El fotógrafo y editor Pablo Ortiz Monasterio (Ciudad de México, 1952) destaca el papel del libro para resguardar la memoria, la historia, la identidad, ante quienes se empeñan en querer borrar todo vestigio.
"Soy gente de libros. Llevo más de cuatro décadas haciendo libros propios y ajenos. Me fascina ese objeto antiguo, desde los papiros de Egipto o el papel que inventaron en China; es una plataforma súper potente que el ser humano ha explotado", cuenta al recibir a Laberinto en su casa para mostrar su más reciente trabajo, Tenochtitlan (2025), editado en España por RM, fuente, además, de dos exposiciones.
Destaca que en el volumen hay un énfasis en los restos prehispánicos que sobreviven en la ciudad, no sólo aquellos de piedra, como los del Templo Mayor o de Ehécatl, también aquellos incorporados a la vida cotidiana de la gente. Por ejemplo, un joven moreno con un xoloitzcuintle tatuado en la cabeza.
"Los 300 años de Colonia quisieron borrar todo, tiraron absolutamente todo; con las piedras del Templo Mayor hicieron Palacio Nacional y Catedral. Pero la cultura y la historia no se pueden borrar", expone el fotógrafo y ancla la crítica al México actual en que una alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo, retiró arbitrariamente de la calle esculturas de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, o cuando la hoy presidente Claudia Sheinbaum decidió quitar la estatua de Cristóbal Colón de Paseo de la Reforma.
"Igualito que en la Conquista", lamenta. "Esta idea de derribar estatuas es absurda, y los políticos de todas las épocas lo siguen haciendo; desde el siglo XVI no aprendemos", sostiene Ortiz Monasterio.

Rodeado de libros propios, como La última ciudad (Casa de Imágenes, 1996), con texto del premio Cervantes 2009 José Emilio Pacheco; y ajenos, como Las mexicanas (RM, 2024), prologado por Brenda Navarro; o Frida Kahlo. Sus fotos (RM, 2010), Ortiz Monasterio despliega el universo visual que retrató en la pandemia sobre el perímetro original de lo que fue la capital del imperio mexica, luego Nueva España y hoy Centro Histórico de Ciudad de México, que ilumina un ensayo de Álvaro Enrigue.
"Nosotros, los fotógrafos, tomamos esa plataforma antigua, que son los libros, y, con un lenguaje moderno, visual, nos montamos en ella para hacer libros fotográficos. El libro tiene una permanencia que me encanta, porque no depende de nada más: es un universo cerrado; empieza en la portada y termina en la última página. Tiene su unidad como nosotros, como un individuo al que la piel define: soy Pablo hasta donde llega mi piel; a partir de ahí, fuera, ya no soy Pablo", añade Ortiz Monasterio.
La publicación del libro, editado en España por RM de Ramón Reverté e impreso en China, coincidió con la conmemoración de los 700 años de la ciudad que nos mantiene y contiene, Tenochtitlan, por lo que, dentro de los festejos oficiales por la efeméride, el gobierno capitalino llevó parte del trabajo del fotógrafo en el volumen a sendas exposiciones: una en el Museo Archivo de Fotografía, que se inauguró el pasado 16 de julio, y otra, que debió ser la primera, en las rejas de Chapultepec, el día 28.
El artista alude a la naturaleza lacustre de Tenochtitlan para recordar que la historia y la cultura, eventualmente, como el agua, vuelven a emerger, reaparecen. Y pone de ejemplo el adoratorio al dios Ehécatl que se puede ver dentro de la estación Pino Suárez del metro o la serpiente en la esquina de la Casa de los Condes de Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México, que desde el siglo XVI han querido destruir, borrar, o el Huey Tzompantli en el Templo Mayor, que él fotografió para Tenochtitlan.
"Los españoles no se pusieron a escarbar; simplemente tiraron todo, aplanaron y vamos pa'arriba", dice mientras muestra la imagen de la serpiente chorreada de algo oscuro, quizás de la sangre del sacrificio.
Para el libro de 121 páginas y 80 imágenes, que se presentará a principios de septiembre en Ciudad de México, fotografió calles del perímetro original de Tenochtitlan, a los restos de figuras prehispánicas, iglesias, a la gente actual que deambula o comercia en la zona o pinturas del Museo Nacional de Arte.
El proyecto surgió durante la pandemia cuando Ortiz Monasterio se iba a recorrer el Centro Histórico en bicicleta y tomaba fotografías; por coincidencia, empezó a leer The Death of Aztec Tenochtitlan, the Life of Mexico City, de Barbara Mundi, y así concibió otro recorrido, en el tiempo: del islote al siglo XXI.
