Las bancas en un parque, en una calle, en una plaza son pequeñas sucursales del paraíso. Hechas de madera, con soportes de fierros, son lugares de descanso y de observación. En un universo de movimientos fugaces y veloces, una banca de madera, por lo general añosa y despintada, es una pequeña fortaleza.
En las bancas del barrio en que vivimos, puede ocurrir también que nos encontremos con algún amigo o conocido. Entonces esos tablones extendidos sobre una estructura de fierro se pueden convertir en una habitación al aire libre donde se desarrollan conversaciones, recuerdos, confesiones.

Lo que distingue a las bancas es que se trata de lugares donde alguien se detiene a mirar, a escuchar, a pensar en algo absurdo y propio. Es el lugar de los sueños. A veces todas las bancas de un parque están ocupadas y uno tiene que compartir alguna. Me ha pasado que cuando la gente me ve, con mi abrumador aspecto de tercera edad, se arriman un poco o me ceden la banca en un acto de piedad.
Algo de todo esto lo sabía Edward Albee, quien en su Historia del Zoo cuenta la historia de Peter. Su protagonista tiene la costumbre de leer sentado en una banca del Central Park de Nueva York. De pronto aparece un extraño llamado Jerry que empieza a hablarle. Ambos no pueden ser más distintos. Editor de libros de profesión, Peter ha seguido una vida sobria y ordenada. Eligió una carrera lucrativa y tiene una familia. Mientras tanto, Jerry ha tenido una vida de carencias y frustraciones. Su madre lo abandonó cuando era niño. No supo más de ella hasta que se enteró de que había aparecido muerta en un bar en Alabama. Peter y Jerry conversan pero no llegan a entenderse. Luego van a tener una pelea por la banca. En esa pelea va a aparecer el cuchillo que va a definir la suerte de ambos.
Unos años después de la obra de Albee, Jorge Luis Borges escribiría un relato que también ocurre en una banca, sobre dos personajes iguales y extraños.
El otro está situado en febrero de 1969, en el norte de Boston. El protagonista está sentado en una banca a eso de las diez de la mañana frente al río Charles. En el otro extremo de la banca de pronto ha aparecido alguien. Ese extraño se pone a silbar una canción harto conocida por él: “La Tapera”, de Elias Regules. Entonces, el protagonista, que tiene setenta años, reconoce la voz. Se da cuenta de que el joven que está sentado en la banca es él mismo, cuando tenía dieciocho años. Le habla y le dice que ambos son la misma persona en distintas edades. Cuando le quiere probar a su acompañante que se trata del él mismo, éste le da una respuesta inapelable. A lo mejor lo está soñando. Ambos están en una banca mirando al río que es el flujo del tiempo. Pero ellos están detenidos. La descripción que Borges hace de la marcha del mundo es tremendamente actual.
Lugar de sueños y de descubrimientos, en la realidad y en la literatura, una banca es un altar que busca detenernos y nos incita a mirar a nuestro alrededor. Vale siempre la pena sentarse a observar y a esperar.
AQ