Cultura

Una mentira le permitió cumplir su sueño de ser soprano

Entrevista

Enivia Muré decidió cumplir su sueño de ser cantante de ópera, aunque para ello tuvo que valerse de una mentira

Un día, Enivia Muré decidió cumplir su sueño de ser cantante de ópera, aunque para ello tuvo que valerse de una mentira para convencer a sus padres, pues rechazaban su petición porque consideraban que sería un hobby. En ese sentido, le fijaron que primero tenía que concluir sus estudios universitarios. Ese deseo le surgió de la ópera Tosca, de Puccini, cuando asistió a su primera representación escénica a los 16 años.

“Aquella noche que me llevaron a ver Tosca al Teatro Principal de Puebla, olvidé que quería ser administradora de empresas y viajar por el mundo como una gran ejecutiva; ver esa función me cambió la vida, porque me dije: ‘Yo quiero hacer eso’, ‘Yo quiero ser ella’, ‘Quiero ser esa artista’, porque Tosca es una cantante de ópera y ya se me olvidó todo lo demás que quería ser en la vida (…) Les anuncié a mis padres que no ingresaría a la universidad, pues deseaba ingresar al Conservatorio, pero la respuesta fue una negativa. Me dijeron que primero tenía que acabar una carrera”.

Molesta, acató la orden pero con el objetivo de que la dieran de baja lo más rápidamente posible de la universidad.

“Me deprimí muchísimo. Fui a hacer el examen de admisión y vi el nombre de la carrera más largo y ahí me inscribí, era químico fármaco biólogo (…) pensé que me iban a reprobar, porque nunca fui buena ni en física ni en química, ‘Seguro me corren al primer mes o al segundo’, cosa que no sucedió porque los maestros eran tan buenos que todo me lo aprendí que saqué diez y así finalicé el semestre. Fue peor, porque entonces tuve que usar la estrategia de la mentira para poderme salir de la carrera”.

¿Cuál fue la mentira?

“Que por un atraso en un pago en el último mes de la preparatoria no me habían entregado el certificado a tiempo, por lo que no lo pude entregar en la universidad en el momento que me lo pidieron y que, por ello, me habían dado de baja”.

Señala que después estudió administración de empresas, pero también ingresó al Conservatorio, concluyendo ambas, esto a pesar de que en dos ocasiones estuvo tentada a claudicar de la facultad, pues a estas actividades le sumó estar en cinco grupos: uno de teatro, dos coros y ensambles, así como en dos orquestas.

“Lo único que quería era deshacerme de la carrera, pero conocí a un artista de la Ciudad de México que vino a cantar acá y me dijo, ‘No, termina tu carrera. Espérate, tienes un gran talento, pero no dejes las cosas a la mitad, cierra ciclos’”.

¿De niña qué quería ser?

“Quería ser pianista y amaba la gimnasia. Estaba enamorada de todo lo que sucedía en las Olimpiadas y estuve estudiando gimnasia mucho tiempo. Me encantaba escuchar tocar a mi papá el acordeón. Me llevaban a muchos cursos de desarrollo humano, de ecología, cómo cultivar plantitas y círculos de lectura”.

¿Cuál es el recuerdo que tiene más presente de esa etapa?

“Los domingos que pasaba junto a mis padres, porque ambos organizaban una comida en casa y nos ponían discos de las grandes orquestas, como si estuviéramos en una sala de conciertos para comer y era muy bonito porque éramos sólo nosotros cuatro y si no estábamos en la casa para comer juntos, eso se alternaba acudiendo al restaurante La Princesa, que estaba antes en Los Portales del zócalo”.

¿Y el peor regaño?

“Al ser descubierta jugando luchitas con mis vecinos y primos. Los iba a buscar para jugar y ponía las reglas: Tenían que ir a mi casa y en mi patio. Disfrutaba mucho porque sentía que les podía ganar y mi mamá me cachó en casi todas peleando con ellos en el suelo a las luchitas”.

¿Cómo fueron sus inicios en el canto?

“Comencé a los seis años estudiando órgano en Yamaha. Estuve ahí durante siete años por influencia de mis padres. Amaban la música, en especial, mi papá, que llegó a tocar el piano como concertista en su juventud. Ellos querían fomentar el arte en casa como parte esencial de mi formación, y recuerdo que mi parte favorita de las clases era el inicio, porque el maestro nos ponía a cantar”.

¿Cuándo notó que podía dedicarse al canto como profesión?

“Estando en la secundaria. Porque de niña no me imaginaba cantando, admiraba a todos a los que lo hacían y me pasaba horas contemplando a mi prima que lo hacía y participa en concursos de canto en la escuela, pero a mí me daba mucha pena”.

¿Cuándo rompe ese miedo?

“Creo que en las clases de órgano empecé a soltarme y en la secundaria a todos los que estábamos en el taller de danza folclórica nos mandaron al coro y en ese momento, obligada por las circunstancias, ingresé y mi mamá por fuera me metió a un coro, al Coro Orfeón Interuniversitario de Puebla, donde conocí al maestro José Antonio Rincón y a su esposa Laura Leal. Ella me empezó a dar clases de canto y se percató de mi talento, y ahí tomé el hábito y lo disfruté muchísimo”.

¿Qué le gusta además de la música?

“Me encanta viajar, hago viajes solita, casi, casi de ‘mochilazo’ a conocer gente. Me gusta mucho leer y hacer yoga, me gusta de repente alejarme de la gente, por eso me gustan mucho mis viajes porque me encanta meditar. Todo lo que tenga que ver con el desarrollo humano y espiritual lo desarrollo mucho a la par de la música. Tengo muchas monedas y billetes de otros lugares, así como piedras. Siempre traigo alguna piedrita de alguno de mis viajes. Siento que la energía de las piedras la traigo conmigo”.


ARP

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