Cultura

Lo que no se dice

Quiero entender esta entrega como una continuación del tema que traté la semana anterior, pues me parece es de primera importancia, al menos, ponerlo sobre la mesa cuando no, mejor, discutirlo públicamente. De lo que nadie habla, lo que no se dice, es acerca de la condición social de los artistas o mejor dicho de los productores culturales de nuestro estado y, por extensión, de México. Y no se hace por varias razones, desde la invisibilidad que mantienen no solo para la mayoría de la población, sino también para el o los gobiernos y, en términos genéricos, la iniciativa privada, hasta pensar que viven del amor al arte, que lo que hacen, pintar, esculpir, fotografiar, escribir o danzar, lo hacen, precisamente, por puro amor al arte.

Hasta donde sé, nunca ha existido algo así como una política social para los productores. Aun en los tiempos heroicos del muralismo y su asociación con el estado, que posteriormente se extendió a la creación de diversas instituciones como el Inbal o el Salón de la Plástica Mexicana, jamás se tocó nada relativo a su situación jurídico-social. Políticas culturales del estado, buenas o malas, han favorecido de una u otra manera a productores individuales o a grupos de ellos. Han contenido diferentes clases de incentivos, premios y reconocimientos, se han otorgado becas de estudio, de trabajo, de estancia, préstamos blandos para exposiciones o viajes, se han editado libros, catálogos y cuando había, discos también, se ha buscado cómo incentivar económicamente a los productores más jóvenes, cómo reconocer a los más viejos. Es por todo esto que no deja de llamar la atención que no se haya hecho mención a la situación legal que guarda este sector de la población, semejante a la que tienen otros importantes grupos de la sociedad, los que trabajan en la economía informal, y los llamados profesionistas libres o independientes, que son a los que se asimila la figura de los productores.

Pero no es lo mismo un dentista que un poeta, ni un abogado que un impresor. Dos razones de por qué no son lo mismo. El resultado de la práctica del dentista o del abogado es objetivo; de esa objetividad dependerá su calificación. Si el resultado es malo no hay poder humano que lo redima. En el caso del productor cultural, sus resultados se miden por el gusto anónimo del mercado; un gusto menos favorable significa menos ventas de ese producto. Pero, contradictoriamente, el productor más rebelde, el que va en contra de todo, el que produce las obras que hoy son rechazadas, que no gustan en este momento, mañana será reconocido como genio, muchas veces demasiado tarde para gozar de lo que a lo largo de su vida se le negó.

Segundo. El dentista, el contador, conocen y saben quiénes son y qué esperan de ellos sus clientes, el productor artístico, aunque lo supiera no trabajaría de acuerdo con esa información, pues suponemos que su obra solo responde a un impulso, una razón, una idea, interna, propia de él, de hecho, eso es lo que vende y lo que el comprador adquiere.

No estoy seguro de que razones como estas pudieran dar lugar a una consideración jurídico-económica-social específica para quienes son productores. De lo que sí lo estoy es que el resultado de su trabajo es lo suficientemente distinto a cualquier otro como para pensar en que debiera haber algún tipo de mecanismo que, sin coartarle su libertad de expresión y creación, le asegurara cierta tranquilidad, la misma de la que goza cualquier profesionista independiente que lleva a cabo su trabajo con éxito.

Suele suceder que en tiempos de crisis financieras lo primero que se sacrifica sean los presupuestos destinados a las actividades y productos culturales. Generalmente las críticas contra esta acción recuerdan la importancia y valor que tiene el arte en y para cualquier sociedad. Pero mucho antes que eso debiéramos tener presente que detrás de una fotografía, una escultura o una novela hay un artista que además de tener que producir una obra destacada, excelente, tiene que pagar la luz, el súper y el cole de los niños. 


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Xavier Moyssén Lechuga
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