Con 31 producciones internacionales y 21 obras publicadas en editoriales de España, Francia, Cuba y México, la actriz, dramaturga y gestora cultural Amaranta Osorio es una rara avis en el panorama del teatro nacional.
Además de directora y programadora de festivales escénicos en América Latina, India y Europa, desde 2011 forma parte del Proyecto Magdalena, red global que impulsa la creación escénica de mujeres. Como actriz, participó recientemente en los filmes El camino de Santi y La ventana, dirigidos por Sergio Cabrera y Ana Graciani, respectivamente.
Con mirada crítica, en sus obras aborda temas de actualidad, con especial énfasis en la problemática de la mujer, por lo que su propuesta ha sido considerada “un antídoto contra la desmemoria”. Para la investigadora de la Universidad de Aviñón, Antonia Amo, su teatro “habla de la muerte, la vida, la transmisión, los relevos, la lucha por romper las bridas de un sistema patriarcal que se infiltra en los territorios de lo íntimo… Es un firme alegato por defender la soberanía del recuerdo en la construcción del yo y del nosotros.”
Residente en Madrid, Osorio mantiene un contacto estrecho con México. Si en marzo de este año presentó Clic. Cuando todo cambia en el Teatro Orientación bajo la dirección de Sandra Rosales, el 25 de septiembre estrenará Más vale morir en la Sala Héctor Mendoza del Instituto Nacional de Bellas Artes. Un día después, presentará Viva Callas en la Sala Carlos Chávez en el marco del Festival CulturaUNAM.
Dos estrenos
La autora se muestra entusiasmada con el estreno de Más vale morir, obra escrita en colaboración con Jorge Volpi, en la que vuelve a trabajar con la Compañía Nacional de Teatro (CNT). Comenta que ha sido un placer trabajar con Volpi en una versión muy libre de La Orestíada, de Agamenón.
“Es un placer trabajar con él, además de que nos divertimos mucho. Habíamos colaborado mucho en proyectos de gestión cultural, pero es la primera vez que coescribimos una obra. La puesta es escena no sucede en Grecia, sino en un México de los últimos años, donde reina la violencia y la impunidad, donde se acumulan tantas víctimas y parece imposible salir de la espiral de violencia, lo que tiene semejanza con ese destino griego. Es un gran honor que la CNT haya decidido llevar a cabo este montaje porque sé que va a tener mucha calidad: los actores son impresionantes y el director, Richard Viqueira, trabaja en una puesta muy arriesgada”.
Viva Callas fue un encargo de Juan Ayala, titular del área de Planeación y Programación de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, quien la puso en contacto con Gerardo Kleinburg, quien funge como asesor musical, y la soprano Cecilia Eguiarte, que protagonizará a la cantante. Lo interesante, advierte, es que “ninguna creadora ha hablado sobre Maria Callas. Se han hecho películas y varias obras de teatro, como Master Class, pero fueron escritas por hombres. Para mí es un reto hablar de Callas desde una perspectiva más feminista”.
Callas, asegura la dramaturga, “era una mujer disciplinadísima, una cantante alucinante que devolvió la teatralidad a la ópera, porque antes era otra cosa. Era una mujer que, en un principio, no encajaba en el molde. Sin embargo, hizo todo para llegar. Como cantante tampoco encajaba en el molde, pero se convirtió en una de las grandes voces con un registro enorme. Por lo menos en mí, en mi recuerdo, Callas sigue viva. Cada vez que escucho una grabación de su voz se me ponen los vellos de punta, es algo muy conmovedor. Me encanta poder abordarla desde una perspectiva de mujer”.

Su formación
Si infancia es destino, no resulta extraño que Amaranta Osorio siguiera la senda del teatro. Hija de la pintora mexicana Cristina Cepeda y el director de teatro colombiano y gestor cultural Ramiro Osorio, empezó a forjar su destino en El Ropero, nombre del grupo de teatro de marionetas que estos fundaron antes de que llegara a este mundo. Todavía era bebé cuando participó en Globito manual, obra del colombiano Carlos José Reyes.
“Mis padres eran gente de teatro, así que heredé de ellos la creatividad, el amor al arte y la cultura —dice la dramaturga en entrevista—. Yo crecí con la biblioteca en casa y tuve la oportunidad de conocer a muchos pintores y muchos artistas. Eso fue fundamental para mí. Mi padre me formó como gestora cultural porque comencé a trabajar con él como a los 14 años. De pequeña quería ser astronauta, luego, cuando les dije a mis padres que quería ser actriz; me convencieron de estudiar ciencias políticas”.
Si bien inició esta carrera, la abandonó para empezar su relación con el teatro como actriz. Sin embargo, advierte, “mi vocación siempre había sido la dramaturgia, pero me llevó tiempo descubrirlo porque crecí con muchos referentes masculinos de escritores. Entonces no me imaginaba que una podía ser dramaturga, a pesar de estar rodeada de gente muy culta”.
Egresada de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, Amaranta se considera una dramaturga comprometida con la sociedad. “Gran parte de mi obra habla de la paz, la igualdad, el medio ambiente y la necesidad de recordar —enfatiza—. Creo que las palabras pueden sanar y transformar. Cuando todavía no era autora y trabajaba como actriz me llamaba mucho la atención que los personajes que yo quería hacer —Hamlet o Ricardo III— eran hombres. Cuando empecé como dramaturga me dije: ‘quiero escribir personajes complejos para mujeres, para actrices como yo’. Y eso se volvió un común denominador en todas mis obras, porque todas mis protagonistas son mujeres”.
Esto no significa que sus obras solo hablen de temas femeninos, agrega. “De hecho muchas de mis obras son sobre la guerra, el holocausto, el desplazamiento forzado, pero sí desde la perspectiva de la mujer. Escogí mujeres como protagonistas en todas mis obras porque hacía falta, porque gran parte de la literatura dramática está protagonizada por hombres. Entonces me parece también un acto de justicia”.
Para Amaranta Osorio “el teatro es el lugar donde cabe todo. Ariane Mnouchkine dice que es un lugar donde puede estar la utopía, donde por un momento no nos matamos, sino estamos escuchando y dialogando. Me parece que el teatro es un lugar de diálogo que nos pone a pensar. Su función depende de cada creador; a mí me gustaría que mis obras hicieran pensar a los espectadores, que conmovieran y que se llevaron algo de belleza, porque creo que la belleza puede transformar. El teatro es un lugar para la esperanza y un lugar para hablar de las realidad y poder reflexionar”.