Pánfilo no puede volar. Su madre lo empujó fuera del nido antes de tiempo y ahí quedó, en medio de la calle, sin entender el mundo. Sofía Lugo González Ortega lo vio y se lo llevó a casa. La veterinaria dijo que tenía un retraso en su desarrollo. “Pánfilo es como todos mis niños neurodivergentes —dice Sofía—, tienen algo especial que muchos no logran ver. Pero si se ponen los lentes adecuados y dejan los prejuicios, podrán ver la magia. Es fabuloso”, dijo.
Sofía sabe de lo que habla. Durante su infancia se enfrentó a un mundo de reglas que no la entendía. Era inquieta, dispersa, emocional. Nadie imaginó que tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), una condición neurobiológica que afecta hasta al 10 por ciento de los niños en México y también a millones de adultos sin diagnóstico.
“Me decían que era grosera, floja, problemática. No tenía filtros, hablaba mucho, me distraía. Pero no era que no quisiera poner atención, simplemente mi cerebro funcionaba diferente”, recuerda las palabras de sus profesores, que no lograban interpretar sus dificultades para concentrarse o regular sus emociones.
Pero su historia no se quedó en la frustración. Tras años de tensiones familiares, altibajos académicos y una búsqueda constante de sentido, finalmente encontró un diagnóstico que le ofreció una explicación —y una ruta hacia adelante. Así comprendió sus caídas, sus altibajos escolares, sus luchas cotidianas.
“Con el tratamiento, logré regular mis impulsos y mi concentración mejoró”, incluso le lleva ventaja a sus colegas.
Para Sofía, el tener Déficit de Atención se convirtió en una cualidad. “Nuestra capacidad intelectual llega a ser igual que la media o superior a la media. Y eso es algo que los niños deben de entender, que no tenemos nada raro. Solo nuestro cerebro funciona de manera diferente. Es como un wifi, nos llega diferente la señal. La cabeza de una persona con déficit de atención es como el Viaducto en hora pico, pero con el tratamiento sales del caos”.
Hoy se desarrolla como una publicista exitosa, canaliza su energía en estrategias creativas para marcas, además es coautora del cuento infantil El pajarito que no sabe volar, una metáfora sobre la neurodivergencia y la esperanza.
Sofía también es curiosa. Nunca ha ido a Corea del Sur, pero llegó a memorizar rutas de escape. “Me interesó y me hiperfocalicé, me puse a investigar absolutamente todo”.
Pero también enfrenta retos. “A veces, simplemente pararme a bañarme me cuesta, pero no es flojera, es una pelea constante con el cerebro. Es algo que la gente no entiende”, dice de cara al Día Internacional del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), que se conmemora el 13 de julio.

No es falta de atención, es falta de interés
Jorge L. Miranda también conoció de cerca la incomprensión. Fue diagnosticado a los 17 años. Hoy, con 35, se define como un hombre que ha aprendido a hacer de su mente un rápido aliado. Es un exitoso maestro de inglés a nivel internacional, con gran presencia en las redes sociales como Teacher Miranda.
“Siempre tuve mucho conflicto con mis padres. Ellos sentían que yo no les hacía caso o que no los respetaba como autoridad. Entonces decidieron llevarme con psicólogos. No es que yo no los respetara, lo mismo me pasaba en la escuela, en los trabajos.
“Afortunada o desafortunadamente, entiendo las cosas muy rápido y me adelanto a los problemas que puedan pasar. Claro, al principio, me causaba ansiedad, ahora ya la tomo como parte de mí”, relata.
A lo largo de su vida ha rechazado y retomado el tratamiento médico. Probó Sertralina (antidepresivo) en la adolescencia y más adelante Vortioxetina (medicamento para tratar depresión severa). Sin embargo, encontró que los medicamentos le apagaban ese ‘genio’ que lo hacía exitoso en los negocios. Hoy utiliza suplementos naturales para estabilizar sus niveles de dopamina y serotonina.
