Aunque vagos algunas personas que viven en la comunidad del Irolo en Tepeapulco, Hidalgo, mantienen recuerdos del paso de “El Jarocho” cerca de sus hogares; algunas de ellas incluso viajaron en este tren con rumbo a Córdoba, Veracruz, buscando pasar un rato especial en la playa, visitar a un familiar o simplemente viajar por negocios o placer, esto sin saber que la joya sería el viaje en un vagón que dejó de existir años más tarde.
El poblado es pequeño, no alcanzan los dos mil habitantes, se nota al llegar, silencio y tranquilidad definen a Irolo, ni la presencia de empresas papeleras, bodegas, fábricas de muebles de acero, entre otras industrias asentadas en ellas rompen esta paz. Pero, esto conlleva un sentido de resguardo, protección e incluso desconfianza, pocas personas están abiertas al diálogo casual, hasta cierto es comprensible, a nadie le gusta que lo molesten en sus actividades.
Una joven madre, no más allá de los 40 años de edad, un pequeño niño caminando frente a ella y una pequeña niña en una carriola la acompañan, accede a una conversación con MILENIO, prefiere no dar su nombre, mucho menos permite una fotografía; “vivo en Irolo desde que recuerdo, desde que era pequeña”, su chamarra delata su profesión, un bordado de una Urvan de transporte público con las palabras “CD. Sahagún”. Entra a un local con una puerta corrediza de cristal, una silla y un escritorio, sus únicos muebles.
“Sí recuerdo el tren. Mis papás viajaban mucho en él, a mí me tocó viajar en él. Era muy pequeña, no recuerdo mucho. Lo que recuerdo es que estaba bonito, pero era muy niña. Había un carro, un vagón, donde servían comida y refrescos. Llegamos a Córdoba en Veracruz, tenemos familia allá. Pero de ahí podíamos ir más lejos en Veracruz, o tomar otra línea y llegar a otros lugares”, relata.
Lamenta no tener más que decir, más allá de recuerdos fugaces de lo que parece otra vida, otro tiempo. Confirma el cierre de la estación, la edificación de la barda en 2021, cuatro años atrás, que impiden que ahora conozcan esa estación donde su familia viajó en más de una ocasión. El silbido del tren resuena en el viento cuando cuenta su historia a este medio, su labor le impide extender la plática, pero no duda en voltear hacia la estación, como si el recuerdo de su niñez aflorara con el sonido, pero como el humo de una locomotora de vapor se pierde nuevamente en el recorrido.
Permite una última pregunta, sobre el posible rescate de la estación como parte del proyecto del gobierno federal del Tren México-Puebla-Veracruz, el cual será de pasajeros, no oculta la sonrisa:
“Sería muy bueno, para nosotros que tenemos familia allá es complicado llegar a Veracruz, además de muy costoso, tenemos que viajar de aquí a Ciudad Sahagún, después a Puebla y de ahí a Veracruz. Ojalá que lo hagan, que recuperen esta estación, sería bonito poder viajar otra vez y que mis hijos conozcan esa sensación de viajar en tren”.
Leyendas de migración
Para quienes vivieron en Tepeapulco en la década de 1990 y 2000 es fácil recordar el paso del tren “El Jarocho”, su paso por Irolo y la migración que generó en esos años.
“En la secundaria, a quienes venían de Irolo se les decía que vienen de ‘Irolo Texas’, porque muchos migrantes pasaban por aquí en busca del sueño americano. Pero, cuando dejó de ser tren de pasajeros bajó la presencia de migrantes, como pasaba ya sólo para carga y a lo mucho una vez a la semana, decidieron irse mejor a Tula u otros lugares, incluso algunos se quedaron un tiempo y pedían aventón para salir de aquí”, recuerda un hombre que supera los 45 años de edad.
Se comenta en la comunidad, vecinos y habitantes, que incluso la estación, sus inmuebles, se utilizaron por el Instituto Nacional de Migración (INM), bajo el permiso de la concesionaria Ferrosur, como una base operaciones y centro de concentración de migrantes indocumentados, quienes eran detenidos para su revisión médica y posterior traslado a Pachuca o a la Ciudad de México.
Hoy la estación dista de su época de oro, no es la única de “El Jarocho” que perdió el respaldo de los gobiernos y quedó en abandono, pero mantiene una posibilidad de recobrar un poco de su gloria, de generar nuevos recuerdos para habitantes que difícilmente dejarán pasar un silbido de una locomotora, un viaje que los acerque a sus familias, a una playa o un trabajo. El Irolo, un legado que sigue vivo, al menos en los recuerdos de muchos vecinos que siguen edificando sus hogares a su lado, que no abandonan su comunidad y mantienen su paz y quietud.