Hoy ya pueden ver en el cine una de las cintas más bonitas que se han hecho en mucho, mucho tiempo: se llama Licorice Pizza. Para mí nunca hay pierde cuando se trata de una cinta de Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie Nights). Esta historia que le contó un amigo que fue actor de niño y luego se dedicó a vender camas de agua en los años 70, no solo no tiene desperdicio, tiene uno de los mejores soundtracks de todos los tiempos. Y sí bien para muchos ese fue el año que cambió la música para siempre, el nombre de la película también es una oda a una cadena emblemática de discos (así les decíamos) de esa década.
Así es como conocemos al increíble personaje de Charlie Valentine, interpretado por Cooper Hoffman (hijo de Phillip Seymour Hoffman con quien Anderson también trabajó). Valentine tiene una mente muy avanzada para su edad, pero también tiene el cuerpo y por lo tanto el trato de los demás que alguien en su adolescencia más complicada. Cuando se enamora de Alana Kane (Alana Haim), quien ya esta cruzando por los veintitantos, las situaciones van de lo divertido hasta lo irreal, con cameos de personajes emblemáticos de esos tiempos, interpretados por los de ahora. Un aplauso especial para Bradley Cooper como el complicado productor y peluquero Jon Peters. Sí, el de Barbra Streisand.
Que esta cinta tenga tres nominaciones al Oscar, una de ellas a la Mejor Película, es lo que menos podríamos esperar. La enorme sonrisa que no podía quitarme de la cara después de ver este largometraje, no pasa fácilmente. Sin fórmulas, ni concesiones, con una hermosa y sencilla historia de amor que contar.
Susana Moscatel
Twitter: @susana.moscatel