Hace dos años escribí sobre el entonces aún recién trasladado Museo de Arte Americano Whitney a su nueva ubicación en la exclusiva zona de Chelsea. En ese entonces, como ahora, exhibía su evento más conocido, la bienal que lleva su nombre, siendo de las pocas instituciones que aún conservan esta tradición –la celebración bienales o salones con cualquier periodicidad a fin de mostrar el estado actual de la producción artística, en este caso, de su país.
Entre aquel evento y el actual se interpone el devastador periodo de la pandemia provocada por el virus del covid-19, que como se sabe fue particularmente crudo en esta ciudad de Nueva York. Tal suceso no podía ser pasado por alto, por lo que la bienal fue armada en torno a las muertes, pero también de los actos de solidaridad y hasta heroísmo por los que pasaron, de los tiempos perdidos, los que quedaron suspendidos, a la espera de su consumación, los que inevitablemente se mezclaron con los tiempos de pasado, de la memoria que se niega a olvidarlos, de las consecuencias políticas, económicas, diplomáticas, artísticas, educacionales que este periodo, muchas veces parecido a un gran paréntesis, trajo consigo. Sobre todo esto y mucho más, sobre cómo reaccionaron los pintores, escultores, dibujantes y demás creativos, pero también cómo reaccionaron los curadores de esta bienal, la misma institución y el público asistente, trata esta exhibición que llega por cierto a su número 80, nada mal como para tener la autoridad suficiente de presentar lo que se hace en este país en materia de artes visuales.
Resulta obvio que una tarea como la que se impone el Whitney genera una enorme cantidad de material que se va decantando hasta llegar a un número pactado entre la institución y los curadores. Ejercicio que va dejando fuera una gran cantidad de productores y obras, hasta llegar al número que se encuentran en exhibición y que, con todo y todo, resulta abrumador. En esta ocasión, por ejemplo, ocupa tres pisos y medio y terrazas exteriores, de un edificio de 7 niveles, perfectamente acondicionados para cumplir cualquier exigencia expositiva. Así pues, si algún defecto tiene el museo y su exposición reina es que resulta excesiva, obligando al espectador interesado a regresar dos o tres veces para poder decir que vio, con cierto grado de detalle, todo el material que se presenta. Desde el punto de vista de las ganancias el evento es un éxito, pero si lo miramos que un evento de difusión, promoción e incluso de educación, resulta si no un fracaso, sí bastante deficiente por forzar tanto la maquinaria. Creo que algo serio deberán hacer de cara a las futuras bienales, pues de nada sirve tanto esfuerzo, si es que por cansancio o hartazgo nadie termina teniendo la imagen global, general, que la bienal pretende ofrecer.
Dicho lo anterior y después de lo que pude ver luego de una jornada completa en sus instalaciones puedo decir que cada vez es más claro para mí declarar que vivimos envueltos en una cultura de la imagen y que está tiene –la cultura de la imagen– una serie de características que la hacen tan importante y potente como la cultura de la palabra (con la que se complementa). Por ejemplo, durante años creí que un signo de decadencia de nuestro momento respecto al pasado, es que nosotros carecíamos de un gran texto referencial, que lo mismo proveyera de imágenes canónicas, símbolos y una narrativa precisa, accesible por lo menos a los productores y sus patronos. Ese texto que por siglos fue la Biblia (antiguo y moderno testamento) ha ido siendo sustituido no solo por la propia producción de imágenes que se ha alimentado del texto, sino también de las que nacieron de ellas y fueron sustituyendo, modificando los contenidos y formas originales. Hoy en día la Biblia, en el sentido con que aquí nos referimos a ella, es reemplazada por los propios generadores de imágenes, los medios; lo mismo da si son impresos, digitales, televisivos o cinematográficos.
¿Qué lección podríamos sacar de estos cambios ya presentes en esta Bienal?
Que la imagen ya es una y la misma, y que solo depende del contexto, cómo y por qué se utilizó de esta y no de otra manera para que tenga otra lectura, la que el productor de este momento quiso que tuviera. Esto es, una imagen puede ser médica, publicitaria o artística, según dónde y cómo se le haya utilizado. Ya no requerimos leer las imágenes, necesitamos ahora adentrarnos en los contextos.
Xavier Moyssén L.
https://soloartesvisuales.blogspot.mx