Además de los temores que me surgen en el proceso de traducir —dígase, por ejemplo, los de no alcanzar a ver el reverso del lienzo del lenguaje en que emergió originalmente un texto—, siempre lo acompaña una sensación de peligro que, para bien o para mal, terminará arrojándome a la experiencia del viaje imaginado, y con el viaje la aventura, bastante real, aventura de lenguajes en cuyo transcurrir no está exenta la posibilidad del combate.
Una gran diferencia en los derroteros que se emprenden al traducir radica en la elección entre un autor muerto o uno que aún vive. Yo elegí traducir a un poeta vivo: Alfred Corn. Con este poeta he mantenido un vínculo amistoso de varios años y una abundante correspondencia epistolar que, en su mayor parte, se nutrió en el tiempo con el intercambio de vivencias, más que literarias, surgidas de los estados existenciales del uno y del otro; así fue durante un largo periodo con Corn, hasta que decidí traducir uno de sus poemas. Dio inicio entonces el viaje y la aventura de la traducción, y en este caso, al tratarse de un poeta vivo, Alfred Corn pasó a ser la fuente de consulta primera en mi propósito.
Un día, envalentonado por el pacto amistoso desde hacía años, envié a Corn mi traducción a uno de sus poemas, “The Adversary”, en cuyos primeros versos se advierte un hilo verbal paisajístico.
En la fría primavera, un ave de paso, una especie
que no reconoces te precede, igual
que las colinas se repliegan en el atardecer
o en la niebla, diluyéndose
en torno del último color. Qué habría dicho yo:
que al corazón empeño le faltaba, y que así
a los últimos vestigios solo el lodo los consuma, un propósito
fallido.
Apartado en la casa de tus pensamientos
no oyes nada.
Su respuesta fue: “pinta el poema”.

Dos veces he visto a Alfred Corn en persona: a finales del mes de julio de 1999, en la Ciudad de México, a donde llega para ofrecer una lectura de su poesía. Me lo presenta la poeta y novelista Jennifer Clement, quien me había dado a leer unos poemas sueltos de él y me había sugerido traducir uno de ellos, “The Band”. Identifico en la presencia del poeta una bravura poco común, como si se mostrase solícito —¿por modestia y afabilidad?— a convertirse de golpe en árbol o caballo. La naturaleza está en sus palabras, y al aparecer en su voz lo transfiguran. Unas semanas después, lo vuelvo a ver en San Miguel de Allende, Guanajuato: destellos amistosos del uno y del otro, y mi tosca opinión a sus poemas. Nos despedimos. Posteriormente intercambiamos mensajes muy esporádicos que se van diluyendo con el paso del tiempo hasta casi conquistar el silencio. Mientras tanto, desde la porción de distancias que me corresponde, leo algunos libros suyos, y en su poesía creo reconocer de manera implícita la declaración-postulado del verso de Walt Whitman: “And what I assume you shall assume”. En sus poemas todo es un ir y venir de resonancias que terminan por desvanecer el rastro de sus ascendientes, para dar paso a una voz decantada y única, controladamente fosforescente: “la forma es legión”.
El 12 de agosto del año 2001 muere ahogado en el mar el poeta Manuel Ulacia, gran amigo de Corn, y Jennifer Clement junto con otros amigos me encomiendan que le dé notificación del deceso. Reanudamos comunicación Alfred y yo, y sin que pase mucho tiempo la comunicación se va precipitando de nuevo hacia el silencio. Cinco años después, recibí un mensaje del poeta, en el que me pedía le diera noticias de mí. Respondí: “Crisis. Ahora la pintura lo ocupa todo”. Contestó: “asunto delicado es la sensibilidad de un artista”. Yo le pregunté cómo iba su vida. Me respondió: “¿La vida? La vida es árbol, caballo, sueño, amanecer y el hombre”.
Huérfano de madre a los dos años de edad, Alfred Corn tuvo una infancia no exenta de dificultades, pero privilegiada por su contacto con la naturaleza (¿ciervos, castores, zorros, pinos, robles, arces?), con los bosques y lagos del estado de Georgia; por su contacto con los libros, aliciente para emprender peregrinaje (¿no es para la poesía el peregrinar la vía más recta y a la vez la más anchurosa?), hacia el futuro, hacia otras ciudades, otros países, otros mundos: Nueva York, París, Canadá, Inglaterra, Italia, Austria, Polonia, Hungría, Argentina, España, México. Cada viaje, cada estancia, van ensanchando el camino, la mirada, el sonido, y como “fragmentos a su imán” se congregarán en el cauce que ha elegido para su poesía, que rehúye de las angosturas temáticas, cualidad que se manifiesta contundente ya en sus primeros libros All Roads at Once y A Call in the Midst of the Crowd.
