Cultura

El Estado evangelista

La idea es acercar a los niños al Bien y alejarlos del Mal. JORGE CARBALLO
La idea es acercar a los niños al Bien y alejarlos del Mal. JORGE CARBALLO

Como tantos alumnos respondones, soy un sobreviviente del catecismo. Ya había llegado a primero de secundaria cuando me lo endilgaron para la clase de Ética. ¿Qué tenía que ver el acercamiento a una disciplina filosófica con la suma de normas y preceptos de la Iglesia Católica? Nunca lo supe, mientras cursé la materia, pues al fin se trataba de ir memorizando una por una las líneas de ese libro agrio y metomentodo que apenas unos cuantos se tomaban en serio. El resultado fue que de aquella materia no nos quedó memoria ni provecho. Olvidaban tal vez nuestros educadores que jamás es igual el texto que uno escribe al que los demás leen. Ya por sus puras ínfulas de ortopedia moral, el catecismo aquel sólo parecía útil para satirizarlo o desafiarlo.

Uno de los pecados capitales de quien escribe un libro es pensar en el público lector como receptores pasivos de un mensaje concreto inconfundible. Si no puedo saber cómo interpretarán estas mismas palabras quienes se las topen, menos podré esperar que sigan mis consejos, obedezcan mis órdenes o cuando menos piensen como yo. El respeto al lector comienza por saber que nuestras palabrejas están en sus manos, y de ellas va a entender, o hasta tergiversar, lo que le venga en gana. Esto naturalmente incluye a los niños, cuyas mentes de por sí ingobernables albergan toda clase de ideas disparatadas y con cierta frecuencia inconfesables. ¿Qué va a saber el cura lo que realmente piensa la niña arrodillada frente a su sotana, mientras confiesa un par de fechorías menores?

“De manera individual, sin olvidar al otro, observa atentamente las siguientes imágenes…”, invita uno de los nuevos libros de texto gratuitos a su público ciertamente cautivo. Cabría preguntarse cómo hace uno para observar atentamente algo sin excluir mientras tanto lo demás. ¿Es pecado, tal vez, no pensar en “el otro” siempre y a toda hora? ¿Será que nuestro olvido pasajero le lastima, le margina o –como se dice hoy, melosamente– le “invisibiliza”? ¿Es urgente darse golpes de pecho tras emplear la palabra “individual”? En el mismo tenor se invita al alumnado, con una fastidiosa tozudez, a que hagan cada cosa “siendo solidarios”. O sea que una vez más, como en el catecismo, se espera de los libros ya no tanto la transmisión ideal de los conocimientos, como el amaestramiento político y moral del receptor. La idea es acercar a los niños al Bien y alejarlos del Mal, según las certidumbres fervorosas de unos redactores no menos convencidos que los clérigos de saber lo que a todos nos conviene.

“La ciencia es impersonal, general, abstracta e insensible; en cambio, la vida es fugaz, palpitante, cargada de aspiraciones, necesidades, sufrimientos y alegrías.” Quien redactó estas líneas tendría que hallar chamba de predicador, y acaso conseguirse un violinista para que lo acompañe en sus raptos poéticos.  “Si no se tienen suficientes estrategias para comprender lo que se lee, es muy probable no reconocer u olvidar la información comunicada”, reza otra perla de la escritura obtusa, cuya sola sintaxis delata preocupantes baches formativos. ¿Y qué decir del genio que propone, ebrio de ideología y desierto de ideas, establecer con los alumnos “una discusión descolonial y ‘demodiversa’”?

La pretensión de educar a los niños a partir de creencias dogmáticas y códigos morales es no sólo delirio presuntuoso, sino también pulsión totalitaria. No compete al Estado ni a sus portavoces dirigir, censurar ni enderezar las opiniones o la moral de nadie. Una idea siniestra que remite al adiestramiento pseudomilitar de esos niños llamados “pioneritos”, a quienes aún hoy se obliga a “repudiar” publicamente a los opositores de la dictadura cubana, entre tantos abusos cotidianos que apenas los esbirros se tomarán en serio, y eso por conveniencia.

Como suele ocurrir, semejantes monsergas moralistas, lejos de conseguir sus objetivos, son caldo de cultivo para la hipocresía y la simulación –esos viejos amigos de la ignorancia– y tierra siempre fértil, al fin, para el olvido. 


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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