"Yo estoy fotografiando el presente, pero alerta a ver si quedaban cosas del pasado. Estar muy pendiente de lo prehispánico me llevó a decir: 'Si voy a hacer un paquete prehispánico, haré uno colonial y otro de los tiempos modernos', que al final éste se transformó en 'cuerpos modernos'", dice.
"¿Qué quiero decir con que las cosas emergen? Tomé este grafiti contemporáneo, pero, de repente, hay algo que recuerda a aquellas figuras y dibujos prehispánicos". Muestra las imágenes en contraposición.
Y Ortiz Monasterio pasa la página a la fotografía de una vendedora ambulante de esquites y chayotes:
"Los chayotes se llevan comiendo mil años en el valle; es una verdura que no se come casi en ningún lugar de México, es algo como muy de aquí del centro, y seguramente se vendía en el mercado de Tlatelolco. En ningún lugar del mundo se come una verdura así con espinas, que la vendedora pela y le echa salsa. Ahí está de nuevo el mundo prehispánico. ¿Por qué comemos chayote? En España no lo comen, aunque pudieron haberlo llevado. Son cosas del pasado que perviven y emergen", expone.
Ya en otros libros trabajó iglesias y santos de la Colonia, pero ahora quiso ser un poco más "áspero", sin intención de "ofender a nadie ni de generar escándalo", al poner en diálogo, en contraposición, las imágenes religiosas con figuras humanas contemporáneas, incluso con maniquíes sexualizados.
"Estoy muy metido en cómo engarzar las imágenes para que se relacionen. Si eso pasa, no sólo ves una imagen y luego la otra, sino que están mezcladas, y aparecen otros elementos. Ahí entra el discurso fotográfico, que no es como en la literatura que te explica toda una situación. La fotografía es mucho más ambigua, polívoca, tiene varios significados. Al reunir todo esto, te invito, te arrimo, te empujo a que haya una lectura y asocies. El libro está lleno de eso para ir construyendo cuerpos modernos", dice.
¿Qué le dijo de usted esta relectura de Tenochtitlan?
Sin duda alguna tengo fascinación por la historia y me enorgullece mucho y considero un privilegio haber nacido en una ciudad tan interesante, tan rica, tan viva, tan cambiante, con esta historia fantástica. Por otro lado, hablo castellano, mi apariencia no es que sea de tlaxcalteca, pero acá nacimos y (vengo) de muchas generaciones atrás. Y me hace reflexionar sobre la historia, porque yo no soy español. ¿Y por qué soy diferente al español? Por el prehispánico, porque hay esa capa que parece que la destruyeron y la borraron. Me gusta la tortilla y sé quién es Tlatecuhtli, me fascina Tláloc y admiro las pirámides. En mi habla y en mi cultura hay muchas cosas que se refieren a ese pasado prehispánico.
¿Hacer el libro fue una búsqueda de identidad?
No sé si búsqueda de identidad sino más bien un reforzar mi fascinación, porque la identidad la tenemos clara, pero el orgullo, la fascinación, la maravilla, pues hay que rascarle, porque no es tan aparente, y hay que entenderla, porque los españoles decidieron borrar todo eso porque eran los bárbaros del siglo XVI, no la entendieron y quisieron borrarla. Nosotros tenemos que hacer un esfuerzo para entender esa cultura y comprender que los sacrificios humanos o los rituales que horrorizaron tanto a españoles respondían a usos y costumbres de una realidad para la cual eso era algo cotidiano.
Dice que aprendía a medida que iba haciendo el libro. ¿Cuál fue el mayor aprendizaje?
El descubrimiento que más me interesó, aunque no fue propiamente descubrimiento, fue el pensar y entender con los libros que leí, con las charlas, a esta ciudad acuática, que ha de haber sido una maravilla, de una riqueza y de una belleza en este valle y con los volcanes al fondo. Ver la ahora calle de Madero y pensar que todo estaba rodeado por agua, todavía me tocó el canal de La Viga en mi infancia, que llegaba hasta el Zócalo, para traer las verduras de Xochimilco. Las autoridades coloniales, una vez derrotados los aztecas, dejaron a los jefes para que manejaran la ciudad, porque ellas no sabían cómo operar una ciudad lacustre, que entonces era la más poblada del mundo, cómo alimentarla.

Álvaro Enrigue escribe el texto de Tenochtitlan. Ya había publicado su novela Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2024), que imagina el encuentro de Moctezuma y Hernán Cortés. ¿Cómo llegó a su libro?
