Cultura

De viaje con el gordo

No podía negarse la posibilidad de que quien te llevara fuese un ladrón, un depravado o incluso un asesino...

No había nada seguro: eso era lo mejor. De un día para otro, la protección querúbica que en otro tiempo fue providencial se iba haciendo estorbosa y redundante. Lo que antes te espantaba de sólo oír nombrar tenía de repente un sex appeal definitivamente inconfesable (esto es, impostergable). Hacía falta arriesgar, tirar los dados, poner a prueba las habilidades que tal vez todavía no tenías… pero alguien desde el fondo de ti se figuraba que era la única forma de adquirirlas. Segura, te decías, nomás la muerte. Uno también aprende de la desobediencia. La muerte y su secuaz, la perdición, bien podían esperarte en el billar astroso de cuya mala fama muy a tiempo te hablaron tus mayores, hasta que alguna tarde resolviste que eso estaba por verse y terminó ganando la curiosidad. ¿Eran en realidad maleantes-de-lo-peor esos dos avezados billaristas que tras un par de pifias primerizas te enseñaron a hacer el ranversé? “¡Pégale aquí, mi güero, sobre la tiradora!”, te aleccionó el más viejo, y ya nomás por eso te miraste aprobado en la materia. Saliste, en todo caso, tal como habías entrado, aunque fortalecido por la certidumbre de que habías dejado un miedo atrás.

Pocos entre los grandes se animaban a dar un aventón. Especial
Pocos entre los grandes se animaban a dar un aventón. Especial

Te habían prevenido muy a tiempo contra la influencia de las malas compañías, si bien nunca estuviste muy seguro de tú mismo no ser una de ellas. Prueba de eso era que en las prohibiciones encontrabas la música de un mismo desafío. Pues si tras el billar no te habías convertido en criminal, ¿quién te decía que el resto de las advertencias no eran asimismo fuego fatuo? ¿Qué clase de pelmazo creían tus mayores que seguías siendo? Preguntas de esta clase solían acompañar la tentación de echar al basurero los tabúes paternos y pararte en la calle a estirar el pulgar en pos de un prohibidísimo aventón.

Tenía mucha onda eso del aventón, toda vez que implicaba entregarse precisamente al elemento que los mayores estaban empeñados en sacar de tu vida: el azar. No podía negarse la posibilidad de que quien te llevara fuese un ladrón, un depravado o incluso un asesino, como tampoco cabía descartar que lloviera y al fin te fulminara un rayo sobre la banqueta, pero tales opciones no acostumbran arrebatarle el sueño a quienes no han cumplido los veinte años. Ya fuera que te dieran para el camión o te rayaran con el monto del taxi, lo cool era gastarte ese dinero y buscar tu destino alzando el dedo gordo.

Muy rara vez pasabas más de quince minutos esperando a la entrada del Periférico. Mientras tanto, ensayabas diversos estilos y muecas para hacerte simpático ante los conductores. Dos o tres rides más tarde, te jactabas de haber llegado media hora antes de lo que habrías hecho transbordando camiones atascados de gente, y todavía más que eso de tu arrojo, pues también abundaban los hijos de familia que plantaban la cruz ante la incertidumbre.

Pocos entre los grandes se animaban a dar un aventón. Visto desde tus ojos, ese acto generoso les permitía superar de un salto la escarpada brecha generacional. Viajabas, por lo tanto, conversando tan animadamente con aquella persona alivianada que el trayecto se cumplía en un tris, al tiempo que tu fe en la humanidad salía reforzada de la aventura. ¿Y qué decir de un viaje por carretera? ¿No es verdad que hasta cuando tuviste que dormir dentro de una cabina telefónica, tras muchas horas de espera infructuosa, la libertad vivida contaba más que la desesperanza?

Hace ya muchos años que no ves un dedo gordo alzado en tu camino, y aun si así sucediera tendrías que ser orate para detenerte, porque estos son los tiempos y el país del recelo. ¿Qué harían los maleantes en un billar, si ya se nos metieron hasta la cocina? ¿Qué libertad le queda a quien apenas conoce la vida y ya aprendió a temerle como a la muerte? Cuesta creer, en esta tierra de nadie, que alguna vez viajaste con el gordo.

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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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