Cultura

La caza del centauro

No hay ley que los detenga, las motos serán más y más . Juan Carlos Bautista
No hay ley que los detenga,las motos serán más y más . Juan Carlos Bautista

Los ruedas o cuatro ruedas? He ahí un tema proclive a la polarización. Pocos odios existen tan correspondidos como el que late entre automovilistas y motociclistas. ¿Rencores tan fugaces como insustanciales, aunque a veces bastantes para acabar aún peor que una ojeriza vieja y enconada. Lo aconsejable, claro, es intentar ponerte en el lugar del otro, si bien lo más común es experimentar instintos asesinos contra el que estuvo cerca de matarte. Lo cierto, en todo caso, es que la vida al mando de un manubrio resulta incomprensible para quienes se encuentran al volante, y viceversa.

He maldecido a la gente de coche con tanta o más pasión de la que ahora me hace vilipendiar a los de moto. A lo largo de cuatro años libérrimos, recorrí diariamente la ciudad en sendas viudas negras –primero una Kawasaki 500, después una Katana 1100– a cuyos lomos pude paladear una forma de vida tan intensa como ilimitada. No importa a qué velocidad vayas, siempre queda algún hueco, un ardid, un mínimo resquicio para avanzar más rápido. Es como si las reglas que ciñen a los otros no hubieran sido hechas para ti. Afinas los sentidos, olfateas el peligro, miras alternativamente a todas partes, con los nervios de punta y la sangre caliente, mientras otros pazguatos revisan el paisaje, babean el volante y al primer parpadeo te meten un cerrón que acusa premeditación, alevosía y ventaja. Y por supuesto creen que te lo ganaste.

Del monóxido infame al chubasco imprevisto, del hoyo en el asfalto al ciclista embobado, del taxista granuja al camionero miope: para el motociclista todos son enemigos. No dispone de un carril especial, de manera que va por cualquier parte y se juega la vida en todas ellas, comúnmente rodeado de neuróticos que a cada cruce exigen preferencia de paso, miden su desempeño contra reloj y toman como afrenta personal la mera tentativa de rebasarlos. Es cierto que hoy en día proliferan los cafres en dos ruedas que acaban con los nervios de los conductores, aunque nunca será lo mismo aventar lámina que llevar el pellejo por carrocería.

El tráfico pesado empuja a los de coche a lamentar su suerte y ofender, de pronto con alguna envidia inconfesada, a quienes los rebasan por izquierda y derecha. “¡Son una puta plaga!”, he llegado a gruñir, igual en otro tiempo me brotaban sapos y salamandras contra las que llamaba cajas con ruedas. Claro que en ese entonces habíamos muy pocos motociclistas, y éramos en tanto ello mucho menos visibles que los de hoy. El hecho, sin embargo, es que dentro de un auto la vida no acostumbra estar en juego. Va uno escuchando música, rascándose, fumando, leyendo los anuncios espectaculares o platicando deliciosamente. En moto, el más benigno de los accidentes incluye alguna dosis de dolor y sangre.

Basta, no obstante todo, con que dejes la moto por el coche para que el nuevo bando te copte de inmediato. Hace tiempo que colecciono piedras en el hígado gracias a la estampida motorizada que en los últimos años me tiene manejando a la defensiva. No hay ley que los detenga, ni existe autoridad que los proteja. Para colmo, yo sé que en su lugar haría tantas o más salvajadas, y mentaría madres igual que ellos siempre que me insultaran desde un coche, con o sin razón. A falta, pues, de solución alguna, he optado por sacar la banderita blanca.

Me rindo, he dicho. Métanseme, amontónenseme, rebásenme, centauros al manubrio. Ya tienen suficientes enemigos, y aún así las motos serán más y más. Como automovilista, no queda otra salida que cederles el paso, así vayan quebrando veinte reglas de tránsito por cuadra. Yo también sé lo que es treparse a las banquetas, saltarse el camellón y reírse de la muerte en cada esquina. Por lo demás, es un descanso aparte sacar la mano para ceder el paso al presunto enemigo y recibir a cambio una sonrisa. Con la falta que hacen, últimamente.


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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