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“Yo no sabía qué era feminismo, ni qué era nada”

Los libros de Vladimir Ilich Lenin, Carlos Marx, Simon de Beauvoir y Alejandra Kollontai hicieron que desde joven, la ahora coordinadora del Comité de América Latina y el Caribe, se interesara por la lucha social

María Guadalupe Ramos Ponce nació en Guadalajara. Se casó con un médico con quien tuvo dos hijos. Su infancia la recuerda con cariño y como una etapa muy divertida de su vida. Fueron 11 hermanos: ocho mujeres y tres hombres.


Lupita Ramos, como la conoce la mayoría, se autodefine como una abogada feminista, pero también como activista, sobre todo, a favor de los derechos de las mujeres.

Su padre fue contador privado. Su madre se dedicaba a las labores del hogar, aunque, cuenta Lupita, de vez en vez emprendía algún negocio para ayudar con los gastos de la casa, que no eran pocos.

De su padre heredó el gusto por la lectura y fue una de sus hermanas mayores quien la inició en los terrenos de la lucha social.

Tenía 16 años cuando leyó a Lenin, a Marx, y a Alejandra Kollontai, con quien encontró, por primera vez, un discurso diferente de una mujer.

Un día conoció a una chica que era golpeada por su novio y no entendía por qué todos se quedaban callados. Esa historia marcó su vida.

¿Cómo recuerdas tu infancia?

“Ya ahora que soy grande reflexiono muchas cosas. Todo lo que tuvieron que pasar mis papás para que nosotras estudiáramos, ya que algunas de mis hermanas somos profesionistas. Además, el fomento a la lectura y a la cultura en casa. Eso también fue fundamental. Mi papá era un gran lector, pero un lector empedernido. Él siempre traía un libro en las manos, y en casa teníamos una biblioteca muy amplia, teníamos muchos libros”.

¿Qué te gustaba hacer cuando eras niña?

“A mí nunca me gustaron las actividades domésticas. Nada de casa. Nada de barrer, trapear y demás. Pero igual nos tocaba. Entre todas hacíamos todo. Recuerdo que a mi hermana menor, la que seguía de mí, cuando nos encargaron hacer la comida, yo le decía que yo era la mandadera, pero que ella hiciera la comida. Y bueno, eso me lo perdí porque mi mamá era una excelente cocinera, entonces nunca le aprendí todas las magias que hacía en la cocina porque fue algo que no me gustó hacer”.

¿Cómo decidiste ser abogada?

“En la secundaria yo tenía un profesor excelente de civismo que me encantaba. Me encantaba todo lo que nos hablaba de derecho y de la norma, la norma cívica también. Y desde ahí me nació la inquietud de estudiar derecho. Fue escuchar a un profesor que hablaba de su materia. Nos la esparcía con tanta pasión y además nos transmitía el amor por el derecho, por las normas, por el respeto a las normas sociales, pues era civismo, entonces era como si respetábamos todas las normas sociales pues podíamos vivir en una sociedad mejor. Y bueno, me la creí, y creí de verdad que sí lo podíamos conseguir. Hubo varias cosas. Cuando estaba chica, en vacaciones, nos llevaron a un lugar en el campo. Todas las vacaciones nos la pasábamos allá, dos meses. Ahí conocimos a una familia de la que nos hicimos muy amigas. Ahí fue parte de lo que me cambió mi vida para entender todo este tema de la violencia contra las mujeres. Ella se llamaba Celia. Yo tendría unos 8 o 9 años, era una niña. Y en ese momento vi que Celia, que era muy chica también, con unos 17 o 18 años, tenía un novio que la golpeaba y ya estando casada también la golpeaba y la golpeaba. Recuerdo que yo le veía los golpes en su cara, y lo que me impactó mucho fue el silencio que había alrededor de los golpes de Celia. Me acuerdo que a veces estábamos ahí en su casa y llegaba ella golpeada y su mamá le decía: ‘¿Ahora con qué chocaste, Celia?’... Y Celia le respondía: ‘Con el ropero mamá’”.

¿Cómo surgió tu afán por la lucha social?

“Desde muy chica, tendría unos 15 o 16 años cuando comencé a conocer también de las luchas sociales. Una de mis hermanas mayores escuchaba mucho música de protesta. Esa música me llamaba mucho la atención. Lo que decían las canciones, todo. Mi hermana también participaba en un grupo de teatro y en una organización social de izquierda. También de joven me involucré en un grupo de izquierda donde yo aprendí mucho, se llamaba Federación Nacional de Organizaciones Bolcheviques (risas). Ahí se formaban cuadros de lecturas, de estudio y de conocimiento. Entonces yo tenía 16 años cuando leí a Lenin, a Marx, a Alejandra Kollontai, que ella me gustó mucho. Fue cuando por primera vez encontré un discurso diferente de una mujer que, además, era una mujer que cuestionaba a sus compañeros revolucionarios y demás. No hablaba de machismo precisamente, pero sí hablaba de las desventajas en las que vivían las mujeres y ella es una de mis autoras favoritas. También con los años en esas lecturas me encontré con Simone de Beauvoir con varias novelas y lecturas que me fueron llegando. Como fui lectora de muy chica, todas estas lecturas nuevas me fueron abriendo la mente. Yo no sabía qué era feminismo, ni qué era nada. Pero sí tenía desde muy pequeña una conciencia social de las problemáticas sociales y también un compromiso social de que, si estamos aquí en esta sociedad, pues teníamos que hacer algo por los demás, no nada más para un beneficio propio. Y eso lo aprendí de mi madre”.

¿Qué autora te marcó?

Alejandra Kollontai. Fue cuando por primera vez encontré un discurso diferente de una mujer

​SRN

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