Apenas comenzaba el 4 de mayo del 2021 cuando dejó de existir en el ámbito donde discurrieron los 70 últimos años de los 94 que alcanzó en el tiempo, la colonia Chapalita, el presbítero don José Rosario Ramírez Mercado –para todos el Padre Chayo–, a la que vio nacer, desarrollarse, madurar y envejecer.
Profesor de literatura y de oratoria en el Seminario Menor de Guadalajara durante 58 años, buen lector, bibliómano, charlista ameno y ocurrente, de sonrisa espontánea y manos inquietas y hábiles, lo mismo aptas para trazar un retrato a tinta que para las manualidades de papel, vino al mundo el 20 de octubre de 1926, en el Cerro Blanco –Jalostotitlán, Jalisco–, duodécimo de los trece hijos del matrimonio compuesto por Valentín Ramírez González y Francisca Mercado González, un día después de que la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa declarara el boicot contra el gobierno de Plutarco Elías Calles, preludio de la Guerra Cristera, que comenzó oficialmente el 1º de enero del año siguiente.
Como ya estaban suspendidos los cultos fue bautizado en la clandestinidad en una comarca donde los caudillos populares harán mella en los años siguientes no menos que la fiera represión miliciana en contra de los aldeanos cuando los “reconcentre” en las cabeceras municipales.
De su padre, más osado que prudente, conservó recuerdos muy vivos y de la circunstancia de haber sido casi el menor de una prole tan numerosa la necesidad de sobresalir por sí solo.
Poco después de la reapertura del culto, lo confirmó en la fe el obispo auxiliar de Guadalajara don José Garibi Rivera en el mismo año de su consagración episcopal, 1930, circunstancia no accidental para ambos pues será al lado de tan experimentado mentor donde madure el sitio que se ganó para la posteridad.
En efecto, la era garibista en la Arquidiócesis de Guadalajara, de 1930 a 1969 fue la de nuestro José Rosario, primero como alumno del Seminario Conciliar, de 1939 a 1951; luego, como formador del plantel levítico de 1952 al 2010, y después de esta fecha y hasta poco antes de la pandemia, en su último destino, la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Chapalita.
Quienes conocimos a fondo al P. Chayo damos fe de lo que sintetizó en su vida un testigo y protagonista del cambio de estrategia que a partir de 1940 recompuso las fracturas que produjo en un país de abrumadora mayoría católica un gobierno empeñado en arrancar con la fuerza del Estado y por todos los medios esa identidad cultural tan profunda y encarnada entre nosotros.
La cultura, el deporte, la docencia, la escritura y las artes gráficas, junto con una capacidad excepcional para tender puentes –al lado de un condiscípulo y amigo tan leal como Enrique Varela Vázquez–, eso fue, en resumen, la vida y el legado del último garibista del clero de Guadalajara, con el cual se va una época de reconciliación y armonía que hoy ya no tenemos ni sabemos cómo regenerar. Que descanse en paz e interceda por nosotros.
Tomás de Híjar Ornelas