Cultura
  • Sobrevivió a las redadas, el sida y los aplausos: los tacones altos de ‘La Gorda’ Espejo

Espejo conjugó su activismo con su vida en el espectáculo, rompiendo moldes y desafiando estereotipos |  Milenio

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov. En tiempos del sida y la DFS, formó parte del Grupo Orgullo Homosexual de Liberación.

DOMINGA.– “El que no es mariachi es maricón”, así lo aseguran algunos abuelos con evidente ánimo de desventura. La conocí girando sobre su espalda, usaba tacones de plataforma y un vestido de noche que jamás cedió ante la presión de tal hazaña. Su rutina de stand up ‘Los panditas’ marcó a una generación de personas diversas en busca de un rincón para beber y reír.

Pero Roberto Espejo, mejor conocido como La Gorda Espejo, no corrió con la misma suerte que mi generación. Los enfrentamientos –a veces físicos– con la policía, los hospitales, la iglesia y las escuelas fueron su cotidianidad. Y por eso escucharla contar su historia es mirar al pasado a través de una ventana donde el sida, las redadas policiales y el trabajo periférico –mayoritariamente sexual–, marcaban irreductiblemente tu destino y, en el mejor de los casos, tu personalidad.

El 20 de mayo de 1982, un grupo especializado de policías que servían como espías del saliente gobierno de José López Portillo, abrió carpetas de investigación clandestinas en contra del Grupo Orgullo Homosexual de Liberación (GOHL), un pequeño contingente de lesbianas, homosexuales y personas trans que se organizaban para protestar por sus derechos en el centro de Guadalajara, Jalisco.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
'La Gorda' Espejo junto a su madre | Cortesía

En respuesta a dichas actividades, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) comenzó la carpeta de investigación en contra de GOHL a partir de que su fundador Pedro Preciado Negrete fue invitado por el PRI a participar en un debate, en el que Negrete tendría apoyo del PT. El título de aquel evento, que culminó en una persecución clandestina, donde se reportaron agresiones con bombas molotov, intervenciones telefónicas y correspondencia, fue el siguiente: “La postura que el PRI tiene frente a la participación política del homosexual y la lesbiana”.

La persecución en contra del GOHL fue uno de los primeros intentos por inhibir movimientos a favor de los derechos civiles de la comunidad LGBT+, cuyas actividades incluían el reparto de anticonceptivos, refugio para personas en situación de calle y volanteo con información política de sus actividades. Debido a esto fueron objeto, no sólo de espionaje, sino de extorsión y violencia.

Entre las víctimas, estaba La Gorda Espejo, una transformista, activista y actor, una leyenda en el ambiente nocturno que aprendió a correr con tacones para sobrevivir de la represión.

Hoy la ciudad permite que Roberto deje de correr. Y en vísperas de su homenaje en La perla del Occidente, donde Roberto Espejo será galardonado por sus 40 años de activismo, lucha y arte, entregado por el mismo gobierno que años atrás lo perseguía, acepta esta entrevista para DOMINGA . “Te conocí en el Condado. Me dijiste que estaba como te gustan, ‘malhechote’ (sic)”, le digo al teléfono y ríe. “Jé. Uy sí. Hace muchos años de eso”, dice y me pide tiempo para sentarse.

La Gorda Espejo nace en una ciudad ávida de libertad

A inicio de los ochenta, en Guadalajara, mientras las calles eran recorridas por violentos policías preocupados más por los atuendos nocturnos que por la seguridad, Roberto crecía en el seno de una familia católica, dedicada al campo, en una casa del barrio de Oblatos, que le daba nombre al viejo penal famoso por el renombre de su autor Xavier García de Quevedo.

