Cultura

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A fuego lento

La trama de ‘Cuerpos sin nombre’, de Imanol Caneyada, ocurre a través de la voz de una mujer de 22 años que ha desaparecido y observa el derrumbe lento y sin remedio de sus padres y su hermano.

Las novelas de Imanol Caneyada pertenecen a esa zona blanda donde la denuncia suple a la imaginación, como si la literatura fuera tan solo una corre-ve-y-dile de la militancia. En ocasiones, adoptan un cariz noir, tan en boga en España y América Latina; en otras, ocupan el espacio que la indignación ha cedido para concentrarse en las calles y en las redes sociales. Como habría de esperarse, son bienintencionadas y manifiestan un abierto interés por los males —o infamias— del presente: narcotráfico, niños mendicantes, expoliación de los recursos naturales, trata de blancas… Le ha llegado el turno a las desapariciones forzadas que hacen ver a las autoridades judiciales y políticas como histriones balbuceantes o santones.

La trama de Cuerpos sin nombre (Tusquets) toma forma ante nosotros a través de la voz omnipresente y omnisapiente de una mujer de 22 años que ha desaparecido y observa el derrumbe lento y sin remedio de sus padres y su hermano desde una suerte de limbo administrativo. Sí, administrativo, pues la burocracia, los servicios forenses, los propagandistas del gobierno —reducidos a cuerpos de papadas y vientres hinchados y extremidades cortas, igual que sapos—, miran hacia otro lado, mientras los colectivos de madres buscadoras hacen lo único que ya están condenadas a hacer. Eso es Cuerpos sin nombre: no un “rostro nuevo” del hiperrealismo —así reza la solapa—, sino otro producto de un género que proclama el valor utilitario, y aleccionador, de la literatura: si no sirve a una buena causa, entonces obedece al apetito egoísta.

Los nobles motivos no dan obligadamente buenas novelas, y menos todavía cuando se expresan mediante una redacción apenas correcta, hecha para el desplante melodramático (“me dejaste sola, sola, me oyes, sola”). Qué ofrece Imanol Caneyada: alegorías, nunca personajes, sujetos que responden al nombre de Padre, Madre, Hermano, Amigo Nuevo, y, por supuesto, un mensaje final de insubordinación cuando, al final de la novela, un fiscal sostiene: “La única forma de violencia que debemos erradicar sin titubeos es la que ejercen las víctimas”.

Así las cosas: novelas para lectores que no esperan otra cosa que andar por sus lugares conocidos, novelas para hartarse de documentalismo, novelas para el interés general, novelas para consumirse como papillas tibias.

AQ

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Roberto Pliego
  • Roberto Pliego
  • (1961) Cursó Letras Hispánicas en la UNAM. Fue subdirector de la revista Nexos. Autor de La estrella de Jorge Campos y 101 preguntas para ser culto, es editor de Laberinto.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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