Política

Falsos mártires del privilegio

  • Me hierve el buche
  • Falsos mártires del privilegio
  • Teresa Vilis

Es curioso cómo se nos ha vuelto costumbre, casi un deporte, escupir la palabra privilegio como si fuera un insulto de cinco sílabas. Hay algo frenético en la manera en que señalamos al otro, al que tiene lo que nosotros no, con la seguridad de quien se siente superior por carecer de algo. Porque, claro, la mayoría de nosotros no quiere ni más dinero, ni poder, ni un trabajo que pague bien, ni salud, ni amor. Claro que no. Preferimos andar de jodidos, pero auténticos. Pura integridad. Pura basura.

A veces me pregunto si existe alguien dispuesto a perder sus privilegios. ¿Quién renunciaría al calor de un techo cuando afuera llueve mugre y miseria? ¿Quién dejaría la posibilidad de comprar comida cuando el hambre gruñe como un perro enojado? ¿Quién quiere despedirse de un empleo que paga algo más que las sobras que la sociedad nos arroja para que las mastiquemos como si fueran festines? Nadie. Nadie en su sano juicio, digo yo.

He visto a tantos predicar el evangelio del antiprivilegio con la fe de quien se sabe justo. Que si los ricos esto, que si los poderosos aquello, que si el sistema es una máquina diseñada para aplastar a los pequeños. Y sí, tienen razón. Pero muchas veces lo que veo es otra cosa: una especie de envidia disfrazada de justicia social. Conocí a un tipo que se desvivía por parecer pobre, por pasearse con su ropa rasgada con orgullo proletario y su odio sincero hacia todo lo que brillara demasiado. Hasta que un buen día se encontró con que el mundo no era tan generoso con los de abajo. Se convirtió en aquello que más odiaba: un señor con casa, coche y sueldo fijo. Un señor que, por supuesto, sigue despotricando contra los poderosos. Pero desde la comodidad de su propio poder.

Y no se trata solo de dinero o influencia. Es cualquier privilegio: tener la libertad de equivocarse sin que el error te cueste la vida. Poder llorar por estupideces y no porque la tragedia te muerde los talones. Viajar porque te da la gana y no porque huyes de algo. Quejarse de las injusticias del mundo desde la seguridad de una vida razonablemente estable.

La verdad es menos poética y más brutal: todos queremos lo mismo. La certeza de que el dolor no es la única opción. Queremos creer que somos justos, íntegros, moralmente superiores. Pero en el fondo, lo único que queremos es sostener lo que tenemos y, si se puede, arañar un poco más. Aunque lo neguemos con fervor mientras señalamos al prójimo con el dedo inquisidor. Porque nuestros discursos de justicia social se quedan sin voz cuando el confort nos calienta los pies. Hipocresías cotidianas envueltas en retórica combativa. Miserias disfrazadas de dignidad. Me hierve el buche.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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