“La gente piensa que es falta de concentración. En realidad, es que no podemos concentrarnos en lo que no nos interesa. Pero cuando algo nos atrapa, nos hiperfocalizamos”, comenta. Este hiperfoco, como lo llama, le permite estudiar obsesivamente un tema hasta dominarlo.
El TDAH “no es un obstáculo, es parte de mí”. Forma parte de sus cualidades. “Tal vez el vecino nace muy alto o con un talento especial para la música. Hay gente que nace con un color de ojos particular. Forman parte de sus atributos. Yo no veo mi condición como un impedimento para lograr mis metas”.
La ciencia del desorden y la genialidad
Eduardo Barragán, neurólogo pediatra y referente en América Latina en el estudio del TDAH, explica que este trastorno es el más común en la infancia y adolescencia, y persiste —aunque frecuentemente se oculta— en la edad adulta.
Se caracteriza por tres síntomas principales: inatención, hiperactividad e impulsividad, a los que se suma uno más: desregulación emocional.
“La inatención no es falta de inteligencia. Es incapacidad para sostener el foco en tareas prolongadas. La hiperactividad, en niños, se manifiesta como movimiento constante. En niñas, como exceso de habla. La impulsividad lleva a actuar sin pensar. Y la desregulación emocional puede provocar explosiones desproporcionadas que luego generan arrepentimiento”, detalla.
El TDAH es altamente hereditario y suele diagnosticarse a partir de los seis años, aunque sus primeros signos pueden aparecer antes. En palabras del especialista Barragán, “no es un problema de capacidades intelectuales, sino de habilidades ejecutivas. Son personas con potencial enorme, pero requieren estrategias para canalizarlo”.
Pero llegar al diagnóstico no es sencillo. “Durante 30 años hemos visto que no existen, y sigue sin haber, desafortunadamente, biomarcadores específicos para hacer el diagnóstico. Ni el electroencefalograma, ni la resonancia, ni la tomografía, ni estudios de sangre pueden determinar el diagnóstico, sino que más bien es a través de la sintomatología y de la evaluación con un test psicopedagógico”.
Se detecta por la sintomatología, mediante evaluaciones clínicas. Es un diagnóstico clínico, no de laboratorio.
Existe la falsa idea de que son agresivos. “Un ejemplo claro es el chavito que ve que va botando la pelota, se lanza por la pelota y no ve que iba pasando otro niño y se lo lleva. Entonces, estos fenómenos de impulsividad, el salirse del salón, contestar lo primero que se le ocurre, resultan ser mal vistos”.
Hace 15 años se agregó un nuevo síntoma, además de la falta de atención y de tolerancia a la frustración. Los pacientes con trastorno por déficit de atención suelen tener respuestas emocionales diferentes.
Cuando carecen de herramientas de respuesta emocional, suelen tener reacciones muy exacerbadas. De repente explotan como un volcán en erupción y luego se arrepienten.
Y al no poder generar una respuesta adecuada ante la demanda social, “empiezan a tener problemas de dolores de cabeza, trastornos de sueño, no controlan esfínteres nocturnos”.
Ahora, lo más interesante es que esto no es un fenómeno de madurez cerebral, por lo tanto, no es algo que se va a quitar solo con el tiempo.
La mayoría de los casos son hereditarios y pueden comenzar a manifestarse antes de los seis años.
En ocasiones “los niños con TDAH no controlan esfínteres, no duermen bien, explotan con facilidad y luego se arrepienten. Es un patrón que no mejora solo con el tiempo. Necesitan ayuda”.
El tratamiento del TDAH ha sido uno de los temas más polémicos en la esfera médica y social. Barragán enfatiza que el tratamiento multimodal —que incluye medicamentos, terapia cognitivo-conductual, entrenamiento familiar y hábitos saludables— es el más efectivo.
Sin embargo, “hay un gran rechazo a la medicación. Pero los medicamentos han demostrado ser seguros y efectivos. No causan adicción ni daño orgánico. Y cuando se usan correctamente, pueden transformar vidas”.
El tratamiento requiere de todos estos aspectos: medicamento, terapia cognitivo-conductual, trabajo con la familia y hábitos saludables.
