Adolfo Castañón responde a botepronto a la pregunta de qué le debe México a Max Aub: “Por lo menos, un billete de lotería”. Es un toque de humor después de pasar toda la vida cerca del autor de Crímenes ejemplares y Jusep Torres Campalans gracias a la biblioteca de su padre.
“Este nombre de Max Aub era una cifra, un lema, unas sílabas que empecé a descifrar casi desde que empecé a leer, porque los libros de este señor estaban en la casa de mi padre, que era un gran lector y que hacía el boletín de la Secretaría de Hacienda”, recuerda, a propósito de la publicación de su antología de Max Aub ¿Dónde está la frontera del aire? (Bonilla Artigas Editores, 2025).
Casi como un niño que presume sus juguetes o estampas de álbum, Adolfo Castañón despliega ante el fotógrafo Juan Carlos Aguilar algunos de los ejemplares de la obra del escritor español nacido en Francia y exiliado y muerto en México, entre ellos la primera edición de Jusep Torres Campalans (1958) o la antología de la poesía de sus apócrifos que publicó Seix Barral. Mientras muestra también recortes de prensa, entrevistas y revistas sobre Max Aub (París, 1903-1972), Castañón advierte con deleite que solo llevó a su estudio una muestra de su colección “para la entrevista”.
“La casa estaba llena de libros de Max Aub, pero yo no sabía qué querían decir. Y el personaje me fue atrayendo poco a poco. A fuerza de escuchar, ver y releer algunas menciones me fui acercando, yo diría de manera casi fatal; como que no podía no toparme con Max Aub”, apunta Castañón.
Muchas de esas reflexiones sobre el director de Radio Universidad (1961-1966) y creador de la colección Voz Viva de México están incluidas como ensayos, artículos, cartas, diarios o entrevistas en el volumen de 664 páginas con selección y prólogo de Castañón, como los textos de José Luis Martínez, Elena Poniatowska, Alfonso Reyes, Angelina Muñiz-Huberman, Eugenia Meyer, Federico Álvarez, José de la Colina, Domingo Adame, Francisco Caudet, y el epílogo de Antonio Muñoz Molina, a quien un profético Max Aub, en un discurso ficticio, hizo miembro anticipado de la Real Academia Española.
Castañón expone la fotocopia de El Zopilote y otros cuentos mexicanos, la selección con la que empieza la aventura de leer a Max Aub, a quien el lector descubre también como guionista del cine mexicano de la Época de Oro, amigo de Luis Buñuel, con quien colaboró en Los olvidados, y codirector, con André Malraux, de L'Espoir o Sierra de Teruel, basada en la novela homónima del escritor español. Trabajó con directores como Julio Bracho en Distinto amanecer y Emilio Gómez Muriel en La monja Alférez. “Más que el teatro, lo más importante de Max Aub es su gran aportación al cine. Aunque le interesaba el teatro y sufría mucho porque no se representaban sus obras en México, en el cine tenemos toda una cantera, que no pude rescatar en ¿Dónde está la frontera del aire?”, admite Castañón.
El miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua apunta que la obra de Max Aub colinda con las culturas mexicana y española y con los exiliados que estuvieron muy comprometidos con México, como Buñuel, de quien se incluye en el libro un capítulo de las conversaciones que sostuvieron. “Max Aub fue un exiliado español que vivió en México, sus dos hijas nacieron aquí. Lo atrajo el pueblo mexicano de manera muy tenaz, pero no solo para hacer periodismo sobre los protagonistas de la época, sino que se puso a leer a los escritores, y no solo a leerlos, sino a sorberlos, a chuparlos, a deglutirlos, a canibalizarlos. Max Aub se fue mexicanizando de manera tal, que mucha de su obra tiene un centro de gravedad que incluye a México, que respira en la obra de Max Aub”, dice Adolfo Castañón.
Adelantado a su época, el autor de Campo de sangre también se sintió atraído por la criminalidad. “Era un hombre de teatro, de cine, de poesía, de acción; un peregrino, un poeta, un narrador y, sobre todo, un individuo curioso al que le interesaba, por ejemplo, algo que ahora está de moda: el crimen. Tiene Crímenes ejemplares (1991), libro en el que recorta noticias de la prensa y ordena casi sin retocarlas”, señala el narrador, poeta y ensayista, ganador del Premio Xavier Villaurrutia 2008.
En la entrevista que, por azar y humor maxaubiano, se concreta en vísperas del 10 de septiembre, día de 1942 en que Max Aub se embarcó en el Serpa Pinto para exiliarse en México, al que llegó por Veracruz otro jueves, el 1 de octubre de ese año, Castañón, que nació una década después, en 1952, habla con fascinación de la novela de 1958 que publicó el Fondo de Cultura Económica: Jusep Torres Campalans. “Es un hecho literario excepcional, porque es una novela que es a la vez la biografía de un pintor cuya pintura inventó Max Aub; hizo toda una armazón coreográfica, escenográfica, para inventar a un pintor que no existía y ponerlo a circular”, comenta sobre este libro que derivó en una exposición en Nueva York.
