Crecí en una ciudad –Monterrey– donde vive mi familia y amigos. Aquí estudié, aprendí a andar en bici y trabajar. Mientras crecí se respiraba la cultura del esfuerzo, del trabajo bien hecho y del compromiso comunitario. Crecimos escuchando las historias de don Eugenio Garza Sada, Lorenzo Zambrano, Blanca Treviño, Poncho Romo y cientos de familias que lograron hacer negocios exitosos gracias al trabajo. Empresas como El Pollo Loco, Maseca, Vitro, todas orgullo regiomontano.
Hoy veo a mi ciudad pujante, con miles de jóvenes que quieren seguir el legado de sus familias, ser tan exitosos como lo fueron nuestros padres y abuelos. No soy pesimista al ver a la juventud, no me asusta su deseo de obtener logros con menor esfuerzo, porque me sorprende más su solidaridad, sensibilidad y curiosidad por hacer las cosas distintas.
“Soy un soñador, y siempre tengo esperanzas en el nuevo Gobierno”, me dijo ayer un empresario con los valores con los que crecimos, que me topé en las compras navideñas. Y justo pensé, esa soy yo también, aún con lo incrédula que estoy frente a nuestro Gobierno estatal.
Empresas serias, negocios exitosos, jóvenes innovadores y participativos, eso es Monterrey, en contraste con un grupo de políticos aferrados al poder y muertos de miedo por no ser el más fuerte. Esto es nuestra clase política en el 2024, con más de dos años de pleito por ver quién pega más fuerte. ¿No vieron el trabajo de sus abuelos y papás? ¿No heredaron las ganas de dejar una mejor ciudad? La pregunta que siempre me ha inquietado: ¿En qué momento un político se hace esa persona ambiciosas a costa de todo? ¿Era así y lo atrajo ese mundo de poder? ¿O al entrar a la política se transformó?
Mi deseo para esta Navidad es que regresen los valores empresariales de Monterrey, no solo a los jóvenes que hoy sobresalen por proactivos y sino a la política local. Mi más profundo deseo es que nuestros políticos, que para sorpresa los elegimos nosotros, reflexionen y se propongan poner en práctica los valores que hicieron grande a Monterrey en las décadas pasadas y que, gracias a esos empresarios, NL es lo que es, muy a pesar de ellos.