Cultura

“Para muchos, el Estado de México es ruina; para mí es también belleza”: Lucía Calderas

Entrevista

La autora mexiquense publica 'Nuestra gloria los escombros', un libro dispuesto como boca humana que indaga en la pérdida de la lengua y las huellas de la violencia heredada.

Lucía Calderas encuentra en la silla del dentista una extraña paz que pocos comprenderían. Tendida bocarriba, con la mandíbula rendida al aire, se entrega a esa extraña vulnerabilidad: una mano ajena armada con metal que hurga en su interior, mientras su mente flota libre en un espacio donde solo existe el pensamiento puro.

Una imagen similar inaugura su primer libro: Nuestra gloria los escombros (Sexto Piso, 2025). La estructura del libro imita una boca humana: treinta y dos textos breves, cada uno marcado con la nomenclatura odontológica. Es una disposición que permite a la lectora navegar el texto libremente, saltando a placer entre piezas dentales.

Según Calderas, cuando revelamos nuestros dientes —ese recoveco hecho de huesos y nervios— nos desnudamos ante el mundo, ofrecemos sin reservas cada capítulo de nuestra existencia.

Como dientes removidos de su sitio, los fragmentos del libro hablan de desarraigos, de personas obligadas a abandonar sus pueblos y palabras ancestrales que ya no encuentran bocas que las pronuncien.

La obra se construye sobre dos pilares: una bisabuela mazahua que camina sin zapatos por las calles de la capital tras perder a su padre en un acto de violencia, y la de su descendiente, cuya lengua ya no sabe formar los sonidos que moldearon el mundo de sus ancestras.

Calderas, quien nació en 1994 en tierras mexiquenses, combina la escritura con la actividad escénica de la compañía Yambao, un colectivo burlesque que indaga en las dimensiones corporales y artísticas del deseo. En este libro, la escritora sortea la autocompasión y la exotización de lo indígena. Describe su obra como “revuelta” y confiesa que hablar de ella sigue siendo difícil, “sobre todo por mi bisabuela”.


El libro está dispuesto como una dentadura. ¿Por qué elegiste esa estructura?

Fue un modo de ordenar lo fragmentario, pero también de pedirle al lector atención. No me gustan los lectores flojos. A veces nos acercamos a los libros con la expectativa de “¿qué me va a dar este libro?”. Yo quería que este libro respondiera: “¿qué me vas a dar tú a mí?”.

El libro aborda múltiples formas de violencia, pero también está narrado con ternura. ¿Cómo encontraste ese tono?

No quería quedarme con un discurso victimista de todo lo que nos ha pasado. Como sociedad estamos un poco atorados en el reconocimiento de la violencia, y lo importante es pensar qué viene después: qué construimos, qué palabras usamos. Creo que la ternura necesita ingenuidad, y la ingenuidad implica vulnerabilidad. Yo necesitaba esa voz, esa posibilidad de hablar de estas cosas sin quedarme en la herida. No me interesa que el libro termine cuando cierras la última página. Para mí, los libros de verdad empiezan después del final.

El texto está atravesado también por la lengua mazahua. ¿Qué relación tienes con esa herencia?

No me siento con derecho de hablar en nombre de la comunidad, y eso me problematiza. Parte de la historia es cómo mi bisabuela dejó de ser indígena —si es que eso es posible— y cómo esa identidad se abandonó. Tomé un par de clases de mazahua cuando vivía en Mérida. Es una lengua difícil, muy sonora, sin un alfabeto estandarizado. Cuando escuché la expresión “vocales heridas” me pareció profundamente poética y decidí usarla como metáfora, aunque lo hice desde el desconocimiento, con la conciencia de que mi herencia está marcada por esa violencia: la de no haber heredado la lengua, la de haberla perdido.

¿La escritura removió en ti un duelo identitario?

