Érase una vez, en un universo que pretendía ser idílico años y años atrás, la humanidad pensaba que al pagar por ver series, películas o simplemente televisión de cable ya no habría que aventarse anuncios.
En el cine, durante años, tanto en México como en Estados Unidos, se empezaron a hacer más largos los previos a las cintas con la presentación de los tráilers de las que vendrían después. Eso tenía sentido porque el público era claramente el que sí iría al cine.
Entonces comenzaron a verse por todos lados las alianzas comerciales entre cintas y productos. Y funcionó.
Solo era cuestión de tiempo, y un par de ajustes muy bien cabildeados en las leyes, para que publicidad de autos, universidades y hasta jabón fueran siempre una presencia previa antes de poder gozar nuestra cinta.
En el inter comenzó a ocurrir algo: los asientos comenzaron a ser vendidos y asignados. Aunque no lo crean, antes llegábamos hasta una hora antes para los grandes estrenos, con la esperanza de no acabar en primera fila con el cuello torcido o sentados completamente separados de los nuestros. Con la asignación de lugares, ya nos atrevemos a llegar hasta 20 o 25 minutos después de la hora en el boleto, sabiendo que nuestro lugar (en teoría) nos espera.
Todo esto porque la cadena AMC, la más grande de cines en el mundo, anunció que aumentará sus tiempos de anuncios previos a las películas, después de darse cuenta de que a la competencia no le ha afectado la práctica y aún no se recuperan de la pandemia.
Yo no estoy tan segura de que sea una buena idea, aquí el asunto ya es insufrible y cada vez peor. Pero habrá que considerar también que tanto anuncio deja lugar para menos funciones, y en el verano, eso es dejar muchos millones en la mesa.
Ojalá esto no empeore mucho antes de mejorar. Si es que mejora.