En la adultez solemos hablar de logros y responsabilidades, pero pocas veces de cómo la vida digital influye en esas metas. El propósito de vida —esa dirección que nos ayuda a tomar decisiones y a darle sentido a lo que hacemos— también entra en juego en la manera en que elegimos relacionarnos con la tecnología.
El propósito de vida es una brújula interior, la razón que inspira, organiza y da dirección a lo que hacemos. Investigaciones recientes demostraron que también ayuda a tener una mejor salud emocional y física, y desarrollar mayor resiliencia frente a la adversidad. Lo que casi no se dice es que el propósito también ayuda a manejar la información y llevar de buena manera nuestros consumos virtuales. Cuando sabemos hacia dónde quiero ir, elegimos con más facilidad qué cuentas seguir, qué contenidos consumir y qué conversaciones evitar.

El bienestar digital no depende únicamente de medir tiempo de pantalla, sino de observar si nuestras prácticas tecnológicas están alineadas con esa brújula personal. Una persona puede pasar horas leyendo artículos que nutren su desarrollo profesional o participando en comunidades que fortalecen su red de apoyo, y eso será bienestar. En cambio, 20 minutos de exposición a rumores, discusiones agresivas o comparaciones vacías pueden bastar para desgastar el ánimo. Como he señalado antes, no basta con desear bienestar, hay que procurarlo activamente. Y lo mismo sucede en el ámbito digital.
Integrar propósito a los hábitos tecnológicos significa, en primer lugar, dar intencionalidad a la atención. Antes de abrir una aplicación, podemos hacer una pausa breve y preguntarnos: ¿qué busco aquí? ¿información confiable, conexión con alguien importante, aprendizaje, o un rato de entretenimiento y relajación? Esa intención protege de la dispersión y devuelve agencia en un entorno diseñado para capturarla. La pausa consciente es un gesto pequeño, pero tiene efectos profundos en la manera en que experimentamos el mundo digital.

El segundo paso es curar el entorno digital con base en los valores y metas personales. Si lo que me apasiona es la salud, seguir cuentas de nutrición basada en evidencia o comunidades de ejercicio aporta; si mi interés es la educación, elegir fuentes de análisis académico o redes profesionales suma; si su propósito es el servicio, interactuar con iniciativas sociales amplía horizontes. La adultez es un momento clave para reconocer que el tiempo y la atención son recursos limitados: invertirlos en aquello que conecta con nuestro propósito nos fortalece.
Otro aspecto fundamental es poner límites claros. La tecnología puede invadir fácilmente cada espacio de la vida adulta: responder correos a medianoche, estar pendiente de grupos laborales en fines de semana o no desconectarse nunca de las noticias. Pero vivir en alerta constante desgasta la salud emocional y debilita la capacidad de concentración. Aquí el propósito funciona como recordatorio: ¿esta conexión perpetua me acerca a lo que realmente valoro, o me aleja de ello? La respuesta suele aclarar cuándo es momento de apagar el dispositivo para cuidar sueño, relaciones y energía vital.
La ética digital también se ilumina desde el propósito. Compartir información sin verificar, participar en linchamientos en redes o humillar a otros con un comentario puede parecer banal en el momento, pero tiene consecuencias graves en la vida real. Cuando el propósito incluye contribuir al bienestar de otros —como proponen las ciencias del bienestar y la educación positiva—, la voz digital se convierte en instrumento de respeto. La pregunta entonces cambia: no es solo “¿quiero publicar esto?”, sino “¿qué aporta esta publicación a mi vida y a la de los demás?”.
La adultez trae consigo múltiples responsabilidades: trabajo, familia, comunidad. En medio de esas demandas, la tecnología puede ser aliada o enemiga. Integrar el propósito a lo digital permite que sea aliada. En el Instituto del Propósito y Bienestar Integral de Tecmilenio lo tenemos claro: no se trata de desconectarse, sino de vivir conectados con sentido. Es un cambio de chip, como suelo decir: pasar de reaccionar a elegir, de consumir a crear, de dispersarse a enfocarse.

En estos tiempos con tantos estímulos que es fácil perderse y seguir la inercia, el propósito nos devuelve libertad. La libertad de elegir qué vemos, qué compartimos y qué dejamos fuera. Y esa libertad, ejercida con constancia, se convierte en bienestar integral. Porque quien protege su atención digital protege también su vida emocional, sus vínculos y su capacidad de construir un futuro con propósito.
MGR