Creo que todos tenemos algún tipo de recuerdo que se debate entre lo doloroso y lo entrañable con la música de Paquita la del Barrio. Y si hoy una Shakira o incluso una Taylor Swift nadan en éxito dentro del mar de la música de despecho, con aplausos, estadios abarrotados y celebraciones por su capacidad de hacer canciones con esos sentimientos, hay que decir que, aunque no lo sepan, le deben mucho a Paquita.
Antes de que las mujeres facturaran, en lugar de llorar estaban las “ratas de dos patas” y los “inútiles” que sí nos estaban oyendo, gracias a la figura de Francisca Viveros Barradas.
Alguna vez, que tuve la oportunidad de entrevistarla, le conté una historia de mi primera juventud, en la que el chico con el que estaba saliendo me había dejado plantada porque lo habían invitado a verla en el ya desaparecido centro de espectáculos El Patio. Enseguida, y en personaje, Paquita preguntó que si seguía en contacto con el susodicho y le dije que aún había una especie de amistad lejana. Terminando la entrevista me preguntó su nombre, me dijo que prendiera de nuevo la grabadora y me regaló una versión de “Que me perdone tu perro”, la cual confieso que siempre fue de mis favoritas, con dedicatoria incluida.
Así era Paquita, divertida, intensa, aguerrida y solidaria. Me dijo que ese “muchacho no había entendido nada”, y con una carcajada de ver cómo no aguantaba la risa y la emoción se despidió.
Les digo, todos tienen una anécdota con la música de esta mujer que se nos fue de este plano el día de ayer, pero que seguirá siendo una gran terapeuta y guía de catarsis emocional para tantas mujeres. Gracias, Paquita.