Estoy viendo los avances del documental de Disney (Hulu) llamado La última toma: Rust y la historia de Halyna, y me siento un tanto inquieta. La fecha de estreno es el 11 de marzo y ahí veremos cómo la directora del documental, Rachel Mason, narra la historia desde la perspectiva de quienes estuvieron cerca de Halyna Hucthins, quien murió hace poco más de tres años en el set de la cinta Rust, cuando Alec
Baldwin accidentalmente le disparó mientras ella trabajaba en la fotografía de la toma.
No critico que se hagan estas piezas, pero estos días parece que las tragedias que se vuelven públicas son material en una subasta donde las grandes compañías de contenidos corren para pagar más y llegar primero, para contarlas a modo de documental o en una serie ficcionada.
Cuando vimos el documental de Paco Stanley, sabíamos que los entrevistados eran, sin duda, las personas que más sabían y más cerca estuvieron a la historia. Por lo que sé, es el mismo caso con el documental que viene del feminicidio de Debahni Escobar, que se estrenará el 9 de marzo. Ayotzinapa, en Max, es por mucho una pieza devastadora, pero importante de tener. Vaya, no estoy diciendo que no está bien que la industria se ocupe de estos temas.
Mi pregunta más bien es: ¿están haciéndose estos productos porque se sabe que el género true crime es lo que más rating tiene a nivel mundial?, ¿o de verdad hay una intención seria de denuncia y de cambiar las cosas? Conociendo a muchos de los cineastas a cargo de estas cosas, me queda claro que hay un buen periodismo y mejores intenciones en muchos de estos casos.
Ahora nos toca, como público, ser cuidadosos de cómo recibimos esta información. Me preocupa que entre tantas ficciones o verdades a medias, estas trágicas historias se pierdan. Pues cada caso es un universo aparte y no todos son lo mismo.