¿Y quién dijo que la orfandad no abre también compuerta para ser legión?
En el año 2010, le envié un mensaje al poeta en el que le hice una confesión: he empezado a traducir otro de sus poemas, en esta ocasión un poema extenso titulado “Diario de Oregón”. Le hice llegar por mensaje electrónico la primera estrofa:
Al atardecer las olas son puro vaivén,
cuando la marea repunta, y el derrotado ojo se retira
a echar ancla en la escollera. Vacante de agua,
el pie del arrecife era un seco paisaje marino
de anémonas verdes y un banco de mejillones azul acero
crujiendo en el dolorido torrente del aire.
Los depredadores, las estrellas marinas oro
y rosa hígado caían en posturas de danzantes a los rocosos
charcos, estampándose en las costras de percebes.Ahí estás ahora,
magnificada por el tiempo, observando;
tu expansiva cabellera se agita, se esparce.
Recogiste una concha de mejillón vacía, pareada aún,
y me ofreciste la mitad, una vieja y deslucida cucharilla,
su diminuta concavidad perlada de grisáceos arcoiris.
Algo en tu semblante o en la tenue luz
me dice que no siempre estaremos juntos.
Su respuesta en mucho es similar a la del envío del primer poema traducido años atrás: “sigue traduciendo como si pintaras”.
En 2016, a razón de la publicación de una selección de mis traducciones a sus poemas en formato libro tuve oportunidad de realizar por escrito varias entrevistas a Corn. Despliego e intercalo ahora algunas de mis preguntas y las respuestas del poeta.
En una de ellas le pregunté cómo veía el presente. Me contestó:
—Como un incendio forestal.
Le pregunté sí, como alguna vez aludió Seamus Heaney, en tiempos de incertidumbre había que consultar al lenguaje.
—El lenguaje no basta. Yo mejor consultaría a Dios.
Le pregunté: —¿Una obra de arte, un poema, una pintura, una composición musical, si lo son a plenitud son siempre ominosos?
Replicó: —Hay obras de arte celebratorias.
Le pregunté: —¿Si te hubieran dado a escoger entre el amor o la poesía, qué hubieras elegido?
Admitió: —El amor. Aunque es raro, porque yo no tengo un amor, yo tengo a la poesía.
Le compartí un sueño en el que yo y otras personas aparecíamos como imágenes flotantes por encima de una carretera infinita. Su comentario a lo que le conté fue:
—Uno se despierta al mundo de los sueños. El sueño es el reino donde encontramos nuestro ser más profundo. Hay un río subterráneo que conecta a México con Rhode Island. Podemos beber de esa agua cuando queramos.
Harold Bloom escribió respecto al libro de Alfred Corn A Call in the Midst of the Crowd (Un grito en medio de la multitud), de 1978: “Se trata de una extraordinaria e indispensable continuación en la tradición de poemas fundamentales y visionarios, que abarcan desde ‘La ciudad en el mar’, de Poe; ‘Cruzando en el ferry de Brooklyn’, de Whitman, hasta ‘El Puente' de Hart Crane’ y ‘Autorretrato en espejo convexo’ de John Ashbery. Corn alcanza una destreza y una resonancia totalmente dignas de sus predecesores”.
A ese segundo libro del poeta que suscitó el comentario de Bloom, se le han sumado más de veinte hasta la fecha. Entre ellos The Various Light, Notes from a Child of Paradise, Present, Contradictions, Tables y las novelas A Part of His Story y Miranda's Book.
Anota Wikipedia que a su obra se le relaciona con la de los poetas agrupados bajo el nombre de Nuevos Formalistas. Yo le pregunté, en otra entrevista, en dónde se ubicaría él, me respondió escuetamente:
—Si tuviera que situarme literariamente diría que me siento cerca de algún tipo de neorromaticismo.
Entonces le pregunté:
—También se ha escrito de tu poesía en relación a la de Walt Whitman o Hart Crane. ¿Qué tan consciente eres de este vínculo?
