Globos, malos chistes y pulparindos

Tengo sentimientos muy encontrados respecto a esta ceremonia de los Globos de Oro porque más que cualquier película, tuvo momentos hermosos y otros que me hicieron retorcer de pena ajena.

Las grandes alegrías, sin duda, fue ver a Steven Spielberg gozar como niño sus premios por la cinta más personal de su vida. Hay que decir también que el premio de Ke Huy Quan, a quien conocíamos como el niño de Indiana Jones and the Temple of Doom (1984), ganó con un discurso profundamente emotivo como Mejor actor de reparto. Por supuesto que ver a Guillermo del Toro llevarse su Globo de Oro por Mejor película animada fue una felicidad total. Al final de una muy larga noche, debo decir, la mayoría de los premios fueron más que merecidos y celebrados.

El problema fue que a pesar de todo ello, el conductor Jerrod Carmichael perdió, me parece, la más grande oportunidad de su vida para conectar con el público. A mí me gustan los chistes pesados en la ceremonias; extrañé a Ricky Gervais. Y fue un alivio que Jerrod dijera, para empezar, que sabía que estaba ahí por ser afroamericano… y gay, admitiendo que le quedaba claro que estaba ahí porque la HFPA quería limpiar su imagen. Pero, chistes como “¿transmitiendo desde el hotel que mató a Whitney Houston?”, ¿burlas a Tom Cruise por regresar sus pasados Globos de Oro refiriéndose a la aparente, delicada y discutida desaparición de la esposa del jefe de la cienciología, David Miscavige?

Podría escribir cuartillas de la desperdiciada oportunidad, porque NBC solo les dio contrato por una año para transmitir la ceremonia. Así que por ahora me quedó con la feliz imagen de Salma Hayek presumiendo de su Pulparindo, “por si necesitaba azúcar”, durante toda la alfombra roja. Eso me hizo estúpidamente feliz.