“¡Mataron a Rodolfo Torre!”, decían el taxista, el bolero, el tendero de la esquina, el obrero, la ama de casa… y hasta maestros y estudiantes en las escuelas. ¿Quién no conocía al doctor? Un político afable, cercano, que se perfilaba para gobernar Tamaulipas. Pero el destino tenía escrita una tragedia.
En el estado se vivía la época más negra de la violencia. La luz al final del túnel parecía lejana, pero nadie imaginaba que el candidato del PRI al gobierno del estado sería asesinado, y menos con tal brutalidad.
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Este sábado se cumplen 15 años del crimen que sacudió al país, cambió la historia de Tamaulipas y cimbró al PRI desde sus cimientos. Las ráfagas que acabaron con la vida de su abanderado terminarían hiriendo también de muerte al partido.
Aquel lunes, el abanderado de la coalición Todos Tamaulipas, integrada por el PRI, Verde y Nueva Alianza, estaba en la recta final de su actividad proselitista. El domingo era la votación, y Torre sabía que iba a arrasar porque no tenía competencia.
El día del crimen
28 de junio de 2010. Es una mañana soleada y el reloj marca las 10:00 horas. Rodolfo y sus acompañantes enfilan hacia el libramiento Naciones Unidas para dirigirse al aeropuerto de Ciudad Victoria, la capital, de donde volarían hacia la frontera, pues había cierres de campaña en Valle Hermoso y Matamoros.
Sobre la carretera a Soto La Marina, tres vehículos los siguen de cerca y, a la altura del kilómetro 9, uno de ellos impacta la camioneta que Torre tripula junto a su jefe de campaña, Enrique Blackmore; su cuñado, Enrique de la Garza; y su secretario particular, Alejandro Martínez.
En otra unidad van los escoltas, que están lejos de imaginar la magnitud del encuentro. Un comando armado que porta uniforme militar le grita al candidato que se baje, y Rodolfo lo hace confiado, creyendo que se trataba de una confusión y que podía arreglarlo. Una segunda versión de los hechos apunta que fue bajado por la fuerza.
También descienden sus acompañantes, y de inmediato trata de identificarse, pero los desconocidos ordenan que se tiren todos al suelo.
Sin piedad alguna, descargan sobre ellos sus armas de alto poder, rompiendo la quietud que imperaba en esa vía, cuyo tramo fue bloqueado con vehículos para que ningún automovilista atestiguara el atentado.
En la emboscada, a plena luz del día y con una impunidad atroz, Rodolfo no murió solo; junto a él también se apagó la vida de Enrique Blackmore y los escoltas Luis Gerardo Sotero Zubiate, Rubén López Zúñiga y Francisco David López Catache.
Enrique de la Garza y Alejandro Martínez logran sobrevivir al ataque, que dura menos de dos minutos y deja 88 casquillos de calibres 7.62 x 39, .223 y 9 mm. Una vivencia que no podrán arrancar de su mente y recuerdan dormidos y despiertos.
Estado en shock
Nadie entendía lo sucedido. Muchas hipótesis surgieron sobre los responsables del crimen que sacudió a la población y a todos hizo sentir miedo.
“Si mataron al que iba a ser gobernador, ¿qué nos podemos esperar nosotros?”, se oye decir a una señora mientras camina presurosa después de recoger a su hijo en una escuela de la capital del estado.
Ese día la piel se erizó. Todos andábamos “con el alma en un hilo”, nos sentimos indefensos; el asesinato dejó claro que nadie, absolutamente nadie, estaba a salvo de la violencia.
La entidad se volvió el epicentro de la noticia, cuyas imágenes circularon sin filtros a través del espacio cibernético.
En unas cuantas horas, la noticia dio la vuelta al mundo, mientras en los cafés de la entidad se daba rienda suelta a toda clase de especulaciones.
La clase política estaba estupefacta. El PRI-gobierno se mantuvo por largos minutos paralizado, pero al salir del shock había también que decidir si se suspendía la elección, y sobre todo, designar al sustituto de Rodolfo, cuyo cuerpo aún permanecía en el lugar de los hechos en espera del Ministerio Público.
Profundamente conmovido, el pueblo honró la memoria de Rodolfo Torre Cantú votando arrolladoramente por su hermano Egidio, quien fue presentado dos días después del atentado y tres antes de los comicios, en los que se alzó con una victoria aplastante.
En cadena nacional, el entonces presidente de México, Felipe Calderón, condenó el atentado y lo tachó de cobarde. “Es un ataque a las instituciones”, dijo.
La clase priista se concentró en la capital de Tamaulipas para llorar públicamente a su candidato. El partido se declaró en duelo, pero aseguró que nada habría de intimidarlo.