Álvaro y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. Me cayó la novela cuando ya iba bastante avanzado Tenochtitlan y le llamo y se inicia una conversación. Me recomienda ir al Huey Tzompantli (en el Templo Mayor) y me dijo: "Tienes que entrar; luego hablamos". Fui, me tardé un año, y tomé la foto que está en el libro, de uno de los cráneos con una sombra. A Álvaro le propuse, así como yo agarro pedacitos de la realidad, quiero hacer lo mismo con tu novela, 20 párrafos, y que ese sea el texto ahí regado en tu novela. Y él me dice: "No, yo voy a hacer un ensayo especial para ti". Así que no es la novela; es un ensayo, un estudio, lleno de citas de los cronistas. Cortés escribió las Cartas de Relación sobre los tres primeros días que estuvo en Tenochtitlan, pero los españoles pasaron ocho meses. ¿Qué fue lo que ocurrió el resto de los ocho meses? Álvaro lo imagina y es una novela formidable. Ahora escribe un ensayo mucho más formal para Tenochtitlan, que es, sin duda, lo mejor del libro, por mucho.
¿Así que la novela y sus conversaciones influyeron en la narrativa fotográfica de su libro?
Digamos que sí, me acompañó y me fueron construyendo qué hacer con esas fotos la información que venía de mi amigo Álvaro, del estudio de Barbara Mundi y de otro libro de Eduardo Matos Moctezuma. Y, por otro lado, también la realidad: ¿por qué tomar esas fotos y no otras? Así es la vida. ¿Y por qué luego pasa el tiempo y voy a ver una foto y me pregunto por qué no la metí? Así es la vida.
Al final fueron tres proyectos diferentes: el libro Tenochtitlan y las dos exposiciones, en el Museo Archivo de Fotografía y en las rejas de Chapultepec. ¿Cómo logró unidad, sin repetirse?
Quería hacer un libro. Y una vez hecho el libro, cuando lo estoy terminando viene el 700 aniversario de la fundación de Tenochtitlan y las autoridades de cultura de Ciudad de México se enteran e inmediatamente me contactan y dicen que hiciéramos algo. Órale. Les enseño el libro, les encanta y me dicen vamos a hacer una exposición en las rejas de Chapultepec. Y me da miedo, nunca he pensado en exponer en las rejas un proyecto que tiene toda una cosa conceptual: ¿Cómo se va a leer? ¿se va a entender? Es un gran reto, complicado. Y, luego, si tú vienes del Auditorio lo ves del final al principio, aunque la exposición se inicia en el Museo de Arte Moderno hacia el Auditorio.
Y propusieron también hacer una puesta en pared en el Zócalo. Me interesaba mucho el recinto sagrado de Tenochtitlan, y ahí está el Museo Archivo de Fotografía, en Casa de las Ajaracas, que tiene un archivo rico y espacios de exposición, hay pocos recursos pero es muy visitado. Así tuve que hacer dos proyectos de una puesta en página, que es como se pensó el original: una puesta en pared en el museo, con la mitad de fotos, porque el espacio es pequeño, aunque metí algunas que no entraron en el libro porque me pareció interesante cómo se veían. Y en las rejas, como son láminas muy grandotas, pongo dos fotos, recordando que el libro es la unidad, las dos abiertas, de nuevo con la insistencia de provocar relaciones de lectura y comprensión. También en el museo meto dos imágenes en un marco, que eso las une, para hacer notar que el origen es el libro pero traducido a una plataforma distinta.
¿Consideró que los tres trabajos quizás tengan públicos diferentes, que a veces ni se tocan?
Por eso me animé a hacer al mismo tiempo dos exposiciones, porque son públicos que —como tú dices— ni se tocan. Son muy distintas las impresiones que te pueden producir estar en un cuarto de museo, ver libros o ir en la calle y ver las imágenes. Con este asunto de los celulares, todo el mundo se ha sofisticado muchísimo en la lectura de las imágenes. No hay público malo. ¿Cómo van a recibir el libro o las exposiciones? Eso me intriga enormemente. Va a haber grandes sorpresas. Por ejemplo, las cosas en Chapultepec se grafitean o con un plumón les escriben cosas. Me encanta eso, tengo ganas de ir a diario a ver qué novedad hay. Y luego las fotos están laminadas y cada tanto pasan y las limpian, pero aquello sucede por esa posibilidad de interacción. Me encanta. En el museo, en un libro, dejas comentarios, muy, muy distinto. Las exposiciones son efímeras, el libro es mucho más permanente.
¿Qué hay de la gente real que aparece en sus fotografías? ¿Dónde cree que se reconocerán más, ahora que hablamos de identidad: en el libro, en las rejas de Chapultepec o en el museo?
