DOMINGA.– El 18 de junio de 2020 envié 22 fotos en las que aparecía desnuda. La pandemia de covid-19 estaba en su apogeo y el aislamiento llevaba cuatro meses. Estaba bajo tratamiento psiquiátrico por una crisis de ataques de pánico y la propuesta de enviar nudes a una amiga, Viétnika Batres, me cayó por sorpresa: la invitación a enfrentarme a mi cuerpo ante la cámara, como nunca lo había hecho, era un enorme reto.
Dejé pasar unos días, hasta que una tarde subí decidida a la terraza de mi casa, me quité la ropa y empecé a dispararme selfies, una detrás de otra. Acostada, como La maja desnuda, pero sobre una jerga; gateando tras una de mis tortugas, sentada sobre un cojín morado; boca arriba, boca abajo, de pie, probé de todo. Sonriente. Sexy. Seria. Me veía, no me gustaba y eliminaba. Mil poses. Mil caras.

Nunca me alegré tanto de mandar al botecito de la basura decenas y decenas de fotografías. Y nunca me sentí más segura de mi cuerpo que cuando elegí las fotos que finalmente le enviaría a Viétnika. Ella, a su vez, escogería una de esas nudes. Y la foto finalista pasaría por su mirada y sus pinceles para convertirse en una pintura.
“¡Me mandaste más de 20 fotos!”, me dijo sorprendida. “¿Fui yo la que más te mandó?”, le pregunté. Asiente mientras compartimos mesa, risas, recuerdos y reflexiones sobre los cuerpos femeninos. Viétnika está feliz porque la serie pictórica de 20 retratos de diferentes mujeres hasta el momento –#ellasmandanNUDES–, se expone por segunda vez.
Después de su paso por Máquinas Simples, un centro cultural de la Ciudad de México, ahora se encuentra en el Museo San Pedro de Arte, en el centro histórico de la ciudad de Puebla, donde estará exhibida hasta el 30 de mayo.
Estuvimos en la exposición de arte #ellasmandanNUDES de Viétnika en el Museo San Pedro. pic.twitter.com/K7S3VVyjHI
— Secretaría de Ciencia Puebla (@SecihtiGobPue) March 8, 2025
La idea de este proyecto pictórico, como ya dijimos, surge en plena pandemia cuando el aislamiento hacía mella en todos. Viétnika Batres, artista y periodista de larga trayectoria quien formó parte del equipo fundador de La Jornada en 1984, vivía la pintura entonces como una vía de escape. Arrancó el proyecto sin pensar que esto se convertiría en un acto de rebeldía y empoderamiento; en un proceso de aceptación para un grupo de mujeres que le confiaron su cuerpo y su mirada.
“Las mujeres retratadas son personas muy completas en su actividad profesional, en su biografía personal. Hay colegas periodistas, hay una artista textil, hay fotógrafas, una diseñadora, una promotora cultural, una DJ y entrenadora de perreo [...] y hay también diferentes tipos de cuerpos. Cuando empecé a pedir las fotos pensaba en ello. Quería tener mujeres de todas las edades, de todos los colores, de todos los sabores, de todas las dimensiones”, dice Viétnika.
Comenzó a recibir los nudes de sus amigas y conocidas; y durante los largos meses de encierro las pintaba con el material que tenía a mano. Convirtió su comedor en un estudio y su block de papel de algodón y acrílicos en un refugio seguro.
Una vez que tuvo varios retratos listos comenzó a mirarlos en su conjunto y se preguntó: ¿qué es lo que estaba viendo en esas pinturas?: “Las mujeres miran a la cámara y todo parece un juego de espejos. Ellas se ven a sí mismas a través de la cámara, y se ponen a disposición de otras miradas, empezando por la mía. Ellas han obtenido y elegido una imagen de sí mismas. Han elegido ser vistas de ese modo. Eso es la autorrepresentación [...] que es muy valioso. Imagino que fue como lograr un diálogo franco con su cuerpo”, dice.
Para este texto no sólo conversé con la artista, partí de mi experiencia como parte de #ellasmandanNUDES. Hablamos del cuerpo femenino, de la autoimagen, del paso del tiempo, de representarnos a nosotras mismas… y del vértigo de vernos con otros ojos, incluso los propios. El resultado no es una entrevista neutral. Es un espejo.
Ya no soy joven y punto: un cuerpo que responde a la adultez

