Los escándalos en el deporte no son exclusivos de una región o liga. A nivel global, el futbol ha sido protagonista de casos de dopaje, amaños de partidos, apuestas ilegales y corrupción en las directivas. Desde el escándalo de la FIFA hasta el dopaje en varias competiciones internacionales.
En México, este fenómeno no es ajeno, y recientemente el fútbol mexicano ha sido sacudido por el escándalo de apuestas ilegales que involucró a jugadores de equipos como Correcaminos (UAT) y Apodaca FC. La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) actuó, sancionando a los implicados.
“El equipo de futbol Correcaminos de la UAT acató la resolución de la Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Fútbol, que decidió inhabilitar a un jugador del equipo de la Liga de Expansión por su presunta participación en apuestas ilegales”, indicó la máxima casa de estudios tamaulipeca.
Lo sucedido con Correcaminos y Apodaca FC podría ser solo la punta del iceberg, un indicio de algo mucho más grande y oculto. Mientras que algunos casos son destapados, ¿cuántos más permanecen ocultos?.
La creciente sombra de las apuestas ilegales en el fútbol mexicano no solo afecta la integridad de los jugadores, sino también la confianza de los aficionados, quienes siguen creyendo en un espectáculo que se ha convertido más en un negocio que en una competencia deportiva.
Un dato relevante es que las apuestas de hasta 150 mil dólares, son una suma significativa para una liga de menor categoría. Esto abre la puerta a prácticas más oscuras. ¿De dónde proviene ese dinero? ¿Qué intereses están detrás de esas cifras?
Mientras los aficionados siguen creyendo en el juego limpio, detrás de las cortinas las apuestas y el dinero pueden estar manipulando el resultado de lo que debería ser un juego de pasión y talento. Las apuestas ilegales no solo son un problema moral, sino también una amenaza para la transparencia y la legitimidad de las competiciones.
Este escándalo nos lleva a cuestionar el verdadero rol de las instituciones deportivas y educativas en México. El silencio en torno a las posibles ramificaciones de este caso, reflejan una cultura de omisión que favorece los intereses económicos por encima de la ética.
Es necesario un cambio radical, no solo en el deporte, sino en cómo las instituciones públicas se relacionan con estos problemas, si realmente queremos un fútbol limpio, en todos los sentidos.