Era un adolescente que se miraba por primera vez al espejo maquillado de mujer. Frente a él, la imagen no era todavía la de un ícono del transformismo tapatío o el de una afamada travesti, no. Su imagen era la de un niño asustado, perseguido por los fantasmas de una sociedad que castigaba la diferencia, lo afeminado.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Espejo buscó tuvo que abrirse paso en un territorio que castigaba a las personas por expresar su identidad | Cortesía

“La primera vez que me vi dije: ¡qué cosa tan espantosa!”, confiesa entre risas. “Pero también me quedó una frase, la de un amigo que me miró después y que no se me olvidará jamás: ‘pareces mujer… puta pero mujer’”, recuerda vívidamente con una mezcla de vergüenza y orgullo, la noche que usó maquillaje por primera vez.

Desde aquel instante, Roberto pasó a segundo plano y aparecieron las diferentes maneras que usó para ser nombrado. Carmelita fue al que más se aferró. Pero su historia y la de una ciudad ávida de libertad pronunciaron su verdadero nombre: La Gorda Espejo.

Como era de esperarse en una familia conservadora, donde el matriarcado regía la casa y la norma era la vergüenza, la marginalidad del transexual se hizo presente. Desde pequeño, su expresión de género fue vigilada y corregida. “Párate derecho, camina bien”, eran frases más frecuentes que los rezos. En su casa, incluso lo vestían de niña como castigo. “Porque sólo las niñas lloran”, le decían.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Roberto combino la Ingeniería en Comunicaciones Electrónicas con estudios técnicos en teatro | Cortesía


A los 11 años, su familia se mudó a la colonia Independencia. Su padre pensaba que la nueva zona traería mejores influencias. Pero lo que no cambió fue el rechazo. Ni siquiera cuando Roberto encontró su vocación: el teatro. Ingresó a la Preparatoria No. 2, donde en secreto tomaba clases con Rafael Sandoval. “Ahí hice mis pininos”.

Aun así, el acoso escolar fue insoportable: amenazas de muerte, insultos, humillaciones. Abandonó la preparatoria antes de terminar. Más tarde, estudiaría Ingeniería en Comunicaciones Electrónicas en un bachillerato tecnológico, combinando sus estudios técnicos con el teatro.

Fue un amigo, un par de años después de aquel encuentro con el espejo, quien lo animó al transformismo por primera vez. Después de regresar de Los Ángeles, donde éste trabajaba en bares gay como showman, lo invitó a su casa. “Con unas copas encima, me animé. Me maquilló y cuando me vi en el espejo me quería morir. Me sentía otra vez como un oso peludo disfrazado de mujer, pues imagina que llegué a pesar más de 100 kilos”, dice. “Pero luego me picó el ego”.

Ese primer acto de transformismo fue en una fiesta privada. Su amigo le pidió cubrirlo entre número y número durante un show y lo convenció: “Si no te vistes de mujer, los muchachos no van a querer bailar contigo”. Así, sin darse cuenta, Roberto debutó en un mundo que lo haría leyenda en el ambiente nocturno tapatío.

“Todo empezó en lo privado. Pero al poco tiempo ya estaba en antros, bares, haciendo shows. En los años ochenta había una efervescencia, pero también mucho miedo. Lo trans no se nombraba, pero ahí estábamos, existiendo”, dice. Ser visible, entonces, era peligroso.

La policía pedía dinero o sexo a cambio de la libertad

El peligro era el de siempre, una policía insensible y cobijada por la impunidad. Aunque aquí había nacido la pandilla insurgente Los Vikingos de San Andrés, la Guadalajara de los años ochenta y noventa era una ciudad ferozmente conservadora. Para las personas trans o travestis, la noche era tanto un espacio de libertad como de violencia. La policía no era aliada. Era verdugo. “Salir vestida era arriesgarte a que te subieran a una patrulla, te raparan, te golpearan o te violaran”, dice La Gorda Espejo con crudeza. “No exagero: nos cazaban”.

Los operativos policíacos solían enfocarse en las zonas donde había vida nocturna diversa. El simple hecho de portar ropa “del otro género” era motivo de arresto. “No había leyes que nos protegieran. [La comunidad LGBT+] éramos ilegales por existir. Nos decían que atentábamos contra la moral. A veces ni siquiera te llevaban por ejercer el trabajo sexual. Sólo por ser. Por parecer”.

