El 19 de septiembre de 2017 la tierra volvió a temblar en México. El sonido agudo de la alerta sísmica atravesó la ciudad, el mismo día en que se conmemoraba el terremoto de 1985.
Afuera, edificios se derrumbaban y miles de personas corrían a las calles. Adentro, en el Hospital Juárez de México, un grupo de médicos enfrentaba otra batalla, la de continuar con una cirugía mientras el suelo, las lámparas y las paredes se estremecían.
“Estábamos en el quirófano, operando un tumor ginecológico, cuando comenzó la alerta. En ese momento tienes que decidir: ¿sigues con el paciente o te vas? Nosotros optamos por no detenernos, colocar compresas húmedas para que los tejidos no se resecaran y esperar. No podíamos dejar a la paciente en la plancha”, relató Armando Ramírez Ramírez, cirujano oncólogo.

Había escuchado las terribles anécdotas del terremoto de 1985. Tres décadas después, la historia se repetía, pero ahora desde un quirófano moderno.
“Imagínate la escena en la que hay diez personas en la sala, entre anestesiólogos, enfermeras y médicos residentes.
“Las lámparas colgaban, el suelo se movía bajo los pies y la primera reacción de algunos jóvenes fue querer salir corriendo. Les dije: tranquilos, no va a pasar nada. Pongan compresas, repleguémonos, esperemos a que regrese la luz. Esa era nuestra responsabilidad”, recordó el oncólogo.
Cada detalle estaba calculado. “Sabíamos que la planta de energía tardaría unos segundos en activarse. Mientras tanto, las enfermeras debían encender la lámpara del teléfono. Lo importante era que la paciente permaneciera estable y que nadie cometiera un error por el miedo”, explicó en entrevista con MILENIO.

Ramírez insistió en que la decisión no provenía de un manual, sino de la vocación y el sentido común porque la paciente a su cargo ya estaba en un proceso avanzado de intervención quirúrgica.
“Lo primero que sientes es un jalón en el suelo, como si alguien te moviera. Piensas en que el hospital puede caer, en tu familia, en todo. Pero enseguida debe imponerse la mente racional. Eso es lo que aprendimos de nuestros maestros y lo que transmitimos a los más jóvenes: calma, serenidad y trabajo en equipo.
“Cualquiera pudo haberse salvado corriendo, pero el principio de la medicina es primero no hacer daño, y en ese momento eso significaba quedarnos. Claro que da miedo, claro que piensas en tu familia, pero sabes que tu deber está frente a ti. La vocación es vivir para los demás”.
La paciente, anestesiada, no supo nada. “Cuando despertó, nadie quiso alarmarla. Fue hasta el día siguiente que se enteró de lo ocurrido y nos dio las gracias. Después regresó de nuevo al hospital, solo para agradecer que no la hubiéramos dejado sola. Ese gesto nos confirmó que la decisión fue la correcta”.
Cada simulacro, cada historia compartida por los veteranos, se convierte en herramienta de supervivencia.
“Aquí los sismos son parte de nuestra vida diaria. Sabemos que van a ocurrir de día, de noche o en plena cirugía. Y sabemos también que debemos actuar con prudencia, porque la gente que llega al hospital muchas veces no tiene esa cultura sísmica y depende de nosotros para no entrar en pánico”.

El Hospital Juárez, fundado como Hospital de San Pablo en el siglo XIX, renació tras los escombros de 1985. Ese peso histórico, dice Ramírez, es lo que mantiene en pie a las nuevas generaciones.
“Este hospital resurgió del colapso, de la tragedia, y por eso estamos orgullosos. Aquí hemos enfrentado sismos, la pandemia por influenza y Covid-19, epidemias, y lo que venga. Aquí estaremos. Esa es la herencia: escuchar a los maestros y transmitir la calma y la responsabilidad a los que llegan después”.
La vida de aquella paciente, que salió con bien y agradecida, se convirtió en símbolo de lo que él define como la misión del hospital: “Estar siempre de pie, con el bisturí en la mano y la calma en el corazón, incluso mientras tiembla”.

El hombre detrás del bisturí
Al preguntarle qué piensa cada vez que escucha la alerta sísmica, Ramírez reconoció que “siempre me imagino la Torre del Juárez cayéndose, como en el 85. Ese recuerdo está grabado en mí. El instinto es correr, salvarte, pero enseguida debe imponerse la razón.
“No hablo solo por mí, sino también por los anestesiólogos, enfermeras, todos sentimos miedo. Lo importante es que como equipo nos mantengamos firmes, tranquilos y serenos. Así es como se salva a un paciente”.

El 19 de septiembre sigue siendo fecha de duelo y de memoria en el Hospital Juárez.
“Cada año nos reunimos para recordar a nuestros colegas caídos y para reafirmar que seguimos aquí. La vocación médica significa eso: poner el cuerpo y la mente en calma, aun cuando todo alrededor parece derrumbarse”, dijo Ramírez.
HCM