Bastarían su ligereza y su radical transparencia para llamar la atención sobre Si no sabes de mí, es porque estoy bien (Editorial Inefable), la primera novela de Rodrigo Solís, quien tiene un largo camino como pedalista, músico y guionista. Bastaría con esos atributos, pero resulta que exhibe otros: una voz —la del narrador y protagonista— que se traslada con versatilidad de la impersonalidad del registro médico al retrato de costumbres —colorido y de espaldas al melodrama—, del análisis introspectivo a la risa torcida ante la propia desgracia. Sin aspavientos ni mensajes a favor de la empatía y la resiliencia y todo eso, Rodrigo Solís nos conduce hasta las salas de espera —la casa familiar o la cama de hospital— donde la muerte fuma pelando los dientes.
Si no sabes de mí, es porque estoy bien es el relato de una agonía. ¿Quién narra? El hijo atribulado por el coraje y la culpa. ¿Qué narra? El inútil combate de su padre, y quienes giran a su alrededor, contra el cáncer. No se trata, sin embargo, y en esto consiste el brillo ininterrumpido de esta novela, de una despedida irrestricta. Mientras Don Rober transita de la sorpresa a la conciencia de ser ya un despojo, ese hijo-narrador va trazando el retrato, con unos atenuados matices, de un hombre que antepuso siempre su bienestar al de los demás, un chapucero y estafador, un maestro de la mentira y perfecto calavera cuyo único amor era una mesa de póker. Ese retrato de enormes claroscuros, que prodiga, a partes iguales, el cariño y el reproche sin alcanzar nunca una nota fuera de tono, termina por obrar un milagro: a pesar de sus desplantes de autosuficiencia y malcriado egoísmo, Don Rober termina ganándose la compasión del lector, más porque es una representación —torcida, es cierto, pero endemoniadamente auténtica— de la celebración de la vida que por su talante picaresco, de la estirpe de aquellos personajes que vagan con mirada huidiza por los reductos del poder.
La familia y sus armarios repletos de cadáveres continúa siendo un gran motivo literario. A la manera de Rodrigo Solís, es decir, con distancia y aun comicidad cortantes, la suerte del padre agónico que vio únicamente para sí mismo se planta ante nosotros como un modelo, quizá por imperfecto, de relampagueante humanidad.
Si no sabes de mí, es porque estoy bien
Cuerpo.....
AQ