Todavía me mueve. Es un libro del que me cuesta mucho hablar. Sí hay un duelo, aunque no sé si exactamente identitario. Más bien estoy en un punto incómodo sobre quién soy. Hace poco leí una frase de Simone Weil: “hay que arraigarse en el desarraigo”. Quizás esa duda ya es en sí una forma de ser y habitar el mundo. Y me parece poderoso reclamarla como tal. No siento la obligación de regresar a mis raíces ni de convertirme en un ente modernizado. Estoy en medio, en la fisura. Y esa conciencia también es una forma de estar en el mundo.

Portada de 'Nuestra gloria los escombros'. (Sexto Piso)
Portada de 'Nuestra gloria los escombros'. (Sexto Piso)

En el libro hablas de tu escritura como un ensayo incompleto, con hoyos. ¿Qué significa esa definición?

Es una forma de reclamar el proceso. Soy un ser fragmentado y así planteo mis historias: con pedazos recogidos, inventados, remendados. Me acuerdo mucho que mi bisabuela nunca tiraba la ropa rota. No era acumuladora, pero siempre estaba remachando algo. Prefería cortar un pantalón nuevo para remendar otro con hoyos. Esa insistencia me parecía entrañable. Con la escritura hago lo mismo. Recupero fragmentos, veo qué queda después de los huecos o qué se revela en ellos.

Esa imagen de los remiendos conecta con las lenguas perdidas.

Mucha gente habla de esa pérdida con una naturalidad inquietante, como si se tratara de una anécdota sin peso. “Mi abuela hablaba maya, yo ya no”, dicen algunos, y detrás de esa ausencia hay historias igual de fuertes que la de mi bisabuela. Lo asumimos como un despojo sin emoción, como si habláramos de cualquier otra cosa, y sin embargo ahí hay historias valiosas que merecen remendarse.

¿Sentiste alguna responsabilidad al dar visibilidad a la lengua y a la cultura mazahua?

Lo que siento es miedo: miedo a cómo lo recibirá la comunidad. En el libro digo desde qué ignorancia escribo. Hay escritores como Francisco Antonio León, uno de los pocos mazahuas que publican libros bilingües, que son una inspiración enorme. Me hubiera encantado publicar este libro también en mazahua, pero hubo limitaciones económicas. Ojalá en el futuro pueda hacerse. Lo que más me interesa es cómo lo reciban las personas de la comunidad. Ellos son los lectores que más me importan.

Otro de los ejes del libro es la palabra “cuidados”. ¿Qué lugar ocupa en tu escritura?

Es un concepto extraño, a veces romantizado y a veces satanizado. Entiendo que a las mujeres se nos exija colectivamente esa deuda de los cuidados, y entiendo el poder de renunciar a ella. Pero, ¿quién puede realmente desentenderse del cuidado? También me parece vacía cierta narrativa que habla de cuidar sin asumir lo que implica. Cuidar significa cansancio, cuerpo, tiempo. A mi madre se le fueron muchos años cuidando a mi bisabuela. Y no digo “se le fueron” en vano, sino porque pasó literalmente años dedicada a ella. Cuando mi bisabuela murió, la vida de mi madre cambió por completo. El cuidado agota, ensucia las manos, pero es la única forma de sostener lo que tenemos.

¿Qué significa para ti el título Nuestra gloria los escombros? Es casi un verso, tan evocador como contradictorio

Pensaba en una manera de representar lo que el Estado de México significa para mí. Cada vez que estoy ahí siento miedo, pero también una pertenencia y una belleza incomparables. El título busca honrar esa caricaturización que se ha hecho de la gente del Estado de México. Para muchos, ahí solo hay ruina. Yo quise rebelarme contra esa idea. Lo que ocurre ahí es glorioso y terrorífico al mismo tiempo. El título intenta reflejar esa ambigüedad.


ÁSS

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Ángel Soto
  • Ángel Soto
  • Periodista cultural y escritor. Es editor digital de Laberinto, el suplemento cultural de MILENIO, donde escribe sobre literatura, música y cine. Sus textos, fotografías y poemas han aparecido en la Revista de la Universidad de México, Langosta Literaria, Punto de partida, Algarabía Niños, Picnic y Yaconic. Es creador del podcast y newsletter "Tinta y voz".
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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