La Gorda Espejo recuerda con rabia las redadas en el Parque Rojo, en la calle Pedro Loza, en los alrededores del Mercado Alcalde. Los nombres cambiaban pero el patrón era el mismo: abuso, impunidad, miedo. “Muchas amigas desaparecieron. Muchas se fueron. Las que nos quedamos, aprendimos a sobrevivir. Yo tuve que aprender a correr con tacones”, dice. En ese panorama hostil, el show se volvió su trinchera.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Espejo también tuvo una etapa de candidato político | Cortesía

Cada presentación de La Gorda Espejo era un acto de rebeldía. “En el escenario podía ser libre. Podía ser diva, podía llorar, gritar, protestar con lentejuela”, dice. Pero con el tiempo el performance que realizaba se convirtió en algo más: una herramienta política.

Fue en esos ochenta que conoció a Pedro Preciado Negrete, activista histórico de la comunidad LGBT+ tapatía; los policías lo rebautizaron como Pedro Martínez, La Gorda Espejo piensa que se debe a la clandestinidad de la época. Se trataba de la policía de la DFS, una dependencia del gobierno especializada en contrainsurgencia, principalmente utilizada por el PRI para reprimir e investigar a sus opositores políticos. De tal modo que junto a Pedro y otras figuras del activismo local, La Gorda Espejo comenzó a participar en reuniones, protestas, encuentros. “Ya no era sólo el show, era la exigencia de derechos. No queríamos morir en silencio”, recuerda.

Roberto no usó las palabras “no binarie” ni “transfeminismo”. Pero su activismo hablaba esos lenguajes antes de que existieran. “Yo no tenía el vocabulario de hoy, pero sabía que luchar por el derecho a vestirme como quería, por no tener miedo, era lo justo”. Su presencia en los espacios de lucha fue constante. En los primeros contingentes de las marchas LGBT+, cuando aún no eran fiestas sino actos de resistencia, Roberto estaba ahí. Con maquillaje corrido, con tacones gastados, con orgullo.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
El activista y miembro de GOHL fue espiado | Archivo General de la Nación

Sin embargo, esa visibilidad tuvo consecuencias. Particularmente la extorsión por parte de los oficiales de la DFS que, según lo narra, pedían dinero o sexo a cambio de tu libertad. De lo contrario, la muerte. Desde Ciudad de México, otro transformista y activista, y también víctima de persecución por la DFS, lo confirma. “Aquí no éramos víctimas, los policías pedían principalmente sexo”, explica Juan Jacobo Hernández, amigo de Espejo y uno de los iniciadores del movimiento por la diversidad. Aunque aclara que en la capital, cualquier policía es más dócil.

Finalmente, cuando su madre descubrió a Roberto y su amistad con otro joven gay, lo corrió de casa. “Tenía 18 años. Me fui a vivir con mi amigo. Él me enseñó a trabajar, a tener metas. Le debo mucho”, dice con la voz quebrada. Aún con estudios truncos, logró mantenerse. Trabajó en peluquerías, bares, centros culturales. A veces disfrazado de varón para sobrevivir el día, a veces con plumas por la noche. “Cada cicatriz, cada burla, cada cachetada, se convirtió en mi piel de guerra”.

