En 1893 Rodulfo Figueroa se graduó con honores de la Escuela Facultativa de Medicina de Guatemala. De manos del general José María Reina Barrios, entonces presidente de la República, recibió el título de médico cirujano, pero también la Medalla del Mérito por haber escrito la mejor tesis: La vacuna, su conservación indefinida y su propagación en Guatemala. Este trabajo sobre el control de la viruela hizo que el éxito tocara pronto a su puerta, lo que auguraba un buen futuro profesional en aquel país; no obstante, el poeta prefirió regresar a su tierra natal, Cintalapa, y servir a Chiapas.
Ciento veintiocho años después servir a Chiapas coincide con la aplicación de otra vacuna: la que combate el covid-19. Y es que, ante los estragos, el dolor y la muerte provocados por la pandemia, la vacuna es sinónimo de esperanza. Ante el gran confinamiento todos recordaremos dónde nos vacunamos, pero también el ambiente festivo que se vivía o la sensación de alivio de saber que nuestros seres queridos estarían bien.
Las imágenes de la vacunación masiva en teatros, en estadios, en hospitales, en universidades, escuelas o parques perdurarán en nosotros por mucho tiempo. Pero hubo otra vacunación, la que ocurrió fuera de las ciudades: en parajes, localidades, ejidos, rancherías, en poblaciones muy pequeñas, donde viven pocas familias, con poco contacto con el exterior.
En estados como Oaxaca, Guerrero o Chiapas, es en estas comunidades donde vive la mitad de la población. Ahí se tuvo otra lógica, otros retos, otros tiempos. Durante las temporadas altas de contagio vivir ahí significó protección frente a la enfermedad. Las poblaciones de la esperanza se mantuvieron sin contagios por mucho tiempo, pero a la hora de la vacunación esa dispersión significó un desafío: para estar más cerca había que ir más lejos.
El caso de Chiapas es emblemático, pues para llegar a 60 por ciento de cobertura el esfuerzo de todas las instituciones fue diferente. Significó, sí, vacunar en las ciudades más grandes, en las cabeceras de los 124 municipios en donde el avance es igual al del resto del país, pero para llegar a esa otra mitad se tuvo que ir a mil 751 localidades, la mayoría de menos de mil habitantes.
Casa por casa, localidad por localidad, ejido por ejido; en lancha, a pie, cruzando ríos y montañas, llegamos. Vacunamos entre las nubes, vacunamos en la selva, vacunamos en las cañadas. Vacunamos en tseltal, en tsotsil, en chol, en tojolabal. Lo mismo el IMSS-Bienestar, el Issste, el Isstech, la Secretaría de Salud del gobierno del estado, Protección Civil, las Fuerzas Armadas, Guardia Nacional, los maestros, los Servidores de la Nación, universidades, autoridades tradicionales y cientos de voluntarios. Hubo más de 10 mil personas apoyando este proceso.
En Chiapas hicimos de la vacunación la causa de todos y todas. Fueron 658 mil kilómetros por vía terrestre, 46 vuelos para la distribución aérea, 12 mil 685 eventos de vacunación, lo que equivale a 115 puntos diarios. Fueron 111 días desde que el presidente López Obrador nos dio la encomienda. Hoy más de 2 millones de chiapanecos y chiapanecas están vacunados con por lo menos una dosis y seguiremos llevando las vacunas a cada rincón: sembrando salud, sembrando vida y sembrando esperanza para siempre.
Mientras escribo: este viernes 5 de noviembre acudiré al Senado de la República a rendir cuentas nuevamente. En un ejercicio libre y transparente contaremos qué hicimos para que el IMSS esté de pie y sea mucho más que la atención de una pandemia.
@zoerobledo