia: la maestra Celeste iba a ser trasladada a otro plantel un 23 de septiembre y eso, entre lágrimas, suscito que los niños le planearan una despedida.
La falla me pareció más filme de ficción, por cómo está elaborado. ¿Por qué un documental?
Me gustan mucho los documentales, y hay muchas maneras de hacerlos. Hay unos con entrevistas, pero a mí me gustan los que reflejan acciones. La idea fue meternos en un salón de clases a recoger, a registrar, todo aquello que nos pareciera que tenía que ver con el tema que buscábamos, que era cómo le narramos el mundo a los pequeños. Así que estuvimos un mes adentro del aula un equipo reducido de cineastas: mi fotógrafo (Gabriel Molina Ruvalcaba), mi sonidista (Mario Martínez Cobos) y yo. Y todo lo que se ve en La falla es realmente lo que sucedió. Después de tres días los niños se olvidaron de la cámara y empezaron a vivir una vida normal de estudios. Y nosotros aprovechábamos esos momentos que nos parecían que tenían espontaneidad, frescura, y en que trataban temas interesantes.
El leit motiv del filme es que a la maestra Celeste le quedan 23 días con el grupo. ¿Fue azar?
Este proyecto llevó seis años en su investigación. Son procesos largos los del documental, porque las relaciones humanas llevan tiempo. Tardé en que, por ejemplo, las mamás me autorizaran grabar a sus hijos; eso implicó una relación de mucha confianza y reuniones con ellas. Todos esos elementos hacen que cuando uno grabar, haya como espontaneidad y confianza en los demás. Y cuando comenzamos a grabar, en la escuela anuncian a la maestra que va a ser transferida a otro plantel, como se ve. En el documental uno se plantea muchas cosas, pero la vida decide otras; integramos eso a la historia y, finalmente, eso nos dio la estructura, el leit motiv, un pretexto, para estar en el salón cierto tiempo.
La edad de esos niños y niñas ronda los 7 años. ¿Su investigación empezó cuando eran bebés?
Exacto. Como te decía, la investigación empieza cuando conozco a Celeste que todavía era maestra en formación; ella era normalista, estudiante. Yo me intereso en la vocación de los normalistas y primero investigué sobre ellos, cómo forman a los chiquillos. Entonces no le habían asignado a ella grupo, puesto que todavía era estudiante. Así que desde que la conozco hasta que la grabo con su primer grupo pasaron esos seis años, interrumpidos además por la pandemia de covid-19 (2020-2023).
¿Y qué hay del temblor que ocurre mientras se graba en la película y después de un simulacro?
-Sí, ocurrió, exactamente después de una hora de que se realizó el simulacro en la escuela, también un 19 de septiembre (como los terremotos de 1985 y 2017). Y, lo más impresionante, es que como soy de Ciudad de México donde se sienten los temblores bastante fuerte, en Jalisco no se sienten tanto, pero ese en particular sí se sintió muy fuerte, además del hecho de que fuera una hora después del simulacro.
Alfred Hitchcock recomendaba a cineastas no trabajar con niños o animales, por las dificultades técnicas que representan. ¿Por qué se aventó a caminar junto al precipicio con niños?
Porque me interesa mucho ese mundo infantil, es algo que me interpela profundamente, a pesar de que sí es una dificultad, más cuando es un documental donde uno no les dice lo que tienen que decir y hacer, y de alguna manera está ahí detonando situaciones. Realmente me apasiona todo lo que podemos entender del mundo a partir de ellos. Fue riesgo en términos de producción, pero valió la pena el viaje.
¿Y por qué le interesan tanto las infancias?
Siento que en esas edades, entre los 6 y los 8 años, empezamos a tener un poco de conciencia del mundo y de su complejidad, aunque todavía no lo podemos quizás nombrar ni metabolizar, pero sí empezamos a intuir que el mundo tiene muchas aristas, que no es nada más esa burbuja en que de muy pequeñitos estamos en ella. Me parecen muy interesante esas edades en donde hay una transformación de la conciencia y uno empieza a ver el mundo en su complejidad. Y la verdad es que ahí encontré como una revelación después del rodaje de esta película de que sí, efectivamente, se puede conocer a veces más a una sociedad, a un país, a través de sus infancias, que a través de los adultos mismos.
Imagino que el proceso de edición de cientos de horas de grabaciones fue muy difícil.
Sí, efectivamente fue un reto. Nos tardamos (con el editor Dorian Rodríguez) como año y medio en hacer toda la edición del filme, justamente porque teníamos bastantes horas. En el documental surgen, de pronto, líneas narrativas que uno no había contemplado y uno tiene que decidir cuál es la historia que va a contar. Entonces, fue difícil discernir y volver a la idea original cuando surgían cosas también interesantes. Eso nos llevó mucho tiempo de análisis del material y de una edición con tejido muy fino.
La música es genial, de Kenji Kishi, él ganó un Ariel por Los Lobos. ¿Cómo trabajó con él?
Exactamente Kenji es un gran, gran compositor y él ya tenía experiencia haciendo música para una película que trataba infancias, Los Lobos. Fue maravilloso el trabajo con él. Estuvimos viendo rushes del material en bruto para ver también lo que él sugería. Y fue bonito porque él fue como organizando toda la música, pero incorporando instrumentos más de rasgos infantiles, con ciertos tonos disonantes más típicos de cuando uno es niñito y empieza a hacer ciertas melodías. Y eso le dio una personalidad a la película muy espontánea. Fue un trabajo muy, muy lindo de hacer con Kenji.
¿Cuál es su mayor satisfacción de ver hoy en salas comerciales un documental como La falla?
La satisfacción es terminar un proyecto documental, que a veces se vuelve cuesta arriba. Y haberlo hecho con un equipo de profesionales tan empático con quienes reflexioné colectivamente las cosas, que eso es lo que me interesa del cine: esta reflexión colectiva. La satisfacción es haber hecho La falla, haber conocido a todas las personas que participaron en el documental, haber podido estar un mes en ese salón absolutamente dedicada a la observación de lo que ahí ocurría. Y ahora el reto es que la película llegue a otros públicos, que podamos platicar sobre ella, escucharnos unos a otros. Quisiéramos también una distribución alternativa a la cinematográfica, en todo el sector educativo.
OAGP