La Gorda Espejo se convirtió en icono del bar SOS

La historia de La Gorda Espejo comienza en avenida La Paz. En un garito surgió un espacio que cambiaría la noche y la vida LGBT+ de Guadalajara: el bar SOS. Nació de la transformación de otro antro, el Penthouse, en el centro histórico, junto a los cines Lux. Con la llegada de nuevos dueños el lugar fue rebautizado como SOS y pronto se convirtió en epicentro de expresión artística, libertad y resistencia.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Primeras invitaciones en el bar SOS | Cortesía

Roberto Espejo llegó al SOS como un joven artista con hambre de escenario y con una historia marcada por el teatro, el ballet y la precariedad. Su ingreso al bar fue casi anecdótico: durante una fiesta de Halloween donde el premio era un viaje todo pagado a Puerto Vallarta, decidió vestirse de Úrsula, personaje de La Sirenita. Quería darle unas vacaciones a su pareja y decidió concursar debido a la falta de dinero. El disfraz que llevó al certamen fue confeccionado por él mismo, testimonio de su formación teatral y de la discriminación que enfrentaba en el espectáculo, donde los diseñadores se negaban a vestir “gordas”.

Ese Halloween en el SOS fue un parteaguas. Aunque Roberto no ganó el concurso, su presencia fue tan poderosa que Ángel, uno de los dueños, le propuso algo inédito: conducir el show de manera permanente interpretando a Carmelita Salinas. En tiempos en que se mantenía el protagonismo en figuras delgadas y estilizadas, Roberto rompió el molde. Demostró que las transformistas podían apoderarse del escenario. Sus rutinas de esfuerzo físico, comedia sobre su propia apariencia e imitaciones de antiguas divas marcaron una pauta. Desde entonces, “la gorda” –como la bautizó el público– se convirtió en uno de los íconos del SOS.

Su ‘show’ entonces vacilaba entre las interpretaciones de Salinas, Lucero o Verónica Castro, Roberto hacía más que imitar: “arremedaba”, dice. Creaba un espejo teatral y burlón del espectáculo favoreciéndose de su habilidad para el performance. Pronto, se volvió un fenómeno. La gente no decía “vamos al SOS”, sino “vamos a ver a La Gorda”. Fue el primero en poner un cuerpo gordo y travestido al centro del escenario tapatío, y su rebeldía escénica cambió la forma en que se concebía el arte drag en la ciudad.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Espejo personificó a Úrsula, la villana de la pelicula 'La Sirenita' en Jalisco (1992) | Cortesía

Pero el camino no fue fácil. Dentro del mismo ambiente LGBT+ también existían jerarquías, celos y discriminaciones. A Roberto le escondían pelucas, maquillajes y zapatos. Pero Ángel, el dueño, impuso orden: “todo lo que se pierda, ustedes lo van a pagar”. Las hostilidades cesaron y Roberto se consolidó como director de shows, produciendo desde los vestuarios hasta los grandes openings.

Llegó también una rivalidad escénica con otra leyenda local, La Mona Lisa, figura esbelta y glamorosa del bar Mónicas. Aunque el público pensaba que se odiaban, en realidad eran grandes amigas que se inventaron una rivalidad pública al estilo de Verónica Castro y Lucía Méndez. Así mantenían al público atento semana tras semana, intercambiando indirectas desde el escenario.

El bar SOS cerró sus puertas tras la muerte de sus fundadores, Sergio y Ángel, hacia finales de los noventa. Aunque el local fue retomado por familiares, nada volvió a ser igual. La Gorda Espejo eventualmente migró al Mónicas, donde también dejó huella. Pero el recuerdo del SOS perdura como un espacio de vanguardia, lucha y transformación.

La comedia involuntaria en El sueño del caimán

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
'El sueño del caimán' (2001) fue galardonada con el Audience Award - Best Feature Film en 2002 | Cortesía

El arte de Roberto Espejo no sólo llenó escenarios: dio visibilidad a los cuerpos marginados, desobedeció normas de belleza y así fue cómo llegó a la gran pantalla. Pero antes del cine fue el teatro.

Recuerda, con alegría, que en 1989 con su grupo teatral Mujeres, presentaron una de sus grandes primeras oportunidades para entrelazar su trabajo activista con el arte escénico. Presentaron Los que no somos mariachis qué, inspirada en aquel refrán jalisciense. La obra, grabada en video, quedó resguardada por Jaime Cobian, activista y cronista tapatío, como quien preserva una llamada en medio del apagón.

