Comprender este último libro del Nuevo Testamento de una forma distinta a la interpretación tradicional requiere una mirada teológica.
Una lectura a través de signos e íconos culturales propios del entorno social, político y religioso de la escuela joánica, una ventana a la iglesia cristiana primitiva, que aún conservaba una fuerte influencia del judaísmo ortodoxo.
Esta influencia anuncia la buena nueva mediante una forma diferente de concebir a Dios a través del cristianismo, inspirada en pasajes del Antiguo Testamento y logrando un sincretismo del cual surge un libro cuya lectura requiere conocimiento previo de los símbolos y significados que los antiguos judíos atribuían a imperios, desastres naturales y organizaciones humanas.
Estas interpretaciones se basan en relatos y hechos históricos previos, algunos tan antiguos como los pueblos mesopotámicos de la Edad del Bronce, de los cuales los judíos tomaron elementos para la construcción del Antiguo Testamento.
La eterna lucha del bien contra el mal, en este libro, está representada con íconos y símbolos que invitan al lector a investigar a profundidad los posibles significados que tuvieron en el momento en que fueron escritos, desde la perspectiva histórica, literaria y espiritual, así como la esencia de los mismos, que perdura a través de la historia y sigue permeando a la sociedad.
El Apocalipsis es la historia de la humanidad, del libre albedrío, de la salvación y de la condena, donde el juicio final ya sucedió, sucede y sucederá; y donde los cuatro jinetes cabalgaron, siguen cabalgando actualmente y lo seguirán haciendo siempre, asolando en el presente y en el futuro a la humanidad, pero siempre con un mensaje de esperanza.
Esto hace de este libro una obra vigente, un tesoro atemporal, que siempre podrá leerse y comprenderse a través de las diferentes épocas que les toque vivir a sus lectores.
Dedicado al Padre Mario López Barrio, S.J.