La cuarta revolución industrial trajo consigo cambios tecnológicos en todos los sectores redefiniendo no solo la geografía de los puestos de trabajo, también las habilidades demandadas, el tamaño y la composición de empresas.
Quienes se manifiestan a favor de la combinación de vanguardistas técnicas de producción y sistemas inteligentes en los procesos productivos, afirman que estos traerán beneficios como el incremento de la productividad.
Consideran que estas herramientas complementarán las tareas realizadas por los trabajadores, minimizando el efecto de desempleo masivo. Además, afirman que el desarrollo de nuevos sectores creará nuevas oportunidades de empleo.
La oposición argumenta que este fenómeno contribuye a la destrucción de un número importante de puestos de trabajo, especialmente aquellos de menor cualificación. Ambos posicionamientos reconocen la inminente transformación de los perfiles de empleo y la necesidad de adquirir un nuevo conjunto de habilidades.
El Foro Económico Mundial en 2018 pronosticó que debido a la automatización, podrían ser sustituidos 75 millones de trabajadores; pero al mismo tiempo estimó el surgimiento de 133 millones de nuevos roles de trabajo.
Por su alcance, ritmo acelerado, e impacto sin precedentes esta cuarta revolución industrial se avizora como un fenómeno no antes experimentado. Estas manifestaciones han desencadenado preocupaciones no sólo relativas a las transformaciones significativas en los empleos y en el perfil del trabajador, también sobre la desigualdad económica y la pérdida de recaudación asociada.
Como producto de las revoluciones industriales anteriores, se ha expandido la brecha de desigualdad. En este sentido, hay quienes afirman que, a pesar de encontrarnos en la cuarta revolución industrial, algunos países en desarrollo aún no experimentan la segunda o tercera.
Por otro lado, el desplazamiento de trabajadores o la reducción de los puestos de trabajo plantea preocupaciones relativas a los ingresos fiscales que se dejan de percibir. De darse el escenario de reducción en el número y salario de empleados, se experimentaría una pérdida de la recaudación asociada que, indudablemente afectaría la capacidad financiera del gobierno.
Sería imposible mantener los niveles de gasto público, ejerciendo presión sobre los presupuestos, incluso ampliando la brecha fiscal. Este fenómeno ha obligado a repensar en las nuevas formas de distribución de las cargas públicas. También se prevén los efectos sobre el actual sistema de Seguridad Social que se financia sobre una base de pago por uso.
Los sistemas tributarios van detrás de la evolución y ritmo acelerado de los cambios producidos por la cuarta revolución industrial, principalmente porque su composición responde a principios fijados en el siglo XX.
Se agravan los señalamientos para que el sistema tributario actual con apego al principio de justicia, grave adecuadamente las rentas de capital. Este contexto ha amplificado tensiones respecto a la urgente reforma de tributación de los ingresos de capital.
Nuestra actualidad requiere un replanteamiento sobre la tributación de la riqueza producida por la robótica, la inteligencia artificial o el uso de algoritmos, es decir, que las rentas de capital contribuyan a las arcas públicas, al menos en la misma proporción que las rentas del trabajo para el sostenimiento del gasto público.
Sonia Elizabeth Ramos-Medina
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