Las mujeres siempre hemos estado bajo los dictámenes de los otros. Las sentencias de los otros, la crítica de los otros, la censura de los otros, dice Viétnika Batres, mientras compartimos bebidas heladas de limón y hierbabuena en una cafetería de la colonia Nápoles. Y justo ahí está la complejidad de un reto como #ellasmandanNUDES.
“Todo es un problema en nuestra constitución física: si eres gruesa, si eres baja o si eres demasiado alta. Y ahí están los gimnasios y las pastillas de dieta para tratar de disminuir o disimular tus ‘defectos’ [...]. ‘Haz ejercicio porque tienes panza, o porque eres plana y no tienes nada de nada, o porque eres demasiado ancha de caderas, o porque no tienes caderas. O porque eres gorda”, dice Viétnika. Pero ¿gorda según quién?
Y sí, la vida se nos va en eso: en luchar contra los cambios de nuestros cuerpos en lugar de aceptarlos con serenidad. Eso lo digo yo y Viétnika completa la idea: “Sí porque además las mujeres experimentamos cambios todo el tiempo. La hinchazón cuando tienes la regla. Los cambios hormonales tan bruscos e intensos cuando estás embarazada. Cuando llega la menopausia. O sólo luchar contra los excesos de un fin de semana o de una noche de desvelo”.
Viétnika Batres se dio cuenta de lo fuerte que era que sus amigas y conocidas le enviaran sus selfies, meses después de empezar a pintarlas ella quiso hacerse su propio desnudo para un autorretrato. “Cuando lo empecé a intentar admiraba más todavía a las mujeres que me dieron sus fotos. Y pensaba ‘cómo es que se tomaron fotos tan bonitas, tan armónicas, tan bien hechas, tan sensuales’ [...] y aunque sí había todo eso, también había una mirada triste, intensa, marcada por la pandemia”.

Pero este proyecto, justo, ha trascendido a la pandemia, y ahora Viétnika enfrenta un reto personal: “En un principio estaba muy reacia a experimentar conmigo misma, pero luego, como te digo, empecé a hacerme las fotos. No es fácil enfrentar tu cuerpo, no es fácil hablar con tu cuerpo, no es fácil acomodarlo de una forma que te guste. Este proyecto lo empecé en 2020 y he seguido recibiendo fotos y voy a seguir pintando hasta llegar a 30 pinturas; y una de ellas será finalmente mi autorretrato”.
Viétnika Batres ha tardado más de dos años y unas 500 fotos eliminadas para llegar a un par de nudes con los que se siente satisfecha. Que la representan. Es una mujer madura y atractiva. Recuerdo que una vez la soñé –y se lo conté– vestida de blanco. Aparecía ante mí como una especie de divinidad que no hablaba pero transmitía una luz muy intensa y de gran serenidad. Estaba tal cual es: sus pómulos ligeramente prominentes, sus ojos levemente rasgados. Nariz recta y pequeña. Rostro armonioso. Su cabello rizado negro y delgado. Suelto.
Nos conocimos en el mundo del periodismo y empezamos a frecuentarnos por ahí de 2014, cuando coincidimos en fiestas y eventos del gremio. Una noche en casa cuando Viétnika conoció a mi marido y vio su estudio de pintura, escuché que comenzaron a hablar sin parar: de técnica, de colores, de pintores clásicos. Fue cuando descubrí que Viétnika aparte de ser periodista era pintora y tenía, al igual que mi pareja, una gran pasión por las artes plásticas.

Pero volvamos al tema de los desnudos. Cuando Viétnika y yo hablamos no nos cuesta trabajo sincerarnos, así que seguimos con el tema pero con un añadido: la edad. Ambas rebasamos los 50.
“Tomarse una selfie desnuda a mi edad es todo un reto. Que me guste es doblemente reto y que la pinte triplemente. ¡Ya ni te digo que la exponga junto con las demás!, pero me anima mucho pensar en todas las mujeres que han posado para mí. Dos de ellas, de hecho, tienen más de 60 años, y una de ellas una mastectomía [...], entonces digo: ‘¡Dios, tengo que quitarme muchas telarañas de la cabeza!’”.
Dedicar tiempo a fotografiarse ha sido una forma de reconectarse con ella misma: “gustarme de verdad, porque yo pensaba que me gustaba, pero no. O sea, cuando me tomo las fotos, lo único que veo son ‘defectos’. Veo celulitis, veo gorditos”. Pero vuelvo y me digo: ‘¡Por Dios!, tengo más de 50 años. Tengo derecho a tener llantas, a tener panza, a tener celulitis. ¿Por qué chingados no?’. Y ahí me doy cuenta de que soy igual que millones de mujeres que son muy conscientes, demasiado, de su cuerpo”.
Entonces para las mujeres vienen estas otras ideas tan comunes de “ya me tengo que pintar el pelo, ya me tengo que poner botox para las arrugas, y un poco de relleno en los senos que se han caído... Y así en la medida de nuestras posibilidades”. Todo a nuestro alrededor nos lleva a pensar que debemos parecer jóvenes, lo seamos o no. Y eso termina siendo extenuante. Agotador. “Abraza tu adultez y ya está. Soy una mujer madura, que tiene un cuerpo que responde a esa edad. Fin de la historia”.
Viétnika Batres: de periodista a pintora y de pintora a periodista

