1. Amas de casa que escriben
Agatha Christie nunca se asumió como una escritora profesional (por la época), si lo hacía, se arriesgaba a recibir severas críticas por descuidar sus obligaciones domésticas y/o maternales.
Carmen Villoro —y yo —no tenemos ese problema, (qué poca) entramos en la categoría —según la SOGEM —de “amas de casa que escriben”: dícese que son estas las que instruyen en la domesticación, es decir, las que transforman y traducen los riesgos y peligros de la cotidianidad en textos literarios que pueden leerse en la comodidad de la casa después de terminar de hacer el quehacer.
2. Acumuladores
Carmen, atrevida, escribe un inventario absurdo de los títulos de su biblioteca. Y admite y confiesa que un porcentaje de los libros que la conforman no los ha leído, (para su información se les dice acumuladores, pero dejémoslo en “atrevida y valiente”), al mismo tiempo, impertérrita, Carmen se sale del porcentaje de escritores que no nos atrevemos a admitirlo (yo conforme avanzo en la lectura de No estás tú para saberlo, acumulo mi admiración hacia la autora), si paso por alto el pequeño detalle de que no se atreve a confesar si compró el libro El cuidado de los perros chihuahueños.
3. Cómo hacer palomitas en microondas
La guerra está declarada a los aparatos electrónicos, a los electrodomésticos y a todo lo que se le parezca, supongo que por eso el libro abre con un instructivo para consultar instructivos, pero en el fondo Carmen sabe que la vida es urbana y es simple, como decía Oliverio Girondo, y estos textos nos hacen comprender que la vida es tan simple como hacer palomitas en el microondas.
4. Papelito habla
Si hubiera que definir el género de los textos de No estás tú para saberlo (Typo taller, 2025), no sé si lo ubicaría entre una columna de opinión —impresa— en un periódico o en ese mismo periódico en la sección de quejas de los lectores, puede ser un recetario de cocina o un libro de superación personal que supera ese tipo de libros, un diario, una biografía, o bien definirlo definitivamente como un manual —anual— para cumplir los deseos de año nuevo, al fin de cuentas siempre aparece un sabio y simpático consejo que nos ayuda a solucionar adversidades como ir al baño en un autobús, compadecer a los calcetines que perdieron a su pareja y se sienten extraviados, proporcionándoles no otra nueva pareja sino otros nuevos mundos.
5. La mera verdad pues sí
En la ciudad de Monterrey, la mayoría de los adolescentes que se han acercado al libro se identifican con el texto titulado “sin cabeza” (página 19). Yo recuerdo que mi madre me decía: “No se te olvida la cabeza nada más porque la traes pegada”, frase derivada del típico consejo-regaño maternal: “¿Pues en dónde traes la cabeza?, que nos decía cuando andábamos descuidados o dubitativos, o sea casi siempre.
La manera en que Carmen Villoro jinetea (sin cabeza) el lenguaje nos lleva a tener descubrimientos como el de que uno se cansa por pensar en hacer ejercicio, entonces toma la decisión saludable de no pensar en hacerlo —yo, por ejemplo, descubrí que no voy a dejar de fumar porque no fumo—, también descubrí que Santa Claus no existe.
6. Pobre (de mí)
Allá por los rumbos de la página 77 me doy cuenta de que Carmen es psicoanalista, chin… ¿Perderé permanencia? ¿Pronostiqué pausadamente probables problemas? ¿Prevalecerán principalmente paranoias? Ponderándolo: pido perdón por procurar poner palabras productivas, palabras particulares.
7. La contemplación sin prisa del paisaje
No hay discusión (aunque discutir es excitante), este libro didáctico y tonificante es —pongámonos cortazarianos— como una instrucción para usar las escaleras eléctricas, usted nomás dé un paso y solito, así, sin más, subirá o bajará, eso sí, ubique su centro y contemple, como Carmen, lo risueñas que son nuestras vidas.
AQ