Entre ladrillos desgastados, ramas podadas y puertas selladas, el horror se abrió paso en una finca con apariencia abandonada, ubicada en la comunidad de Rancho Nuevo del Llanito.
El viernes 23 de mayo, las autoridades informaron sobre el hallazgo de al menos 16 cuerpos enterrados en una fosa clandestina, una escena que estremeció a una ciudad ya acostumbrada a las cifras, pero no al silencio que dejan los ausentes.
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El equipo de Milenio tuvo acceso exclusivo al sitio donde fueron localizados los restos humanos. El lugar, escondido entre dos edificios de ladrillo, parece detenido en el tiempo. A la izquierda, una construcción de ladrillo rojo expuesto muestra una lona oscura y desgarrada, como una cortina mal colocada que intenta ocultar una tragedia. Al lado derecho, otra estructura con la parte inferior pintada de verde oscuro revela ventanas rotas, rejas oxidadas y una puerta negra que parece devorar la luz.
Escombros, piedras, un neumático olvidado y un depósito plástico color beige se diseminan como si el abandono hubiese sido sembrado con intención. El suelo, de tierra oscura, está cubierto por ramas recién cortadas, tal vez removidas por quienes cavaron bajo la oscuridad. Todo sugiere un movimiento reciente, en medio del deterioro.
Sin embargo, lo que más impacta es la imagen de una doble puerta de garaje, pintada con bloques de colores vivos, amarillo, azul, blanco y rojo, que lejos de alegrar, proyectan una ironía dolorosa. Pegada con cinta sobre ese fondo colorido, una pequeña nota anuncia:
“Inmueble asegurado por la Fiscalía General del Estado de Guanajuato, dentro de la carpeta de investigación 63257/2025”.
Sobre la finca, un árbol desgreñado proyecta su sombra. Entre sus ramas, ondea una pequeña bandera de México. Su presencia parece accidental, pero en un lugar donde todo puede ser evidencia, el azar ya no existe.
Un vecino de la zona que pidió mantener su identidad en el anonimato, compartió con resignación su visión de los hechos:
“Sabe cómo estará el rollo, esa casa estaba abandonada… yo no sabría nada, jefe”, dijo.
Se mostró evasivo y evitó profundizar. Al preguntarle si no sentía temor o preocupación por el hallazgo de los cuerpos, respondió con un tono de resignación:
“Mientras no le digan a uno nada, pues uno no tiene por qué decir nada… si uno se les pone en contra, está cabrón.”
El hallazgo, aunque estremecedor, no causó sorpresa. Mientras recorríamos la zona, era evidente que la violencia ha aprendido a disfrazarse de rutina. La gente trabaja, se encierra y sobrevive.
“Yo no les debo nada… uno va derecho en su chamba”, concluyó Julio.