Durante años, el nombre de Viétnika Batres ha estado ligado al periodismo comprometido. Su nombre ya lleva una historia de resistencia: sus padres –ambos profesores– se lo inventaron y la llamaron así en honor al pueblo vietnamita y su lucha contra Estados Unidos durante la guerra de 1955 a 1975.
Viétnika trabajó en la revista Proceso, fue bureau manager de TIME, subdirectora de la revista emeequis y colaboró en Animal Político, donde realizó un micrositio que narraba los acontecimientos más importantes del movimiento estudiantil de 1968 como si fueran actuales, entre otras actividades periodísticas que ha realizado. Hoy en día, se desempeña como directora de la oficina en Ciudad de México del periódico El Sur, de Guerrero.
Pero detrás de este oficio, había otra Viétnika. Una que, desde niña, encontraba refugio en los lápices, los colores y los pinceles.
“Creo que lo heredé”, dice. “Mis abuelos, tanto paternos como maternos, eran ebanistas, diseñaban sus propios muebles. En casa había un montón de bocetos: dibujos preciosos de sillas, clósets, mesas. Yo crecí viendo eso. Había estímulo, había materiales, había talento y, sobre todo, había permiso de hacer”. Incluso cuenta que cuando era niña, durante una temporada, los muros de su casa estuvieron cubiertos de pinturas que hacían ella y sus hermanos y los primos que llegaban de visita.
Con los años, la pintura se convirtió en una especie de refugio. Una vía para atravesar emociones difíciles, un espacio íntimo. Durante mucho tiempo Viétnika se dedicó a pintar objetos, como muebles pequeños. Hacía arte-objeto. “Siempre que tengo algún rollo emocional, por ahí me ha ayudado. Pintar ha sido una forma de estar mejor, de entender lo que siento”. Pero le cuesta todavía asumirse como artista. “Cuando inauguramos la exposición en Puebla y la gente me llamaba así, artista, me sentía rara. Ya sabes el síndrome de la impostora. Pero sigo trabajando en ello”, admite.

De hecho, a veces, tiene el impulso de acercarse cada vez más a la pintura y alejarse del periodismo. “Siento que ahora se hacen cosas muy superficiales (en el periodismo). Que falta investigar más, indagar más. Pero también entiendo que hacer buen periodismo se ha vuelto carísimo. Casi imposible. Y los medios tradicionales han dejado de apostar por la profundidad, con contadas excepciones”.
Se detiene un momento. “Además, el costo emocional es altísimo. Estar todo el tiempo metida en noticias duras, en tragedias, en impunidad… En México, cada día pasa algo más grave, y lo que sigue es aún peor. Nos acostumbramos. Y eso es lo más preocupante. Porque dejamos de reaccionar. Nos anestesiamos”.

En la pintura ha encontrado un ritmo más humano, pero sabe que vivir de esto es una especie de quimera, y también es muy crítica con el mundillo del arte: “El arte moderno es a veces decepcionante y se volvió un lujo para ricos”
–¿En qué momento una cáscara de plátano en la pared vale millones? –intervengo.
–Eso no es arte, es especulación –responde.
Y claro, esto va ligado a que el circuito de galerías es una “pequeña mafia, sobre todo de altas esferas [...], su objetivo no es mostrar propuestas artísticas, sino vender. Muchas veces se trata de obras vacías, bonitas para decorar, pero que no dicen nada”, dice.
“Cuando pienso en un proyecto, pienso en una idea que diga algo. Que provoque. Que te haga levantar las cejas, que te saque de tu zona cómoda. El arte no puede ser solo 'qué bonito'. Tiene que ser también ‘¿por qué me hace sentir esto?’. Y muchas veces las obras que valen millones no tienen nada de eso”, dice.
Quizás por eso no aspira a insertarse en ese sistema. Lo que ella realice será como una botella que lanza al mar. Si alguien la encuentra y conecta, cumplió su función.

