El drama griego sobrevive mejor que la comedia. Prefiero al Shakespeare dramático que al cómico. A veces me pregunto si el humor tiene fecha de caducidad.
Ahora estoy leyendo relatos de un personaje que “hace las delicias de chicos y grandes” en Bulgaria. O quizás ya no tanto. Se trata de Bai Ganio, creado por Aleko Konstantinov a finales del siglo diecinueve. En el clímax del humor, durante un velorio, Bai Ganio “colocó el pulgar de su mano derecha en su fosa nasal derecha, torció los ojos y la boca ligeramente hacia la derecha, inclinó la cabeza hacia abajo y sopló tan fuerte como pudo por la fosa nasal izquierda. Luego se llevó el pulgar izquierdo a la otra fosa nasal y volvió a echar todo lo que tenía”. Tampoco es jocoso verlo comportarse como un orate cuando va, sucio y apestoso, a los baños públicos. En plan de don Juan, Bai Ganio carece de la más elemental picaresca.

Es difícil que el libro Museo cómico, de 1864, saque una sonrisa al lector de hoy. Un ejemplo: Hablan dos niños: “¿Sabes tú, Paquito, por qué dan en los cafés dos huevos siempre juntos?” “Sí.” “Pues dímelo.” “Mira: dan siempre dos, para que a lo menos salga uno fresco.”
Ciertas comedias se adaptan para el teatro de hoy, pues hay cosas que ya no tienen gracia o, teniéndola aún, ya no son correctas.
Muchas veces el humor es un acto de equilibrio. Un mal traductor lo puede estropear.
El humor, para sobrevivir entre tiempos y culturas, ha de ser inteligente, no chistoso. Para muestra basta Don Quijote, aunque hay momentos en que no toda sensibilidad le dedica una sonrisa, como en las varias escenas de vómitos o cuando a Sancho le viene el “deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”.
Dostoyevski tuvo suerte diversa cuando intentó el humor. En El cocodrilo narra la historia de un funcionario que es tragado por uno de estos reptiles y tiene que vivir ahí dentro. No es un buen texto porque busca ser chistoso. En cambio, en Una historia enojosa habla de un alto funcionario que decide ir a la fiesta de boda de un subalterno y acaba por estropearle la noche. El cuento tiene mucha gracia porque antes que un chiste, es un relato sobre la imposibilidad de que exista armonía entre las clases altas y las bajas.
Chéjov sale airoso con el humor y el drama. Llega a hacer humor con el asesinato y la impunidad. Por ejemplo, aquel cuento en el que el dramaturgo mata a la aprendiz de escritora porque no tolera su mala escritura, y el jurado lo declara inocente.
El público de teatro siempre presenció con risas El inspector, de Gogol, y un siglo después, antes que hacerse vieja, la obra rejuveneció y se volvió más graciosa durante la era del comunismo, en países como Polonia o Checoslovaquia, porque fue un espejo de la corrupción soviética, la cual no tenía ninguna gracia.
AQ