Tus ojos son una jauría de perros en brama. El olor a piedra mojada de Coyoacán se esfuma. Esta es la noche y aquí solo están enrolados los soldados devotos de conjuros nocturnos. Recuerdo Tlalpan y sus luces, pasamos frente al Hotel Mexicali, algo hablabas sobre la primera vez que acariciamos los labios de alguien, ese temblor de espejo oculto que nos devuelve nuestras mentiras, después un muro. La noche era la mano que nos guiaba hasta el final de besos disueltos en ginebra. Existen miradas en las que el recuerdo deposita sus tinieblas. Velocidad, humo, luces intermitentes, una canción de Alphaville. Ahora estamos mirando desde la ventana lo que nos quedó de las máscaras. Sentados frontalmente esperando el amanecer. Pones una canción. The Taxpayers estallan en la bocina, no vendía agua quina en ningúna tienda nocturna, la mineral con naranja se acabó, en el congelador todavía están los hielos que compró C. La ginebra está helada, queda un poco. Cinco doce de la mañana. Tú hablas de aquella novia perdida que ni siquiera era tu novia. Hablo, hablo y hablo, me deshago en tus brazos bailando una canción, estoy aterrada de tenerte frente a mí. One last kiss, I love you like an alcoholic. La forma de acorralar a una solitaria que no está acostumbrada a salir de sí misma: dejarla hablar. Cuando evades tantas veces una conversación real, te da por vaciarte ante la menor provocación, puede durar una noche o un segundo, ¿cómo saberlo? Te dije que descubrí el asombroso presente, el pasado era un sitio necio, seguro. Lo incendié, ahora escupo sobre él. Del mañana no hablemos, ahí solo están las ilusiones que nos mienten siempre. Cuando alguien te hable del mañana, dile: NO. Abrí la caguama que C compró. Estuvo ahí casi tres meses. Le prometí no beber más cerveza industrial, lo intenté, de verdad. En ese acto me rebelé contra algo interno que me dominaba.
—Me gustaría saber quién eres realmente.
—Averígualo. Ni yo lo sé.
Horas antes, sostenías una copa de ginebra con un agitador de madera de punta de cristal, mirando Reforma. La marcha feminista desquició Insurgentes y aledañas. La radio hablaba de fuego, vandalismo, violencia. Dieron un toque berlinesco a la ciudad. Algo pude ver mientras cruzaba por ahí, me parecieron chicas inofensivas, no mataron a nadie y a ellas sí las matan. Podría incluirme en la última oración, sonaría como activista, ninguna lucha emparentada con humanos me interesa. Se me hizo tarde por entregar un manuscrito con correcciones, ¿qué podía hacer?, ¿abrir latas de atún y vaciarles bolsas de verduras congeladas? (en realidad jamás lo he hecho), ¿regresar al Hotel República? ¡Jamás! Fue como en los 90, sin teléfono móvil. Me esperabas en una terraza o no, 40 minutos tarde. Atrapada en el tránsito de Marina Nacional. Llamé cuatro veces al bar, me contestaba la misma chica de voz insegura e infantil.
—King Cole buenas tardes.
—Yo de nuevo.
—Perdone, señorita, es que de verdad no veo a nadie con esas características.
—Es alto. Ojos oscuros, ya te dije cómo se llama, pregunta a todos, no seas tímida.
—No puedo hacer eso.
—Pásame al gerente.
Hablé con el tipo. Esa chica debió estar en la marcha, necesita un poco de agresividad y determinación. Finalmente en la sexta llamada el gerente me dijo que estabas bebiendo un trago en la terraza, a 12 metros de altura, esperándome. Le pedí que me sirviera un Tanqueray Ten con tres aceitunas. Tardé una hora, cuando llegué la sudorosa copa entró hasta el fondo, ya sabes cómo me gusta meterme cosas a la garganta. Empezaste bebiendo cerveza, te veías mejor que en tus fotos viejas de Instagram, cuando el pianista tocó Wild is love de Cole agradecí al destino que amaras la música. No salto de los barcos, sí me gustan las heridas en la cabeza, tengo varias. Paseo de la Reforma 439, sobre nosotros 138 metros de altura,Torre Regis, rascacielos inaugurado en 2008, considerado uno de los edificios más seguros de la ciudad, sus cimientos de más de 60 metros de profundidad, revestidos de hormigón y acero, capaces de soportar un temblor de magnitud 8.5. Escaleras de mármol, elevadores que en segundos te llevan a varios pisos de distancia. Espejos, caoba, sándalo.Tercer piso, King Cole Bar, considerado uno de los mejores diez bares de América. Y sí, el tipo tras la barra produce una impecable mixología. Nuestro mesero tenía anillo de casado, dijo que su esposa lo obligó a usarlo, le sugiero que lo tire. Las esposas siempre arruinándolo todo.
Ríes. Miramos la ciudad, el hombre del piano toca y los Frank Sinatra de Polanco bailan abrazados de sus mujeres frígidas al fondo.
—Las miradas pueden producir infartos.
—Soy la aspirina en medio de tu lengua.
Vamos al sur, en un jardín toca Belafonte, su show de Gazapo. Está sobrio, su novia fuma hierba con nosotros. Se acabó la cerveza, se acabó la fiesta. Subiste a mi taxi, ¿un último trago o el primero de la madrugada?, ¿estamos en Morelia?, no venden cerveza después de medianoche, por eso compramos agua mineral con naranjada. Una vieja canción cincuentera, la noche se volvió madrugada en tus brazos.
—Respiras tan fuerte.
—Soy fuerte, en mi pecho suenan batallas.
—¿Qué haremos en este mundo de fidelidad, amor y espiritualidad?
—Joderlo, coger. Vomitar sobre sus ideales estúpidos.
El tiempo ardiendo, luminoso como una llama. La noche nos invitó al descenso para después ascender.
—Las películas que nos hacemos en la cabeza.
—Al menos todavía podemos imaginar, ¿quién eres?
—A veces soy un ticket de cine, de lavandería, de la ginebra que compré.
Eres como el primer animal que existió sobre la tierra. Cerraste los ojos lentamente y después reías en el desayuno. Silencio, de pronto, tan serio. La seriedad, cumbre del cinismo. One last kiss, I need you like I need a broken leg. No necesitamos saber nada, no es necesario. Soy la mujer que espera la muerte y también la que abre las piernas ante los hombres que aman la música. Somos un ticket del St. Regis Hotel.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)