—No es una pregunta que pueda responder con un sentido irrevocable; en cambio, sí como parte de un proyecto al que el lector y los críticos podrían dar continuidad. Es acertado decir que admiro la habilidad poética y el contenido parafrasístico en la poesía de Whitman y Crane. Y que me dio aplomo el saber que ambos habían escrito acerca del amor entre hombres.
—Encuentro más familiaridad de tu poesía, por su insistencia y disposición a la memoria de lo cotidiano, con poetas como Thom Gunn. En la de ambos veo puntos de confluencia: la apelación constante del tiempo sobre motivos que parecieran no ser relevantes en la percepción de una forma de realidad histórica.
—La tradición poética angloamericana difiere de la tradición latinoamericana respecto a que presta mayor atención a los hechos de la vida diaria. Se trata de una tendencia que empieza con Alexander Pope y continúa con William Wordsworth y Walt Whitman. Es también una práctica muy evidente en poetas como Elizabeth Bishop, Philip Larkin y Thom Gunn. Si fuésemos marxistas convencidos reconoceríamos que cada hecho cotidiano se conecta con la historia y con la lucha de clases: desde el café con que acompañamos el desayuno, hasta la arquitectura de la casa que habitamos, o las reseñas de libros que leemos.
—Leyendo algunos de tus poemas, y al intentar traducirlos, he recordado la poesía de Elizabeth Bishop. ¿Qué peso tiene en tu obra la de esta poeta?
—Fue una influencia importante. ¿Qué admiro de su obra? La facilidad conversacional en poemas que se rehúsan a la rigidez y a la arrogancia retórica de gran parte de la poesía tradicional. Sus poemas suenan a que han sido “dichos” por alguien generoso e inteligente. Bishop era extraordinaria trasladando sus impresiones visuales a lo verbal, utilizando metáforas directas que imprimen en la mente del lector el objeto observado. Sus temas acusan una amplia gama de considerandos: el nivel de los sueños, de la naturaleza, los viajes, la historia, el amor, la pérdida, el dolor, y por supuesto la identidad. Su orientación sexual no era del todo aceptable en su época, lo cual añadía dificultades a la dificultad misma de ser artista mujer. Admiro su actitud heroica frente a esas dificultades.
—Los temas de tu poesía, Alfred, son abarcadores, como si todo: seres y objetos, lo mundano y lo espiritual, lo material y lo abstracto, emociones e intelecto, fluctuaran a la par de un solo centro energético.
—Desde mis años de juventud tuve claro que quería evitar ser un poeta ceñido a un solo objeto y a una sola forma de aproximación. Whitman dijo: “contengo multitudes”. Yo quise dar expresión a todas las facetas de mi ser. Fernando Pessoa recurrió a los heterónimos a fin de dar cuenta de sus distintas identidades. Yo he firmado mis poemas con un solo nombre.
Articulo una última pregunta antes de despedirnos:
—¿Podríamos ser héroes en esta época así fuera solo por un día, una hora, un instante, Alfred Corn?
—La jaula se abrirá en cualquier momento y el pájaro volará y encontrará su infinito —me respondió.
La selección de los poemas de Alfred Corn que traduje aparecieron como libro primero en España, en 2016, con el título Rocinante, bajo el sello Chamán Ediciones; y en 2017 en México, con el título San Antonio en el desierto, en la editorial El Tucán de Virginia.
En agosto de 2018 le mandé a Corn un mensaje contándole un sueño que había yo tenido: “el mar, un viento suave, una mujer danza en la playa. De repente todo se vuelve azul eléctrico. Enseguida el escenario cambia abruptamente: el bosque, un cervatillo entre los arbustos. Todo se disuelve en la luz solar del infinito”.
Me respondió: “...como muchos han dicho, la vida es una locura, una tragedia es un sueño”.
En mi memoria, el recuerdo de Alfred Corn emerge muchas de las veces en situaciones en que me hallo cerca de la naturaleza. Así, por ejemplo, las pocas veces que me acerco al mar, para contemplarlo o para pasear por alguna playa. Rehúyo de las interpretaciones sicoanalíticas. Prefiero las sugerencias que encuentro en la poesía del poeta: “El océano dice que el pasado es un proyecto / con segunda parte”.
AQ