“2 de octubre no se olvida.”
Hablar de murales hoy día puede parecer cosa del pasado, pero por fortuna no es así, de vez en vez, suele darse la extraña relación entre un patrocinador, patrón o mecenas y un productor plástico dispuesto a enfrentar una tarea que de sencilla o fácil no tiene nada. Como obra pública (lo que volveremos a tocar más adelante) no hablo de las esculturas más o menos monumentales, que bien que mal se siguen encargando y realizando, quizás por ser más vistosas y decorativas que por algo más, cosa que no sucede con la pintura que dejó de practicarse y ser solicitada allá a fines de los cuarenta o cincuenta del siglo pasado (esto de ninguna manera quiere decir que se dejaran de pintar murales, lo que me interesa hacer notar es que la corriente estética e ideológica que nutrió al movimiento del muralismo moderno en nuestro país, ya para entonces había dejado de tener vigencia e influencia, mucho más en la actualidad).
Uno de esos extraños casos pues, se acaba de dar en el municipio de San Pedro Garza García, al inaugurar el pasado 18 de septiembre el que ya se considera el mural al aire libre más grande del país (60x20 mts.), obra del Dr. Lakra (Jerónimo López Ramírez) auxiliado por un grupo de productores locales (Blast, Hommie, Banger, BeoHake y Eskat) quienes fueron los responsables de la ejecución física, material, de la obra, que fue promovida por las autoridades del municipio, pero patrocinada por un particular.
Se trata, efectivamente, de un enorme mural en blanco y negro ubicado sobre la entrada sur del túnel que une a este municipio con el de Monterey. Debo confesar que no soy admirador del trabajo del Dr. Lakra por lo que no me sorprendió la temática y composición con la que llevó a cabo esta obra, pero, la verdad, es que tampoco me molesta o me parece desagradable. Es como si estuviéramos viendo una doble página de algún catálogo de ferretería, de artículos electrodomésticos o de figuras cerámicas para ser decoradas; ahí están desplegadas las siluetas de relojes de cucú, esqueletos, serpientes, vísceras, arañas, murciélagos, una flora variopinta, aves de todo tipo, figurillas africanas, medusas y demás. Su lectura no tiene nada de complicado y nos lleva, o mejor dicho puede provocar una reflexión sobre la influencia de los saberes –y quizás debiera decir que se trata más bien de la influencia de los símbolos, de las imágenes, de la iconografía– populares y ancestrales sobre nuestras ideas y haceres contemporáneos o simplemente acerca de su vigencia.
Sí, en cambio, creo que a pesar de que en principio pueda considerarse que este ha sido un buen sitio para ejecutar el mural, no es su mejor emplazamiento, ya que difícilmente se tiene una visión completa de él, no solo por sus dimensiones, sino por su entorno que se encuentra formado por puentes por un lado y por otras vías rápidas algunas de las cuales están en curva lo que hace más difícil el que pueda observarse con mayor detenimiento.
Claro que se me puede objetar que estando donde está a nadie se le ocurriría detenerse a verlo y que, por otra parte, no hay mucho más que ver en él que lo ya dicho, es decir que no hay una narrativa que pida una mirada más detallada para su comprensión. Y este segundo punto es lo que echo de menos en casi toda la obra contemporánea, pero quizás con mayor razón en este caso. Quiero decir, el que no se haya aprovechado esta oportunidad para manejar otra clase de mensaje, para comunicar algo que no fuera tan subjetivo como lo que ahora vemos.
Este es el punto al que quería llegar. Detrás de toda obra, pero en especial de la mural, se da o tiene lugar una disputa sobre cuál debe ser la esencia de la llamada obra de arte (digámoslo así para no entrar en detalles), si la pintura –o cualquier otra manifestación simbólica– debe servir a otros fines o debe entregarse únicamente a cuestiones tales como la estética, la técnica, los materiales, la belleza, etcétera, polémica que se acentúa cuando hablamos de un arte público que estará expuesto y dispuesto a la mirada de cualquiera y cualquiera significa cualquiera, no a la de los que pagan por él, no para la de los expertos, no para la de los aficionados y demás enterados, no, aquí cualquiera que acierte a pasar por ahí, se expondrá ante la obra, tendrá su propia opinión y sacará sus conclusiones sobre lo que esté viendo o haya visto.
Para los que creen que el arte es arte y nada más, que sirve únicamente al propio arte, pueden estar tranquilos y satisfechos con esta ausencia explicita de narración, de comunicación. Para quienes piensan que el arte bien podría ser vehículo de un mejor mensaje para su comunidad (pienso en este momento en proyectos como los del francés JR en Río de Janeiro o en la frontera palestino-israelí), obviamente echarán de menos esa historia que le daba fuerza al muralismo moderno y que incluso, en no pocas veces, le confirió el valor que estéticamente estaba por debajo de su mensaje (ahora pienso en algunos de los muralistas mexicanos de la segunda generación o en los norteamericanos que vinieron a México a abrevar del muralismo para luego insertarlo en su propio país, Thomas Hart Benton, por ejemplo).
Ojalá con la inauguración de esta pieza estuviéramos asistiendo a un nuevo renacer de la obra mural, sin embargo, de ser así, creo también que la discusión sobre su carácter debiera ser pública, puesto que ese sería su destino, y no dejarlo al criterio del productor, por más célebre que sea.
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