Los últimos años de Juan Gabriel los pasó, en gran parte, en su casa de Cancún invitando grandes y en su mayoría jóvenes talentos para hacer duetos de sus canciones. Fueron tantos los elegidos de El Divo de Juárez que salió suficiente material para hacer tres álbumes, solo ha salido uno y su heredero ya dijo que pronto podremos escuchar los otros dos.
En cierto modo, Juan Gabriel no se ha ido. No porque necesitemos una sola teoría de la conspiración, sí necesitamos invocar aquello que nadie hacía tan bien como el cantante: esa nostálgica, dolida, y poderosa memoria emocional que tenemos en común los que crecimos con y cerca de México, y que solo con escuchar dos notas y vernos a los ojos compartimos como una historia colectiva. La forma de Juan Gabriel de hacernos sentir que todos pasamos por las mismas pérdidas como colectivo y en automático no solo es catártica, es más relevante que nunca ahora que, en efecto, lo hicimos por esta maldita pandemia.
Hace cinco años quien les escribe estaba por regresar a México de Los Ángeles cuando empezó a fluir la información respecto a la posible muerte del ídolo musical. En lugar de ir al aeropuerto, como se había planeado, el taxi se detuvo en Santa Mónica, donde Juanga tenía una de sus residencias. Vimos llegar a todos, con lágrimas que fluían, como si quisieran averiguar si un familiar cercano se había ido para siempre. Aún nos podíamos abrazar entonces, y lo hicimos, entre reportes y enlaces, para sostener a la devastada comunidad que llegaba. Lo que ha cambiado es el mundo, y ahora, más que nunca, necesitamos pensar que algún día nos “Abrazaremos muy fuerte”. Como lo hicimos al son del mariachi.
Susana Moscatel
Twitter: @susana.moscatel