“Los medicamentos no convierten a los niños en zombis. Cuando están bien indicados y dosificados, permiten que el niño sea él mismo, pero con mayor capacidad de autorregulación”, explicó.
Sofía lo confirma: “He pausado mi tratamiento a lo largo de los años. Y cada vez que lo hago, siento cómo caigo. Es difícil mantener una constancia sin ese apoyo”. Sin embargo, también señala que el tratamiento no lo es todo: “Se necesita que uno quiera mejorar. El tratamiento ayuda, pero el trabajo es diario”.
Antonio Rizzoli, jefe del Servicio de Pediatría del Desarrollo del Hospital Infantil de México, aclara que el TDAH no es una enfermedad, sino una condición neurobiológica permanente.
Y reitera: “No se ve en un electroencefalograma ni en una resonancia. Se diagnostica a partir del impacto que tiene en la funcionalidad: en la escuela, en la casa, en lo social”.
En México, se estima que entre el cinco y el 10 por ciento de los niños tienen TDAH, aunque el diagnóstico erróneo es común. “Hay sobrediagnóstico y subdiagnóstico. Muchos niños son etiquetados mal por profesores, otros son ignorados porque se ‘quedan callados’. Y a las niñas se les subdiagnostica más, porque su sintomatología suele ser más interna”, señala Rizzoli.
Por los caminos de México, por lo menos, hay 600 mil niños con esta condición y la mayoría carece de una atención adecuada. Por eso, las autoridades están haciendo énfasis en que los médicos de primer nivel tengan las capacidades de diagnosticar a tiempo, basados en la evidencia científica.
También el experto hace énfasis en que no todos los comportamientos distraídos o impulsivos son TDAH: “Hay que distinguir entre temperamento, distracción normal y un verdadero trastorno”.
Sobre el TDAH hay muchos mitos. Uno de ellos proviene de los padres al rechazar los fármacos porque “yo no quiero que mi hijo esté drogado”.
Nada más lejano: “El objetivo del tratamiento con medicamentos para el déficit de atención es que ponga atención, punto. No quitarle la alegría, no quitarle la sonrisa, no quitarle el jugar, no que se quede quieto, sin moverse. Lo que se busca es ayudarle para que aprenda, para que ponga atención, para que vaya viendo los detalles, para que vaya mejorando y que en el momento en el que se quite el medicamento, se siga desarrollando. Y eso es muy importante”.
El riesgo de no ser diagnosticado
Ambos expertos coinciden: no tratar el TDAH no necesariamente lleva al fracaso, pero sí aumenta los riesgos. Niños hiperactivos pueden ser rechazados socialmente, desarrollar trastornos oposicionistas, caer en adicciones o aislamiento. Niñas inatentas pueden enfrentar fracasos escolares, ansiedad, baja autoestima.
Quien no sabe que tiene TDAH puede crecer creyendo que es flojo, inmaduro, irresponsable, incapaz, hasta tonto. A veces se van a los extremos. Se vuelven adictos al trabajo. Las consecuencias pueden ser rechazo social, baja autoestima, ansiedad o incluso diversas adicciones.
Jorge y Sofía son prueba de que se puede vivir con el TDAH, si se acepta, se entiende y se trata.
Sofía, como se menciona, lidera campañas publicitarias y escribe cuentos para niños neurodivergentes. Jorge, como psicólogo y emprendedor, ayuda a otros a entender sus mentes veloces a través de las redes. Ambos son parte de una nueva narrativa: la del TDAH como parte de la diversidad humana. La gente “solo necesita esos lentes para ver la magia” del TDAH.
“Yo no cambiaría nada”, dice Jorge. “Mi mente funciona así y he aprendido a sacarle provecho. Yo nací con una supervisión. No considero que sea un obstáculo, no considero que sea un impedimento. Y sabiendo manejar bien cómo funciona tu cerebro, creo que se puede llevar una vida mucho más que normal”. Ninguno de los dos necesita nuevas alas, solo que crean en su vuelo.
LP