A DJ
En el libro The Grande Ballroom: Detroit’s Rock ‘n’ Roll, sobre el imponente salón de baile art déco que albergó el parto de las guitarras licuadas en alterada distorsión de bandas como la de Alice Cooper, The Amboy Dukes, los seminales y definitivos Stooges con Iggy Pop al frente y desde luego la saturada revolución sónica de MC5, su autor, el músico y periodista Leo Early, cuenta a propósito de estos últimos, que MC5 solía ser de las bandas más unidas del desavenido y convulso circuito de rock de Detroit, por lo menos durante los dos primeros discos, pues al momento de editar High time en 1971, ya eran demasiadas las transfusiones de distorsión que sobrepasaron las cuerdas de las guitarras y aturdieron el ego de sus miembros, tanto como para que se obsesionaran con los créditos de las canciones. Cada uno firmó lo suyo para pelear hasta el último baquetazo del último segundo de la grabación, cuando en los dos discos anteriores, todas las creaciones eran firmadas con las siglas MC5, así, en conjunto. Después de High time, la banda se disolvió para siempre.
Pensaba en la separación de los MC5, en que una trilogía de culto es más que suficiente para afectar la historia del rock, en cómo los egos suelen ser voces imprudentes. No es gratuito que la RAE describa al ego como exceso de autoestima. Y eso es lo que de algún modo prevalecía la mañana de aquel miércoles cuando tomaron la foto grupal de los 50 iconos Lgbttti de México, sobre la explanada de la Plaza de las Estrellas, famosa por sus corredores esotéricos y su piso alfombrado de estrellas bronceadas sobre firmas de la militancia de nuestra chismosa farándula: un exceso de autoestima, más o menos controlada por la cordial camaradería y sonrisas protagónicas que a pesar del maquillaje, la desconfianza y envidia seguían trasminando sutilmente uno que otro filtro.
No sabía a bien qué hacía ahí. Cuando recibí la invitación a participar en la lista de los 50 iconos Lgbttti para la revista Newsweek, mi primer impulso fue el de negarme a participar amablemente. No soy fotogénico. Tengo el ego muy atrofiado como para considerarme activista y las listas me recuerdan lo más asfixiante de la educación básica. Tras observar y diseccionar desde el exilio las contradicciones del comportamiento gay mexicano y partirme la madre con la homofobia, no queda mucho que pueda hacer.
Sé que Fadanelli es una obsesión en este espacio, no puedo evitarlo, me identifico con su amable pesimismo y si varios traen a cuento las frases de superación personal gay de los simplones Aristemo, no veo por qué yo no. Bien, dice Fadanelli en su libro de ensayos El idealista y el perro que: “Ser héroe y único significa desde mi perspectiva imponerse a uno mismo sus propias reglas y caminar por veredas no transitadas, ser aventurero y suicida, no correr como galgo por un carril delimitado y perseguir a una liebre tan artificial” y en mis reglas no quepo una casilla, pienso que los ranking es otra forma de rendirse ante le hegemonía hetero que necesita el reconocimiento, aunque sea dentro como número de rebaño, para experimentar eso de la realización.
Pero fue el DJ quien me convenció de aceptar la invitación. Me propuso algo: si realmente te importa la diversidad, no esperes que todos sean como tú (cierto, mi obsesión musical me hace un ojete intolerante) y además, quizás haya por ahí un gay fan de Black Flag o Dinosaur Jr. que no se atreva a vivir su homosexualidad porque personas como tú no son capaces de dejar el autoexilio de vez en cuando y que al final también es una zona de confort. Y sí, el mundo necesita más gays seguidores de J Mascis que trasnochados fans de Jeans que representan lo más conservador del romance hetero.
Me agrada la idea de poder ser, en la medida de lo posible, una pésima influencia.
Según entiendo la Newsweek de la foto debe salir por estos días. Y de verdad, estoy agradecido, mi marginalidad permitió abrazar con honestidad a varias personas a las que aprecio, respeto y disfruto de su compañía, sobre todo por la paciencia que tienen con mis desplantes. A otros no los conozco y con un par marqué distancia porque no me creo su altruismo o me desespera su ineptitud teñida de colores para argumentar su hueco discurso de tolerancia. Disfruté la experiencia porque confronté mis propios prejuicios. Aunque creo que no volveré a repetirla.
Las listas son ejercicios arbitrarios que alimentan al ego de formas desafortunadas y tal cosa puede generar frustraciones imaginarias, como el último disco de los MC5, quizás una cuarta entrega hubiera sido su coronación, como el London calling de los Clash, y algo parecido sucede con el activismo en México, cuyos integrantes suelen dar vital importancia a los créditos que a una firma en conjunto que refleje las necesidades de una población sexual, cuyo destino y condena es vivir al margen de la normalidad establecida por los bugas. Condena que encrudece y no sé qué tanto podamos combatirla con listas que ponen a nuestro ego en números, como galgos persiguiendo la liebre. Pero no me hagan mucho caso.
Twitter: @distorsiongay