Cultura

Julio Trujillo: la voluntad de revelar el sentido de las cosas

Poesía en segundos

No cabe la menor duda de que, para el poeta celebrado ‘post mortem’, hubiese sido mucho mejor recibir una valoración decisiva en vida.

Resulta tan injusto como chocante que la muerte de un escritor sea motivo inesperado para el reconocimiento de su obra. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿por qué, si este autor es ahora tan estremecedor como un “terremoto”, no lo fue antes? No me cabe la menor duda de que, para el poeta o el narrador celebrado post mortem, hubiese sido mucho mejor recibir una valoración decisiva en vida y, quizá, esto hubiera contribuido, no sólo a que tuviera una existencia más plena, sino a evitar un desenlace trágico, como el que observamos, tristemente, en Julio Trujillo. Pero, dejando de lado el hecho lamentable, creo que vale la pena tratar de entenderlo en su dimensión actual.

Conocí, de manera suficiente, a Trujillo. No como amigo ni compañero de escuela o trabajo; ni siquiera como los conocidos que se encuentran, con cierta frecuencia, en un café o un bar. Lo conocí en los corredores invisibles de las lecturas, las pláticas y los rumores, buenos y malos, de la nueva poesía mexicana. Todo ello ocurría en el espacio bullicioso de Vuelta, Letras Libres, La Jornada Semanal, Revista de la Universidad, el FCE y en el mundo de las pequeñas editoriales... Allí nos encontramos virtualmente muchas veces y, de manera viva y directa, en algunas pocas ocasiones, en las que nuestro trato fue amable, pero frío y distante. Las galerías banales y oscuras de la cháchara literaria nos apartaban. Él encarnaba un joven decidido y, más que un autor en ciernes, era, por lo menos en términos prácticos, una promesa en pleno despliegue. Su primer libro, Una sangre, publicado en la colección Tristán Lecoq de Trilce, mereció un comentario entusiasta del crítico Guillermo Sheridan —lo llamó “Un joven clásico”— y, aunque no era una opinión generalizada la caracterización, la reseña destacaba con razón a un joven talentoso. Su actividad, en los siguientes años, mostró la constancia de su vocación y señaló, al mismo tiempo, su presencia en el poder literario, siempre postizo.

¿Qué es lo que encontramos en su poesía? Una voluntad de revelar el sentido de las cosas (piedra, mar, manzana, limón...); pero, así como las toca, las pierde. Aquí y allá luminosidades: “Mar adentro, el mar se bate con el mar”; o “No estoy aquí sino en la cosa”. Versos precisos y vigorosos. Pero los poemas, como poemas, están dispersos, se diluyen en una rapsodia afectada. En el libro La burbuja hay saltos elevados, como cuando dice “Una mafia es nosotros, contra yo”. Lo epigramático resurge con fuerza y es lo suyo; pero, constantemente, abandona la precisión cortante por el artificio, por el jeroglífico, “el filo por el mango” —como él mismo dijo. Debería haber concentrado sus composiciones. Habría conseguido poemas certeros y completos. Juan Domingo Argüelles lo incluyó en su antología con uno de esos textos indudables, “Ella y él”. Me pregunto si Trujillo tiene la consistencia de Bautista, Helguera, Noyola, Bojórquez y Rivera. A su manera, la tiene; aunque carezca de poemas “redondos”. Pero eso, que le importaba a Villaurrutia o a Gorostiza, no importa en nuestro tiempo.

AQ

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Víctor Manuel Mendiola
  • Víctor Manuel Mendiola
  • Víctor Manuel Mendiola, poeta, ensayista y editor, dirige desde hace cuarenta años Ediciones El Tucán de Virginia. Ha publicado Tan oro y ogro (poesía) y El surrealismo de Piedra de sol (ensayo).
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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