A mí todo me interesa, pero lo que más me interesa es la gente. Vengo de una familia muy grande, mi padre fue un médico cirujano importante que tuvo contacto con tanta gente. O sea, lo que más me interesa es la gente y, claro que fotografío, pero hago mi trabajo para la gente, para ver qué dicen, qué opinan. No creo que la gente tenga sed de identidad y que vaya buscando cosas de "yo soy eso", pero sí creo que el tener una historia tan elaborada nos gusta a todos, y eso nos unirá y nos dará la identidad.
En sus fotos sólo hay un perfil físico de la gente, cuando en el mismo Centro Histórico podemos encontrar de todo tipo. ¿No corre el riesgo de romantizar o folclorizar una idea del mexicano?
Yo fotografié muchas veces inconsciente. Eso es uno de los encantos de la fotografía, ahí el nivel intuitivo es enorme. Hay 80 mil fotos alrededor y tú decides tomar un reflejo de los aparadores. Así es y me encanta. Si bien hay zonas muy elegantes en el centro, Bellas Artes, la Ópera, el grueso de la gente, en términos numéricos, es ésta. (...) Es la clase media, baja. Una chica noruega va por Madero y Eje Central y le da vértigo. ¿Cómo pueden? Me dice. No sólo podemos, nos gusta estar entre mucha gente, te sientes que eres parte viva. No era que yo estuviera escogiendo un tipo determinado: era la calle, yo quería ir ahí donde me parece que es el territorio común y ahí estamos todos y nos pertenece a todos. Y quise siempre tomar fotos con respeto, hubo algunas que acabé sacando, como una pareja de jovencitos en la pirámide del Zócalo abrazados; me encantó la foto, pero era un momento de intimidad de ellos. Tú como espectador te metes en ese momento íntimo; no sólo yo fotografío, tú, espectador, lo ves. Quise ser cuidadoso, pero a la vez mostrar tal cual es, no esconder las cosas, porque no quiero construir una idea, sino lo que yo humildemente detecté en la calle.
¿Pide permiso a la gente para poderla fotografiar en la calle?
Cuando pides permiso se cambia la situación, te posan. A mí lo que me interesa es el flujo de la vida.
Tenochtitlan y las exposiciones llegan en un momento importante político e ideológico para México. Vemos cambios de nombres en calles, el retiro de esculturas, para negar o intentar borrar el pasado o el presente. ¿Otra vez nos preguntamos qué somos?
Decidí meter esta foto de la maqueta de la pirámide que se puso en el Zócalo para el quinto centenario de la Conquista, incluso ahí le pongo que es un proyecto de la 4T. Y se ven estas figuras prehispánicas, las vallas, policías, gente, todo me interesó. Hay gente que la ve y dice: "Oye, esta es una crítica feroz a la ignorancia. Estando ahí el Templo Mayor, que tú decidas hacer ahí una pirámide de tablarroca para proyectarle imágenes...". Pero también pasa, y eso es lo interesante de la foto, lo ven los chicos de la 4T y les encanta y se sienten orgullosos. Me parece fatal que hayan movido a Fidel (Castro) y al Che (sus estatuas, de una banca de la colonia La Tabacalera), eso responde a una historia. También me parece fatal que hayan movido a Cristóbal Colón (Claudia Sheinbaum), llevaba más de cien años esa estatua. Es nuestra historia. ¿Tú qué crees: que porque te llevas a Colón de ahí se borra la historia? Esta necesidad de la política, igualito que en la Conquista, de tirar todo para que se borrara.
No, las cosas no se borran. Esta idea de derribar las estatuas es absurdo y los políticos de todas las épocas lo siguen haciendo, el querer dar una visión de la historia que sea conveniente a tu movimiento, a tu partido. Desde el siglo XVI no aprendemos. No, la historia es conocimiento, hay que entenderla y eso nos da identidad en una dirección o la otra. Esta alcaldesa (Alessandra Rojo, de Cuauhtémoc) cobra una notoriedad, quiere ser presidenta, así son los políticos, pero cobra una notoriedad nefasta y le hace daño; es esta cosa arbitraria de yo ahorita tengo el poder. La sensación que me queda es la del nivel de ignorancia histórica y cultural de esta riqueza que tenemos y que los políticos quieren borrar. Por eso me agravia: la cultura es una fuente de información, a todos nos da una visión, es tolerante. Igual que la educación, no hay futuro sin educación. Los cuadros políticos se han empobrecido, en cultura lo notas. Eso de estrangular la cultura porque es territorio fifí, de ricos... No, la cultura es patrimonio de todos.
AQ