Su trabajo en la difusión cultural a través del teatro y el activismo continuó hasta 1990, mientras montaban la obra Intimidades de un político, justo durante los ensayos, el grupo rentaba un pequeño salón cerca La Casa Suspendida, en el centro de la capital tapatía.

Cerca de su oficina, en un viejo periódico mural apareció un anuncio: buscaban actores para una película en Guadalajara. “Ay, yo quiero hacer cine”, pensó. Pero estaba en las vísperas del estreno, así que entre el caos, el vestuario y la presión no pudo asistir al casting. Pero pocos días después recibió una llamada inesperada. Era el actor Marco Treviño. “Gorda, fíjate que se va a filmar una película aquí en Guadalajara, El sueño del caimán (2001) y están buscando gente. Hay una escena, el robo a un banco, yo voy a ser el comandante de la policía y necesito a mi patiño”. Roberto aceptó encantado.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Dirigida por Beto Gomez, la película fue presentada en el Festival de Cine de Guadalajara | Cortesía

El personaje tendría diálogo: cinco líneas, pero líneas al fin. “No vas a salir nada más en la bola, no vas a ser extra”, le aseguró. Esa película era la del anuncio que había visto. Así que, al final, sí fue al casting.

Le dieron el guion y el personaje: el secretario del comandante. Leyó la historia con atención. Le pareció interesante, muy bien escrito, con personajes memorables. Uno en particular le robó el corazón: la tía Carmela. “¡Qué bonito personaje!”, pensó. Era una señora simpática, medio desquiciada, que vivía con sus sobrinos malandros en una casa de asistencia. Roberto fantaseó con interpretarla, pero el papel ya había sido asignado a otra actriz.

A pocos días del rodaje, le llamó el director Beto Gómez: el actor principal se había bajado del proyecto y, para su sorpresa, también la actriz que haría a la tía Carmela. Roberto preguntó: “¿Y por qué se rajó la tía Carmela?”

La historia era de comedia involuntaria: ella y una sobrina iban a Zapopan a visitar a la tía Yallita. Mientras tanto, en casa, la otra sobrina aprovechaba la ausencia para meter al novio. No había clóset, así que lo escondía en el baño. Justo cuando la tía Carmela regresaba, comenzaba a quitarse la ropa interior, mientras del baño emergían sonidos, olores y un novio oculto en la regadera, mudo de pánico.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
'La Gorda' Espejo junto a Cecilia Suárez en la película 'Puños Rosas' | Cortesía

“Yo leía eso y me meaba de la risa”, recuerda Roberto. “Ese papel era una joya”. Y así, entre casualidades, terminó interpretando a la tía Carmela. Sin buscarlo, su primer papel en cine fue uno que unía lo grotesco, lo entrañable y lo ridículo. En otras palabras: profundamente humano. Años después se extendería su participación en el cine, en Puños rosas (2004), Salvando al soldado Pérez (2011), Volando bajo (2014), entre otras. Pero regresemos un poco, cuando comenzó a crecer como estrella… a la comunidad LBGT+ llegó una enfermedad y, con la enfermedad, llegó el miedo.

La Gorda Espejo recuerda las bombas molotov contra GOHL

Al igual que Roberto, el sida tuvo muchos nombres. La más común fue Sarcoma de Kaposi, una forma de cáncer que fue de las primeras manifestaciones visibles del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) cuando se identificó por primera vez en los ochenta; aunque ahora sabemos que son padecimientos distintos, el estigma y la memoria dejaron marcas indelebles.

Roberto Espejo todavía puede ver el portón de fierro del centro comunitario del GOHL, en las calles de Madero y 8 de julio, ennegrecido por las bombas molotov que una noche les arrojaron, sin saber si fueron policías o delincuentes. Era la señal clara de que, además del VIH, tenían que esquivar el odio. A veces, reconoce, se pregunta cómo sobrevivió a todo eso: a las redadas o ‘razzias’ de los policías, a los insultos en la calle, a los amigos que se fueron y a los silencios cada vez más largos.