Encabezados por la entonces dirigente Beatriz Paredes, los sectores y gobernadores del tricolor cerraron filas con Eugenio Hernández, que para esas alturas ya había decidido que la elección no se iba a suspender y que Egidio, hermano de Rodolfo, sería el sustituto.
Los presidentes del PAN y PRD, César Nava y Jesús Ortega, entraron a escena para anunciar que, en solidaridad, se suspendían las campañas de sus candidatos, Julián Sacramento y Julio Almanza.
Sanar la herida
Después de la muerte de Rodolfo, recordado como el amigo de todos, el hombre que conectaba fácilmente con el ciudadano de a pie, su familia ha sido asediada por diversos partidos políticos, incluido el PRI, para que acepten candidaturas, propuestas que han rechazado.
Su hija Paulina tenía 15 años cuando sucedió la tragedia y le fue muy difícil aprender a vivir sin su papá. Después de un profundo proceso de sanación, hoy convertida en abogada, escritora, coach de vida y tanatóloga, busca ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo.
Ella rompió el silencio en 2020 a través de su libro Sí a vivir, donde comparte su aprendizaje: todo pasa en cuestión de segundos y la única forma de sanar es enfrentar el dolor.
“Entre gritos, golpes y balazos, mi papá fue asesinado en una emboscada. Atravesé dificultades, perdí sentido de la vida, me ahogué en mis emociones y vi todo negro hasta que un día, decidí ver colores. Me paré, me enfrenté a mí misma, me llené de valor y elegí vivir”, expresa el prólogo.
Ese fatídico 28 de junio ella quería irse con su padre en la camioneta, pero él le dijo que mejor se fuera más tarde junto con su mamá y allá se verían todos. Pero eso ya no ocurrió porque un comando asesino se lo arrebató.
Buscando sembrar una semilla de esperanza a quienes también les han arrancado un ser querido, sus letras plasman que es posible reconstruirse después de romperse en mil pedazos y emerger con mayor fuerza en una mejor versión.
Su hermano Rodolfo Torre de la Garza, un año menor que ella, confía en que un día se conocerá la verdad y habrá justicia. Mientras tanto, su propósito es honrar la memoria de su papá, sin guardar rencores.
Él abrió su corazón en 2022 en una entrevista que brindó a Notivox Tamaulipas, pero este año prefirió abstenerse de ello. No son días fáciles para la familia; recuerdan con dolor esa fecha que marcó y cambió sus vidas para siempre. Se agolpan los recuerdos y lo sienten como si hubiera sido ayer.
Paulina, dijo, pudo reflejar su sentir a través de su libro, pero para él ha sido más complejo expresarlo. “Lo tengo muy conmigo, no suelo compartirlo, pues”.
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De la política no quería saber nada. Después reflexionó que, ejercida como lo hacía su padre, es una oportunidad de servir a los demás, así que no está peleado con el tema y quizá algún día pueda participar.
Recuerda que a su padre lo llenaba de vida el contacto con la gente. El trabajo en territorio era lo que más disfrutaba.
Su otra hermana se llama Laura y es la mayor; actualmente tiene 33 años de edad. Junto con su madre, Graciela de la Garza Beba, mantienen una unidad que ha sido su mayor fortaleza para enfrentar la ausencia de su ser amado.
La oscuridad del caso
La ejecución que conmocionó al estado es todavía un capítulo no aclarado en la historia tamaulipeca. La entonces Procuraduría General de la República clasificó por 12 años la investigación como información reservada, y ya han transcurrido 15, pero del expediente no se sabe nada.
La indagatoria adquirió fuero federal porque las armas que privaron de la vida al médico y a las otras personas eran de uso exclusivo del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, y se presume que los autores eran miembros de la delincuencia organizada.
“Rodolfo se quedó en el corazón de todos. Yo que contendí contra él fui su amigo, y no tengo más que buenos recuerdos de su bondad; hizo una campaña totalmente limpia”, dijo hace un par de años Julio Almanza Armas, quien en 2010 fue candidato a gobernador por el PRD.
La mano del crimen, o tal vez eso que llaman destino, quiso que el año pasado el ex presidente de la Federación de Cámaras de Comercio (Fecanaco) también conociera el rostro de ese Tamaulipas violento que no perdona ni a políticos ni a empresarios, y murió acribillado.
“¿Por qué?”, es la pregunta que Paulina Torre hace en su libro sobre el asesinato de su padre. Le gustaría saber qué motivo tan grande pudo tener el autor intelectual para tomar la decisión de quitarle la vida y cambiar con ello el rumbo del estado y la vida de miles de personas.
No se puede imaginar la herida tan fuerte que debe tener ese hombre o mujer para haber hecho tanto daño, pero el perdón está concedido, afirma, y hasta le ofrecería ayuda para sanar.
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