Cultura

Náufragos del escritorio

Las madres suelen ser inmejorables administradoras. EFE
Las madres suelen ser inmejorables administradoras. EFE

Administrar es un verbo enfadoso. Somos legión, de hecho, quienes lo conjugamos entre comillas. Esto es, que hacemos justo lo contrario, y aún así nos las damos de saber lo que hacemos. Es verdad que el prestigio de administrador difícilmente es motivo de envidia. Frente a verbos de por sí tan vistosos como “prodigar”,“premiar” o “regalar”, el quehacer puntilloso de quienes administran parecería mera mezquindad. Nada incomoda tanto a los caprichos como ajustarse a reglas y presupuestos, y entonces obligarse a dar por hecho que no siempre se puede todo cuanto se quiere. Un administrador que se respete apenas se distingue de un perfecto aguafiestas.

“Ciencias políticas…”, solía decir yo cuando me preguntaban qué estudiaba, no sé si por ahorrar un poco de saliva o porque la otra parte de la licenciatura me parecía indigna de mención: “…y administración pública”. En los cinco semestres que cursé, no recuerdo una sola discusión en torno a temas puramente administrativos. Hablábamos de Historia, Democracia, Utopía, Opresión y otros vocablos no menos mayúsculos, frente a los cuales lo administrativo pecaba de prosaico y reaccionario. Y si alguno tenía el dudoso gusto de preguntar cómo iba a financiarse nuestra altura de miras, se le tildaba de “administrador de empresas”, cual si tal fuese el peor de los insultos.

Una generación de administradores públicos que solamente entiende de política no resultará menos catastrófica que una de cirujanos expertos nada más que en pesos y centavos. Peor todavía, estaríamos hablando de incapaces orgullosos de su incapacidad. Gente que cada día nos promete que hará lo que nunca ha sabido cómo hacer, porque en primer lugar no sabe administrar, ni le interesa más que el lucimiento. ¿Para qué desvivirse buscando que las cosas funcionen, mejoren o perduren, si basta con hacer que resplandezcan? Así como hay zopencos que se ufanan de jamás molestarse en abrir un libro, no faltan quienes cobran como administradores y se jactan de nunca haber abierto una hoja de cálculo.

Tengo para mí que quien acepta un cargo para el cual claramente no está capacitado es no sólo impostor, sino bandido. Un maestro ignorante no nada más se abstiene de enseñarte, sino que encima de eso te hace creer que sabes lo que ignoras. Es decir, perpetúa la misma oscuridad que le han pagado por alumbrar.

Cada vez que se ofrece, la gente se desvive por ensalzar el papel de la madre, derrochando adjetivos resonantes y un repertorio inmenso de cursilerías que palidecen ante un dato duro: las madres suelen ser, frecuentemente por necesidad, inmejorables administradoras. Vamos, si algo lamento no haber podido heredar de la mía son sus capacidades administrativas: una medalla que jamás se colgó para no evidenciar a su marido, que se decía “jefe de la casa”.

Es bonito ser jefe, cómo no. Justo para eso estudian los políticos. Son aún mayoría quienes ven con escándalo el “poca política, mucha administración” que fue uno de los lemas de Porfirio Díaz. Si la política tiene que ver con el manejo de las apariencias, la buena administración peca de invisible. Un servicio que ha sido bien administrado nada tiene que hacer en la primera plana del periódico, y eso ayuda a explicar por qué tantos políticos a cargo de funciones administrativas gastan en propaganda –con desparpajo propio de heredero– mucho de lo que “ahorran” en mantenimiento. Lo suyo es ser visibles siempre y a cualquier precio, en especial si el precio lo pagamos nosotros. El Metro o el drenaje pueden esperar, al cabo están debajo de la tierra.

No sólo a los adictos al micrófono les aburren los temas administrativos. La mayoría los vemos como un engorro, perfectamente ajeno a nuestros intereses inmediatos. ¿Quién se acuerda de pedir nota de consumo en el momento cumbre de una cena romántica? Pero hay quienes sí cobran como administradores, y les da todavía más hueva que a nosotros. Si la ciudadanía supiera lo que hace, votaría por quienes demostraran un respeto especial por la administración, en lugar de perder cabeza y porvenir por gente que no sabe sumar dos más dos.


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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