El 13 de agosto de 1934 murió Ignacio Sánchez Mejías. Sus hazañas en el ruedo viven en los amantes de la tauromaquia, pero su fama más duradera se la otorgó Federico García Lorca en un par de poemas. Granadino lo había cogido dos días antes, en Manzanares, cuando alternaba con el saltillense Fermín Espinoza Armillita. El toro no lo mató, ni eran las cinco de la tarde en punto, pero como escribió García Lorca: “Cuando el sudor de nieve fue llegando/ a las cinco de la tarde,/ cuando la plaza se cubrió de yodo/ a las cinco de la tarde,/ la muerte puso huevos en la herida”. Y, a juzgar por los últimos momentos del torero, esos huevos, que los médicos llamaron “gangrena gaseosa”, fueron más dolorosos que cualquier pitón. Cosa espantosa debió de ser, pues las crónicas de ese día cuentan que “debido al estado de descomposición del cadáver, se acordó no moverlo de la cama”. Sin duda de ahí viene el verso lorquiano: “Un ataúd con ruedas es la cama”.
Ese mismo día moría en Austria otro español: el príncipe Gonzalo. Estaba felizmente veraneando con la familia. La hermana lo conducía en el coche real, que debía de ser un armatostón, cuando se les atravesó en bicicleta el barón von Neimans. Al esquivarlo, tuvieron un percance de poca monta. Pero el hijo del rey tenía hemofilia. Y así como a Sánchez Mejías no lo mató la cornada, al príncipe no lo mató el accidente. De cualquier modo, por eso de las jerarquías, arrestaron a von Neimans. Pero a Gonzalo no le escribieron poemas. Por eso se le recuerda poco.
Allá mismo, pero en Viena, morían ahorcados cuatro policías por “complicidad en el levantamiento nazi”. Suertudamente no hubo poema para ellos, pero “el verdugo vestía traje de etiqueta y sombrero de copa”.
Y cuando faltan los poetas para las muertes de aquel día 13 de agosto, siempre están los periodistas prestos para aportar su grano de arena: “Pereció carbonizado el chofer Jesús Palos, al estallar dos cartuchos de dinamita y dos botes que contenían pólvora, quedando el cuerpo de aquél como si fuera un gran tizón de forma humana, dando una cruel impresión”.
Pero yo me había detenido en esa fecha por un encabezado que ocupaba mucho más espacio que la nota: “No se sabe quién haya robado la valiosa corona de la Guadalupana” aparece con grandes letras en varias columnas, y la noticia apenas dice: “Se acaba de informar a los representantes de la prensa que de la Basílica de Guadalupe fue robada la corona de la Virgen India y diversos objetos de culto, todos muy valiosos. Hasta estos momentos, según se asegura, las autoridades no tienen ninguna pista para descubrir a los rateros”. Leí la prensa de días siguientes, pero supongo que las autoridades se quedaron para siempre sin pista.
Luego leí la prensa de hoy. Muy lejos de ser tan interesante.
ÁSS