A los doce años, Gaby López tiraba 115 golpes por ronda. Nada prometedor. Ni siquiera ella estaba segura de si el golf sería su destino. Hasta que un día, en el campo, ocurrió algo que lo cambió todo: un abrazo de Lorena Ochoa.
Ese gesto, tan sencillo y tan humano, le abrió una ventana distinta. “Cuando alguien se parece a ti y viene de donde tú vienes y hace cosas que parecen imposibles, es mucho más fácil creer que se pueden hacer realidad”, recuerda Gaby. Fue entonces cuando pensó: “si ella puede, yo también puedo”.
De ese encuentro nació una chispa, una estrellita que —como la describe ella— la guió durante toda su carrera juvenil. Su objetivo ya no era abstracto: quería ser como Lorena. Quería demostrar que ese camino no era inalcanzable.
Pero el impulso no vino solo de esa inspiración. López siempre ha subrayado el papel de su familia: unos padres que le enseñaron a disfrutar del deporte sin convertirlo en obligación y unas hermanas que hicieron de la competencia en casa un juego sano, una escuela silenciosa.
“El amor por el deporte y el amor de mis padres hacia mí fue increíble”, dice.
A los quince años ya estaba jugando torneos de la LPGA en México —Bosque Real y el Morelia Championship— y rozando de cerca la vida profesional que soñaba. “Todo gracias —reconoce— al trabajo en conjunto de la gente que creyó en mí: Pepe, Santiago, Pedro, todo un equipo detrás”.
Hoy, al mirar hacia atrás, Gaby no habla de resultados fríos ni de rankings. Habla de chispas, de abrazos, de la energía que se contagia cuando alguien que admiras te demuestra que lo imposible también se entrena.
ASCG