Estamos a solo tres semanas de despedir este año 2020.
Bueno o malo, creo que no hay debate en eso; seguimos bajo el peso de una pandemia sin precedentes en varias generaciones, y a juzgar por las cifras de contagios y fallecimientos falta mucho para ganar esta batalla.
Es el gran problema que tienen las responsabilidades compartidas; ya que nos sigue ganando el virus y cómo toda derrota, ésta también es huérfana.
Estamos fallando todos, porque esta crisis, como sucede comúnmente, se debe a varios errores.
La autoridad en todos sus niveles lleva su parte en esto, la federal tardó en aceptar que el covid era asunto serio y todavía incluso debaten la efectividad del cubrebocas.
La autoridad estatal, que aprieta a unos y relaja a otros; porque por un lado cierra comercios y por otro no revisa el transporte.
Cierra negocios y pone con ello en riesgo el empleo de miles de personas.
Restringe la movilidad, pero no logra convencer a la gente de la efectividad de sus estrategias, porque las cifras cada vez suben más y seguimos dando brincos sobre la meseta.
Existe ahora una nueva amenaza creciente, el dinero se acabó y ya sin presupuesto, en 2021 la compra de pruebas y ahora de vacunas, se tornará más difícil.
En el comercio también hay culpa, porque basta dar recorridos en algunos establecimientos para confirmar que muchos negocios, sobre todo de alimentos, no respetaron la ley, y por unos la llevaron todos; esa costumbre de buscar la forma de evadir responsabilidades.
Pero en medio de todo esto se encuentra el ciudadano; ese que de todo se queja y todo cuestiona; ese que aun viendo morir a personas cercanas desafía un día sí y el otro también al virus con fiestas a escondidas. Puede engañar a todos menos a sí mismo y a la enfermedad.
Ese ciudadano sabe qué puede pasar, pero se la juega, abarrota quintas, pasea en montón y poco reflexiona.
Y así estamos en pleno diciembre, poniendo todo de nuestra parte para dejar evidencia de desorden y caer en la cuenta que para ser unidos y conscientes aún nos falta.