Pero hay algo más que le dejó #ellasmandanNUDES. Algo que no esperaba: una nueva red de afectos. “Siempre me he sentido outsider. En el periodismo, en la vida. Tengo pocas amigas, pocos amigos cercanos. Pero esta serie me reconectó con mujeres de las que estaba alejada. Me acercó a otras nuevas. Me abrió una puerta a la sororidad real”.
Y lo dice sin romanticismo, con la certeza de quien ha vivido en carne propia la complejidad de habitar un cuerpo femenino. “Nosotras entendemos lo que significa vernos, ser vistas, tener miedo, tener deseo y no poder expresarlo libremente. Por eso reivindico el derecho a mandar una foto de tu desnudo a quien tú quieras. Es tu decisión. Pero también tenemos derecho a denunciar si alguien abusa de eso. A castigar. Ahí está la Ley Olimpia. No se trata de culpar a la víctima, sino al agresor”, dice Viétnika.
Explorar el cuerpo más allá de la mirada masculina.
Volvemos al proyecto #ellasmandanNUDES, tan político como su nombre, que seguro regresará a exponerse en la Ciudad de México en la segunda mitad del año. Al menos, esa es la idea. Pero más allá de las fechas, lo que importa es el proceso que lo sostiene.
Poco después de comenzar a trabajar en la serie, Viétnika Batres se sumergió en lecturas sobre el desnudo femenino. Un libro clave para entender su serie pictórica fue Desnudo y arte, de la filósofa feminista Eli Bartra. Esa lectura no sólo le dio herramientas para pensar su obra, sino que también la ayudó a articular–y a concientizar– todo lo que estaba ocurriendo en sus lienzos. Y lo que descubrió la conmovió.
“Caí en cuenta de algo que ya empezaba a ver en mis propias pinturas. El desnudo femenino ha estado casi siempre en manos de los hombres. Y la mirada masculina construye un cuerpo distinto al que construimos las mujeres.
“En la parte final del libro, Bartra explica que los hombres, cuando pintan a mujeres desnudas, suelen pintar cuerpos idealizados, objetos de deseo moldeados por su fantasía. En cambio, cuando las mujeres pintamos desnudos femeninos, pintamos sujetos, personas. No pintamos el cuerpo perfecto; pintamos cuerpos que tienen historia”.

Y entonces todo se resignificó. Lo que Viétnika estaba haciendo tenía nombre: la autorrepresentación de la que hablamos al inicio. Eso tiene mucho poder.
“Leí en ese libro una cita de un antropólogo sudamericano que me sacudió”, recuerda. La cita del antropólogo colombiano Franklin Gil Hernández dice así: “‘Para los grupos dominantes, en este caso los hombres, es peligroso que los grupos dominados (como las mujeres) se representen a sí mismos y erijan la posibilidad de construir sus propios referentes de interpretación y sus propias historias, desdeñando así las clasificaciones y símbolos que los mantienen en lugares subordinados”.
“Las mujeres hemos sido un grupo históricamente oprimido. Eso es el ABC del feminismo”, dice Viétnika Batres. Pero cuando lo entiendes a través del arte, cuando ves que la representación también ha sido monopolizada, te das cuenta de la importancia de decir: ‘Así soy yo. Así quiero que me vean’. Entonces el acto de pintar estos cuerpos de mis amigas y conocidas fue un intercambio profundo de confianza. “Ellas confiaron en mi experimento, y yo les respondí con respeto, con gratitud, tratando de hacer una pintura bonita, fuerte, poderosa. Cada retrato fue un espejo compartido”.

Respecto a la técnica, Viétnika ha seguido avanzando. Siempre ha pintado con acrílico, pero ahora para la nueva parte de la serie a la que sumará otros 10 retratos, está experimentando más con carboncillo, los pasteles, las veladuras (capas transparentes de pintura que se superponen a otras): “Me gustan mucho las veladuras, porque parece que la pintura tiene varias capas, como si algo estuviera escondido debajo. Mis retratos son realistas, pero me interesa cada vez más la textura. El matiz. El gesto”.
Viétnika Batres concluye con una idea poderosa: “Venimos al mundo en distintos envases. Distintos tamaños, sabores, formas. Pero nos han enseñado que nunca seremos suficiente. Que debemos parecernos a un modelo imposible. Y no. Tenemos derecho a construir nuestra propia imagen. A decidir cómo queremos ser vistas. Y si eso es desnudas, también es válido. Porque es nuestra mirada. Nuestra forma de decir ‘aquí estoy’”.
GSC/ATJ

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