Como Fernando Pessoa, Max Aub creó personajes e incluso su discurso falso de ingreso a la Real Academia de la Lengua Española. José Emilio Pacheco, que sentía veneración por Max Aub, puso en manos de Castañón el libro de Seix Barral con unos poetas apócrifos cuyas biografías imaginó. “Era un jugador que estaba inventando heterónimos, escenarios, haciendo una propuesta literaria muy audaz. El Zopilote y otros cuentos mexicanos es un ejercicio de narrativa en el que hay textos dedicados a Juan Rulfo, José Revueltas, Octavio Paz. Pero, aparte, Max Aub encarnó y devoró la propuesta literaria de cada uno de esos autores. Dado el interés que tuvo por la cultura mexicana, es un tema de peso para nosotros porque es un maestro del que podemos aprenderle mucho”.

¿Qué llevaba a Max Aub a escribir: la imaginación o la historia?
Las dos, está mezclándolas siempre. Federico Campbell jugaba con ambas también, trabajaba haciendo ficción de la historia y haciendo historia de la ficción, cosa que también hace, por cierto, Angelina Muñiz-Huberman. La imaginación y la historia convivían en Max Aub. Por ejemplo, en Jusep Torres Campalans vamos a ver cómo inventa biografías y episodios de artistas del siglo XX y los hace revivir con anécdotas a veces falsas, a veces reales, que tienen que ver con su propia inventiva. Esto nos hace entender su amistad con Buñuel, que es de lo más interesante que escribió Max Aub, y que me permito reproducir en el libro.
Ese humor negro que ve en Max Aub me parece muy cercano al de Ramón Gómez de la Serna.
Tiene que ver con Goya, que ahora ha resucitado Jorge Juanes, con los esperpentos de Ramón María del Valle-Inclán, con Gómez de la Serna, con Gironella en la pintura. En otro contexto, con Carlos Fuentes. Y tiene que ver con esta idea de la figuración y desfiguración y corrosión por la caricatura. Por cierto, Alfonso Reyes tiene un lado que va por ahí. No es mala asociación la que usted hace con Gómez de la Serna. Y eso explica también por qué a un maestro muy querido, José de la Colina, le llamaba mucho la atención Max Aub.
En ese humor negro, ¿cómo entró México?, porque Max Aub publicó muy poco en España.
Pocas cosas, porque ya estaba de salida de España. Él había colaborado en periódicos, pero no publicó libros. Empieza a publicarlos aquí de forma muy accidentada y para darse a conocer de sus propios coetáneos; libros que tienen que ver con la circunstancia española, y artículos que tienen que ver más bien con la cultura mexicana, que fueron los que rescató Eugenia Meyer.
A eso voy. ¿De qué manera lo mexicano fue determinante en el humor negro de Max Aub?
Pienso que engarzó el humor que venía de España, que tiene que ver con Mariano José de Larra, y con Gómez de la Serna, que tiene un humor a veces crudo, goyesco, desgarrado, con ese otro humor desengañado, rudo, escalofriante, que tiene el mexicano, al que no le da miedo reírse de la muerte y vestir a los muertos con la ropa del carnaval. De Larra, que es el gran escritor satírico español del siglo XIX, tiene mucho que ver con este tipo de humor corrosivo. Max Aub podría haber estado en la Antología del humor negro de André Breton. Los surrealistas, todos, estaban tocando el pie del humor negro. No hay surrealista que no esté mordido o que no esté riéndose con esa risa.
Después de publicar esta antología, ¿qué le gustaría preguntarle a Max Aub?
Si no le dan ganas de ampliar o hacer una segunda vida de Jusep Torres Campalans, si no le gustaría volver a pintar los cuadros de Jusep Torres Campalans y darnos más. Sería bueno que algún cineasta se interesara en la vida de Max Aub para hacer un gran documental, que no fuera nada más un libro, sino una coreografía audiovisual.
¿Qué es lo que más le gusta de Max Aub?
Su escritura. Su capacidad de caracterizar ese diálogo entre historia, humor y literatura. Esta fusión entre teatro, máscara, una visión muy particular. Y también su concisión y profusión. Las variables de su humor, porque a veces puede ser negro, a veces ácido, a veces más generoso.
¿De qué manera el desencanto influye en su obra?
Totalmente. Max Aub es un hombre que trae el desencanto desde que salió de España y anda peleándose con el desencanto, pero al mismo tiempo toreando al desencanto y viendo de qué manera le saca filo. Mucha de su literatura está escrita afilando la punta del desencanto.
¿Cómo es el México de Max Aub?
Es un México plural, diverso, donde conviven la miseria, las buenas y malas pasiones y, sobre todo, el imaginario que nos empata con la España profunda. México está más unido con el subsuelo cultural de España de lo que se piensa y eso lo podemos asimilar o sacar como lección de la lectura de Aub, tan cercano a Buñuel. A los que dicen que España nos conquistó, estamos imbricados en lo mismo. Estaba muy cercano a Buñuel, tenían el mismo humor: desencantado, socarrón, hiriente y clarividente.
¿Qué le debe México a Max Aub?
Por lo menos un billete de lotería, para que tenga un toque de humor, ya no digo un billete de curso.
Por último, ¿en qué trabaja actualmente, de qué trata su próximo libro?
Próximamente la editorial Bonilla y Artigas dará a conocer dos ediciones en las que he tenido la oportunidad de participar. Una es la de los Ensayos y escritos sobre arte del poeta y crítico peruano Emilio Adolfo Westphalen, cuya edición ha preparado su hija Inés Westphalen Ortiz. Y bueno, tengo algunos otros proyectos en proceso, pero, al igual que Orfeo, prefiero no hablar de ellos antes de que salgan de los antros larvarios en que se gestan.
AQ