La escritora Mónica Rojas (Puebla, 1983) habla sobre A la sombra de un árbol muerto (Hachette Literatura), una novela que para ella fue como montar un caballo salvaje.
“Es una historia de corte multigeneracional, quizás, inscrita un poco en el realismo mágico, que tiene como su origen el silencio y el trauma. Si algo tienen de particular las tres mujeres, que son las voces principales de la historia, es esta obligación de mantener un deber ser ante una sociedad muy machista”, explica la escritora a MILENIO.

1873, Santander, al norte de España. Magdalena y Juan son un matrimonio sin muchos recursos, cuyo deseo de tener hijos no se cumple, y viajan a Jalisco, México. Es la historia de una familia mexicana que abarca varias generaciones, con personajes femeninos y su resiliencia.
“Nací con esta historia ya escrita en el cuerpo. Yo no puedo escribir desde otro lugar que no sea de mi cuerpo de mujer mexicana. Esta historia surge de la memoria de mi abuela materna, que es este engrane entre lo que yo pude conocer y vivir con lo que venía desde su oralidad, supersticiones, sus usos y costumbres, su manera de entender el mundo, y todo esto permea en esta historia”, agrega.
Su abuela, revela la autora, le contó por varios años toda esta cosmovisión que aparece en la novela, que incluye brujas, nahuales y lo que ocurría en la región de los Altos de Jalisco en la época de la Guerra Cristera.
“Digamos que fue animando la imaginación y hasta este momento es que me sentí preparada y con las herramientas para poder contar esto, que, por primera vez, siento que tomo distancia del periodismo. Es una historia que no va hacia afuera, sino que está escrita, como lo comenté, en mi cuerpo”, dice.
La escritora Mónica Rojas asegura que en su novela toca, entre muchos temas, el de la migración.
“Yo nací entre la cumbia y el bolero. Cuando uno es migrante, este distanciamiento hace que todo se enaltezca; la música duele más, la comida sabe mejor cuando vuelves a México y la aprecias distinto y eso también enriquece la historia de la novela, porque es como una experiencia donde hay mucha música, cantos, oraciones, plegarias y eso era lo que quería; introducir a los lectores a un espacio que pudiera parecer olvidado”.

Y agrega: “Porque, además, la historia siempre se nos cuenta desde arriba y cuando uno baja y encuentra en la subalternidad este tipo de voces, sobre todo de las mujeres, donde, además, es indígena y muy pobre, entonces, encontramos mucha riqueza alrededor de las historias”.
Algunos de los temas que se tocan en A la sombra de un árbol muerto son la resistencia, la exploración de la subalternidad, la memoria y el trauma, entendido tanto a nivel personal como a nivel nación.
Sobre el reto de escribir una historia compleja que abarca noventa años de historia y múltiples personajes, explica que la novela fue como “subir a un caballo salvaje y yo dejé que me llevara donde tenía que ir. Así me sentí en el momento de escribir, cosa que nunca había experimentado, porque el periodismo siempre da una visión distinta y aquí dije: ‘A ver hacia dónde me lleva’. Y me llevó por recovecos y por espacios de la memoria familiar y la de nuestro país, y ahí se fueron enriqueciendo las memorias con el montón de historias y de anécdotas que me iba contando mi abuela materna”.
Sobre el realismo mágico en su novela comenta: “No lo hice con esa intención, pero creo que sí se inscribe en el nuevo realismo mágico; es esta manera de contar historias desde la fantasía, pero además con este añadido del feminismo y de la crítica social”.
La entrevistada afirma que todo proceso de escritura es doloroso en algún punto y se escarba en la herida que se cree que ya está cerrada.
“Y eso es la escritura, es hasta como un exorcismo a veces, porque termina siendo eso cuando uno tiene voces dentro o muchas historias entrelazadas y hay que sacarlas. Escarbar un poco en las heridas del pasado nos ayuda para entender o reentender nuestro presente, porque no hay una verdad absoluta; es más, no hay un único pasado, son muchos y en cada uno se adscribe un dolor distinto y una manera de entender o interpretar esa memoria, porque lo que nos acordamos ya pasó por un proceso de filtro donde se va, incluso, reconstruyendo acorde a nuestra propia manera de entender el mundo”.
La autora Mónica Rojas vive en Suiza, es periodista y ha escrito tres novelas: Lobo, La niña polaca y A la sombra de un árbol muerto.
“Todo lo que fui escribiendo me preparó para esta novela en la que, además, los protagonistas también son jóvenes. Pienso que tengo una tremenda obsesión con la necesidad de visibilizar los problemas que aquejan a nuestras infancias, incluso aunque estas infancias sean las de nuestros abuelos; esa exploración de lo que ocurre alrededor de los jóvenes”.
PCL