Siempre se dice que el ser humano es bueno por naturaleza. Que si uno escarba lo suficiente debajo del miedo, del rencor o del silencio, aparece la bondad. Es una frase que circula como lo hacen las monedas. Se dice para consolar, para justificar, para seguir. No es cierto.
Quizá basta con mirar. No hace falta ir lejos. En Irán, en Ucrania, las guerras continúan. Aquí, en Jalisco, también hay muertos. Se encuentran cuerpos en caminos de tierra. Se oyen disparos al caer la noche, y el mundo sigue.
Tal vez no somos malos. Pero tampoco somos buenos. Al menos no por defecto. Se sabe que, desde los primeros días, en la historia el más fuerte vence al más débil. Ni siquiera por malicia,
sino por instinto. Sobrevivir, no compartir. Conservar lo propio, no ofrecerlo. El paso del tiempo no ha cambiado eso, solo le ha dado más herramientas.
Guerras hay muchas, pero todas se parecen. Un país invade. El otro resiste. Alguien vende armas. Alguien habla de paz. Mueren miles. La cifra es abstracta, pero el dolor no. En cada guerra hay cuerpos bajo los escombros, voces sin nadie que las escuche, madres que entierran a sus hijos. El horror se repite, cambia de idioma, pero nunca de esencia.
A veces se dice que es culpa de los gobiernos, de los intereses, de los poderosos. Puede ser que sí. Aunque los que disparan no siempre son los altos mandos. A menudo son muchachos jóvenes, convencidos de que matar es una orden limpia. Hay algo profundamente humano en que un chico mate por oficio, por dinero. El contexto es el origen de su historia, de toda historia.
Con los años uno empieza a entender que no habrá un momento en que todo mejore. No hay punto de inflexión, ni despertar colectivo. Solo repeticiones. Versiones nuevas de los mismos errores. Esperar otra cosa desgasta. Idealizar cansa.
Eso no significa rendirse. Tampoco volverse cruel. Significa, tal vez, vivir con los ojos abiertos.
Aceptar que el ser humano también es omisión, cansancio, temor. Que no siempre ayuda. Que a menudo no quiere. Que eso no lo vuelve monstruo, solo humano.
El mundo está lleno de discursos que piden salvarlo. Están bien. Hacen falta. Pero también es válido no esperar demasiado. Pensar, con cierta serenidad, que tal vez lo mejor que podemos
hacer es cuidar lo que tenemos cerca. No dañar más de lo necesario. Acompañar cuando se pueda, sin esperar que eso transforme a la especie.
Hay belleza, sí. Hay ternura. Pero no alcanzan para fundar una esperanza permanente. Son destellos. Momentos. No la regla, sino la pausa. Como tal, deben ser cuidados. Sin exigirles que salven nada.
Somos lo que somos y, si alguna vez fuimos otra cosa, ya no lo recuerdo. Me hierve el buche.