Su primer acercamiento al Grupo Orgullo Homosexual de Liberación –que repartía anticonceptivos gratuitos, daba refugio para personas en situación de calle y hacía volanteo con información política de sus actividades– ocurrió cuando a penas tenía 18 años e iniciaba la la crisis del SIDA. Lo llevó un novio mayor que tenía entonces luego de ser expulsado de su casa, así conoció a Preciado, fundador del colectivo y objetivo prioritario para la DFS debido a sus fuertes vínculos con el activismo: radical, valiente, incansable.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
Foto del Grupo de Orgullo Homosexual de Liberación", activista en Guadalajara que lucharon por los derechos de la comunidad | Cortesía

Sin embargo, los actos de espionaje no se limitaban a eso, explica Roberto Espejo mientras recuerda: “a algunas compañeras si las descubrían realizando sexoservicio o simplemente detenidas por ir en la calle, los policías siempre pedían dinero a cambio de su discreción. A algunas simplemente las abusaron sexualmente”. El terror radicaba, entonces, en ser expuestos frente a sus familiares o compañeros de trabajo.

Un día, debido a esas violencias policíacas y el creciente número de casos de VIH en el país, Pedro le dijo sin rodeos: “Todos los que estén aquí deben hacerse la prueba del VIH.” Y para 1986 todos los activistas de GOHL se vieron sometidos a pruebas serológicas con el objetivo de brindar información. El miedo era palpable. El Comité Estatal para la Prevención y Control del Sida llegó a hacer las pruebas. Les dieron un número, no un nombre. Era un acto de anonimato y dignidad, pero también de temor.

Antes de convertirse en celebridad, Roberto Espejo sobrevivió a episodios de espionaje y bombas molotov.
EL Gobierno de Guadalajara brindó un homenaje a Roberto Espejo en mayo de 2025 | Fernando Carranza

En esos días no había medicamentos, no había nada. Ni el antiviral AZT (el primero en llegar a México). Sólo incertidumbre.

Roberto recuerda a Preciado abriendo los sobres (con los resultados) junto a quienes no se atrevieron a hacerlo solos. A veces el silencio era señal de alivio; otras, de devastación. Pero siempre había un abrazo. Y si alguien salía positivo, el grupo se unía entre sí. El centro comunitario, que eran las oficinas de GOHL, además de las pruebas ofrecía talleres, folletos, condones y palabras. En una ciudad que los quería muertos, eso era vida.

“Muchos de los que empezaron conmigo ya no están”, dice Roberto con la voz bajita. A veces mira atrás y le parece un milagro seguir aquí. De su generación, tal vez quedan tres. Algunos murieron por sida, otros por tristeza. Pero él sigue. Sobre el escenario, en los talleres, en las memorias. “Yo no sé si el virus me perdonó, o si fue que encontré un escudo en el arte.”

“El sida no sólo mató cuerpos, también mató sueños, pero no los nuestros. Porque cada vez que alguien se ríe con La Gorda Espejo, cada vez que alguien lee un folleto o se pone un condón sin vergüenza, ahí estamos todos. Ahí estoy yo, ahí está Pedro, está Juan Jacobo, está Jaime”. El arte fue la medicina que la salvó cuando nadie más “los quiso curar”.

Hoy, cuando camina por las calles de Guadalajara, las ve distintas. Pero aún escucha ecos de esos años: las sirenas, los murmullos, las risas que compartió con los activistas que ya no están. Pedro Preciado, Juan Jacobo Hernández, Jaime Cobian, figuras importantes en la lucha de la comunidad LGBT+, todos siguen viviendo en sus recuerdos. No como fantasmas, sino como guías.

GSC/LHM


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Ricardo Balderas
  • Ricardo Balderas
  • Periodista. Se ha enfocado en la investigación corporativa y el análisis de datos. Es coautor de Impunemex y Los hijxs del derrame. Coordina proyectos periodísticos en Poder.
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