Política

Juventud, ¿divino tesoro?

  • Me hierve el buche
  • Juventud, ¿divino tesoro?
  • Teresa Vilis

Los jóvenes son los protagonistas del horror en México. No porque lo elijan, sino porque la historia les cerró las puertas. Hay 31 millones entre 15 y 29 años. Ocho de cada diez dicen que conseguir empleo es imposible, cuarenta por ciento de los desempleados no llega a los treinta y más de cinco millones ya no estudian ni trabajan. La mitad vive en pobreza. Llamarlos “esperanza” es casi una burla.

La promesa de la educación como salvación también se desgastó. Durante años se insistió en que estudiar era la ruta de salida, pero los datos muestran lo contrario. En 2016, siete de cada diez jóvenes superaban el nivel educativo de sus padres. En 2024, apenas seis. Cuando logran graduarse, el título no garantiza nada. Solo 16 por ciento consigue un empleo profesional. Los demás sobreviven en la informalidad: cargando cajas en bodegas, vendiendo tacos en un carrito, pedaleando bicicletas de reparto. El diploma cuelga en la pared como un adorno triste mientras la vida se resuelve en la precariedad diaria.

El resto del tiempo, la desesperanza se convierte en territorio fértil para el crimen organizado. Ahí sí hay oferta inmediata, dinero en efectivo, jerarquía, un sentido de pertenencia que la sociedad y el Estado les niegan. Reclutan en barrios marginados, en las maquilas que exprimen sin futuro, en las escuelas donde nadie espera nada. El mecanismo es eficiente. Muchachos que ayer cargaban mochilas terminan hoy con armas en las manos. Y mañana, en la estadística de los muertos.

Hoy México acumula más de 125 mil desaparecidos. La mayoría son jóvenes. Ellos son las víctimas que nunca regresan. Ellos los verdugos que ejecutan órdenes en la cadena criminal. Ellos los que cargan con la miseria de un país que los empuja a ser carne de cañón. La sociedad mira y calla. Consume noticieros como si fueran parte de la programación habitual. Se indigna unas horas en redes sociales y después continúa con su vida como si nada. Los medios de comunicación reproducen las historias solo porque llaman un poco la atención de su audiencia. Esa normalización es otra forma de violencia.

El eslogan sigue insistiendo: “Los jóvenes son la esperanza de México”. Pero la esperanza no llena el plato, no paga la renta, no detiene la bala. La esperanza se pudre en las fosas clandestinas, se convierte en zapatos huérfanos, en estadísticas que desfilan sin rostro ni nombre. No es solo el Estado el que falla, también la sociedad, que tolera, que se resigna, que convierte la barbarie en paisaje y el dolor de las madres que buscan con palas improvisadas en un ritual que se repite cada día, cada semana, cada mes, cada año…

La miseria humana se mide en estos datos, pero también en el silencio que hemos construido alrededor de ellos. No es solo que los jóvenes carezcan de empleo o de educación: es que la sociedad decidió que su vida es prescindible. Los convertimos en víctimas y verdugos a la vez. Y al hacerlo, firmamos una condena que es de todos y por la que, al parecer, nadie respingará. Me hierve el buche.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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